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Querido Padre Angelo,
Ya le he escrito varios correos electrónicos para pedirle aclaraciones y en este momento de particular duda e incertidumbre me gustaría dirigirme nuevamente a usted.
Tengo 17 años y llevo 7 meses con mi novia, meses en los que siempre hemos tenido relaciones regulares, quizás incluso excesivas.
Yo soy creyente, ella no.
Reconozco que no siempre he sido tan buen siervo de Dios como debería haberlo sido, pero ahora estoy determinado a cambiar porque me siento impuro. Tengo la sensación de no sentirme bien conmigo mismo porque mi alma no está en paz con Dios.
Estoy intentando (hasta ahora con éxito) poner fin a la masturbación, pero también me gustaría dejar de tener relaciones sexuales, por eso hablé de ello con mi novia.
Ella inmediatamente se ha manifestado en desacuerdo, dice que como fui el primero hombre en su vida, interrumpir las relaciones le traería desesperación e inseguridad. Expresó el deseo de no querer interrumpirlas para siempre y terminó llorando, entonces, dado su difícil pasado, no tuve el coraje de profundizar demasiado sobre cuánto sea especial el sexo si se hace para su verdadero propósito, es decir, crear vida, y que las otras modalidades son sólo engaños del diablo.
No quiere saber nada de la fe, a pesar de haberle dicho que los placeres de la carne no son todo y que el sexo sólo nos ha llevado a estar tan apegados que cuestionamos nuestra estabilidad sin él.
También dice que Dios crea problemas, no ayuda y está perjudicando nuestra relación.
En resumen, tiene la visión de un Dios antagónico que nos niega los placeres a los que, según ella, deberíamos recurrir.
Aparte estos pensamientos, ella es una persona de oro, y no puedo dejar que sufra así, porque ella también me ama sinceramente y estoy muy seguro de esto.
Ella está muy apegada a nuestra relación y sé que el sexo significa mucho para ella, pero no puedo darle la espalda al Señor.
Quiero hacer la voluntad de Dios, quiero llevar las cruces que el Señor me confía y unir mis sufrimientos a los suyos para la redención no sólo de mis pecados, sino de aquellos que rechazan el amor del Señor. Rezo mucho por mi novia, pero necesito saber cómo comportarme ahora, porque así ambos estamos realmente sufriendo.
Le pido su opinión, Padre, y sus consejos más cercanos a la palabra del Señor, porque aquí parece que favoreciendo a uno se deja atrás al otro, y quisiera equilibrar la situación.
Les agradezco y les envío mis más sentidas oraciones.
Buenas noches.
Respuesta del sacerdote
Muy Querido,
1. San Juan Bosco aplicaba a la pureza, no sin segura referencia bíblica, lo que leemos en el libro de la Sabiduría 7,11: “Junto con ella me vinieron todos los bienes, y ella tenía en sus manos una riqueza incalculable.»
Es verdad que el autor del libro sagrado está hablando de la sabiduría. Pero es igualmente cierto que en otro libro de la Sagrada Escritura leemos: «Hacia ella (refiriéndose a la sabiduría, N.de la T.) dirigí mi alma y, conservándome puro, la encontré» (Eclo 51,20).
2. Así que, tanto para ti como para tu novia: si quieren que su unión persista y sea cada vez más sólida y segura, sigan el camino de la pureza.
No se entreguen a quienes no les pertenece.
Saben bien que todavía no se pertenecen definitivamente el uno al otro.
Con las relaciones sexuales antes del matrimonio se acostrumbran, sin saberlo, a entregarse a alguien que no les pertenece.
Ésta es la premisa de la infidelidad conyugal e incluso prematrimonial.
3. Recientemente le respondí a una chica que lloraba por haber engañado a su novio.
Ella no mencionó las relaciones prematrimoniales con su novio, pero claramente existían, porque ciertamente no se habría entregado a otro para perder su virginidad con él.
Le respondí diciendo que precisamente las relaciones sexuales con su novio eran la premisa de la infidelidad prematrimonial.
Esta chica respondió agradeciéndome y prometiendo vivir el resto del compromiso en la pureza.
