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Querido Padre Angelo,
soy de madre lengua inglesa. He escrito en inglés y seguidamente traduje en italiano. Se trata de algo que pensé un día y desde ese momento sentí que debía escribirlo y enviarlo a las personas adecuadas.
Le estaría muy agradecido si lo leyera y me hiciera saber su opinión al respecto.
Cordialmente,
Dino
Una consideración sobre el Vaticano II utilizando los conceptos de género y especie.
Sin tener en cuenta el contexto histórico, en cuanto al funcionamiento interno y a los detalles doctrinales de los documentos del Vaticano II y más bien basándome en lo que la mayoría de los católicos saben, la siguiente analogía creo que sea muy reveladora: Aristóteles dice que el modo de aprender y conocer las cosas parte de lo general a lo particular. Como cuando vemos algo que se mueve a lo lejos, primero lo identificamos como un cuerpo, luego, mientras se aproxima distinguimos que se trata de un animal; aún más cerca, reconocemos que se trata de un hombre y por fin identificamos a alguien en particular: Sócrates.
Hay que comprender que existe una diferencia entre el conocimiento de una cosa y la cosa misma. Nuestro conocimiento será siempre más genérico que la cosa misma, que existe en la realidad de forma muy específica.
Si alguien diera la definición de una especie de cosa, en lugar de dar la definición del género de esa cosa, daría una información más exacta y más completa de ella. En otras palabras, mientras nuestro conocimiento de una cosa se vuelve más específico, nuestro conocimiento se parece más a la cosa. Mientras más verdadero es nuestro conocimiento, en el sentido de poseer más verdad, adequatio rei et intellectus.
Esta es la forma natural por la que el hombre adquiere conocimiento. Intentar hacerlo en sentido inverso es innatural y está en contra de la naturaleza humana. Tratar de olvidar lo que se conoce acerca de algo, para conocerlo de forma más genérica, equivale a cometer un acto de violencia contra sí mismo. Implicaría aplicar una fuerza que se opone a la propia naturaleza.
Ahora bien, lo que resulta más general y menos específico es más universal. Considerando que lo más específico, es más exclusivo. De la misma manera cuando se dice la palabra animal se puede aplicar a muchos. Y cuando se dice hombre se excluyen muchas cosas y se aplica a un solo tipo de animal. Las cosas que existen en la realidad no son genéricas, son específicas.
La Iglesia fundada por Nuestro Señor es una realidad existente. Es algo específico con sus elementos y propiedades esenciales.
Los Concilios, los pronunciamientos y las doctrinas a lo largo de los siglos se volvieron más específicos. La conciencia que la Iglesia tenía de sí se aproximaba cada vez más a la realidad de su propio ser. Resulta imposible moverse en la dirección contraria. Dicho de otro modo, es imposible pasar de un conocimiento específico a uno general más confuso. Un conocimiento genérico de algo es siempre más confuso que uno específico, del mismo modo que es más confuso el conocer algo en cuanto animal, que conocerlo específicamente: por ejemplo un hombre.
Esto no ha de confundirse con el conocimiento que los individuos tenían de la Iglesia.
Naturalmente los apóstoles y los primeros cristianos tenían un conocimiento muy específico de la Iglesia. Sin embargo, la doctrina formulada por la Iglesia no era tan específica. En el curso de los siglos esta doctrina fue mejor formulada y especificada. Esto era necesario sobre todo para excluir la herejía y el error. Un conocimiento más genérico, al contrario, queda más abierto a la herejía y al error.
Entonces, para que el Vaticano II fuese menos divisivo, abierto a los no católicos y también para facilitar el consenso entre los padres conciliares, el concilio quiso invertir el procedimiento natural y proclamar algo más genérico respecto a los anteriores concilios.
Se podría objetar que el Concilio no ha enseñado errores. Entrar en este debate no es fácil para la mayoría de nosotros. Sin embargo, saber que el concilio deliberadamente decidió ser menos específico y más genérico es conocido por todos.
¿Podemos decir que el conocimiento genérico de una cosa es carente respecto a un conocimiento más específico, más completo de una cosa? Ir contra sí mismos y olvidar lo que antes se sabía, da la impresión de que algo estaba equivocado. ¿De otro modo por qué habría que intentar olvidar lo que antes se sabía? Especialmente si aquello que se sabía era considerado precioso y verdadero, un tesoro que salvaguardar.