4. Me llamó la atención una de tus afirmaciones: te diste cuenta de que interrumpir la sexualidad (desordenada) ha puesto en crisis tu relación.
Esto significa que si falta la relación sexual, se pierde el amor mutuo.
Pero también en el matrimonio habrá momentos en los que necesariamente faltará la relación sexual, pero no será ésta la razón que ponga en crisis el matrimonio que se funda en la entrega de sí mismo.
Ahora bien, la donación de sí mismo es un acontecimiento espiritual que se produce en el momento del consentimiento conyugal durante la celebración del matrimonio.
5. Su crisis, nacida en el momento en que le dijiste a tu novia que querés expresar con ella un amor más hermoso, como es el amor puro y casto, significa que aún queda un largo camino por recorrer porque no existe amor verdadero entre ustedes.
La anticoncepción que utilizan, si por un lado indica un mínimo de responsabilidad por el cual no quieren traer al mundo un niño en estado de inmadurez profesional y fuera de la institución del matrimonio, por otro lado es la señal más evidente de que no se entregan en su totalidad.
Hasta ahora han unido los cuerpos, pero no han unido el espíritu. No han construido aún esa casa interior que consiste en ese patrimonio de valores perfectamente compartido y en el que se comprometen a respirar y a vivir.
6. Juan Pablo II tenía razón al decir: “Así, al lenguaje natural que expresa la recíproca donación total de los esposos, el anticoncepcionismo impone un lenguaje objetivamente contradictorio, es decir, el de no darse al otro totalmente: se produce, no sólo el rechazo positivo de la apertura a la vida, sino también una falsificación de la verdad interior del amor conyugal, llamado a entregarse en plenitud personal.» (Familiaris consortio, 32c).
Es, en otras palabras, una mentira. Y se ha observado, precisamente en referencia a nuestro tema, que incluso decir mentiras acaba cansando. Es decir, se pierde la espontaneidad y frescura de lo que parecía amor, pero no lo era.
7. Un gran bioeticista católico como el cardenal Elia Sgreccia escribió: “Cuando el hombre y la mujer se unen, si el acto es humano y pleno, compromete el cuerpo, el corazón y el espíritu; si una de estas dimensiones falta, se trata entonces de una unión humanamente
incompleta y objetivamente falsa, porque el cuerpo no tiene sentido sino como expresión de la totalidad de la persona.» (Manual de Bioética, I, p. 329).
8. El razonamiento con el que acompañaste tu correo electrónico muestra una madurez particular que no siempre se encuentra fácilmente en un chico de diecisiete años.
También has evidenciado esta madurez al interrumpir el autoerotismo con un solo acto de autodeterminación.
Siento poder decir casi con certeza que puedes reconstruir tu relación con esta chica permaneciendo firme en tu decisión de ser casto.
Es un acto fuerte con el cual la empujás a volver a sí misma para madurar y defender su cariño.
Éste es el momento de la prueba de fuego.
9. Finalmente, sin embargo, no puedo ocultar la dificultad de proseguir una relación espiritual cuando uno de los dos no tiene fe.
Es la fe la que da una visión nueva y que por eso mismo proyecta la vida hacia el objetivo sobrenatural y eterno al que se dirige y del que continuamente se siente nostalgia. Porque es muy cierto lo que escribió san Agustín al inicio de sus confesiones: » porque (Dios, N. de la T.) nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti.» (Confesiones, I, 1,1).
10. Santo Tomás nos recuerda que el matrimonio no cojea (matrimonium non potest claudicare; non claudicat; Suplemento a la Summa Teologica, 47,4).
Así como no puede haber madre sin hijos, así como no puede haber marido sin esposa y, viceversa, no puede haber esposa sin marido, así no puede haber una verdadera y total fusión de espíritus si en uno de los dos está apagado o ni siquiera lo tiene.
Estamos en vísperas de Navidad.
Pedile al niño Jesús la gracia de poder irrumpir en el corazón de tu novia.
Te bendigo y te deseo una tranquila y Santa Navidad.
Muchas gracias por las oraciones que me has enviado. Creo que el Señor las haya acogido.
A mi vez, te recuerdo calurosamente en la oración.
Padre Angelo