¿Cuántas personas conocemos que han usado el Concilio Vaticano II para mirar hacia atrás e interpretar los Concilios más antiguos? Cualquier cosa más específica que el Concilio Vaticano II es desaprobada y de hecho considerada superflua y superada. Pero, ¿la verdad envejece? Sin embargo, ¿podemos culparlos por haber adquirido esta costumbre, cuando es una consecuencia natural de esta regresión artificial y no haber optado por progresar en el conocimiento? Es decir, tratar de ser menos específicos y más genéricos.
Dejo que ustedes saquen sus propias conclusiones.
Respuesta del sacerdote
Querido Dino,
1. antes de entrar en el tema, quiero felicitarte por tu capacidad expresiva, no obstante seas de lengua madre inglesa.
En segundo lugar te pido disculpas por el gran retraso con el que te contesto. Pero solamente hoy he dado con tu mail del 13 de noviembre de 2021.
2. Respecto a lo que has escrito reconozco la verdad de tus afirmaciones acerca de nuestro modo de conocer, que se profundiza comenzando por lo general y llegando a lo particular: del género (animal) se llega a lo específico (animal racional, es decir el hombre) y todavía más determinadamente al individuo: este individuo es Pedro o Pablo.
3. Tú observas que el Concilio habría recorrido un procedimiento inverso y por eso su doctrina sería más genérica.
En relación a esto hay que observar tres cosas.
Antes que nada el Concilio no tenía como propósito el de especificar algún dogma de fe. Otros Concilios, casi todos, tuvieron este objetivo.
El Concilio deliberadamente se pensó que fuera de carácter pastoral.
4. En segundo lugar, el Concilio, justamente porque era de carácter pastoral, quiso caracterizarse por una connotación ecuménica, subrayando cómo los cristianos tienen tantas cosas en común, las cuales son de mayor peso respecto a las que nos dividen.
La prerrogativa ecuménica era necesaria y todavía hoy es particularmente urgente para poder mirarse de frente, no como enemigos, sino como hermanos en Cristo. Es un hecho que tanto las iglesias ortodoxas como las del mundo protestante tienen muchas veces un gran hastío con Roma, es decir con la iglesia católica, hasta considerando al Papa como el anticristo e inválidos los sacramentos celebrados por los católicos.
La Iglesia, justamente porque es católica, tiene el deber de reconciliar a todos los hermanos en Cristo.
Esto no implica de ninguna manera, que hay que olvidar la verdad segura y garantizada de lo alto que la Iglesia Católica ha adquirido con la asistencia del Espíritu Santo y que tiene el deber de anunciar.
Si alguien lo ha hecho, es con toda evidencia que se ha alejado de la voluntad del Concilio.
5. En tercer lugar, si muchos documentos son de carácter pastoral y algunos de carácter expresamente ecuménicos, de todos modos hay que recordar que el Concilio Vaticano II profundizó también la doctrina.
Específicamente, que el episcopado no es solamente superior en dignidad respecto al presbiterado, sino que es el primer grado del Orden sagrado, precisando que los otros dos son el diaconado y el subdiaconado.
De este modo excluyó al subdiaconado de los así llamados órdenes mayores.
6. Además expresó de forma más completa el concepto de infalibilidad que está ligado no solamente a lo que dice el sumo pontífice ex cathedra, sino a los pronunciamientos que el sumo pontífice hace en comunión con los obispos de todo el mundo. Cfr. número 25 de la Lumen gentium.
7. En fin, en la constitución pastoral Gaudium et Spes, el Concilio confirmó la antropología según la doctrina católica, definiendo al hombre “corpore et anima unus” (unidad de alma y cuerpo, GS 14).
De igual manera recordó la intrínseca y esencial relación entre Sagrada Escritura, Sagrada Tradición y Magisterio de la Iglesia: “Es evidente, por tanto, que la Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el designio sapientísimo de Dios, están entrelazados y unidos de tal forma que no tiene consistencia el uno sin el otro, y que, juntos, cada uno a su modo, bajo la acción del Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas” (DV 10).
Te agradezco por todo lo que has escrito, te deseo un sereno proseguimiento de las festividades natalicias, te bendigo y recuerdo en la oración.
Padre Angelo