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Buenos días Padre Angelo,
hace poco, después de haber leído algunas de sus respuestas en vuestro sitio, se nos han abierto los ojos. Somos una pareja de ancianos que trágicamente acaba de descubrir que durante unos veinte años ha vivido la sexualidad de manera no conforme al catecismo de la iglesia católica. En pocas palabras. Llevamos 40 años de casados y hemos tenido 2 maravillosos hijos que han superado los treinta años y que conseguimos con éxito educar en la fe y en el amor cristiano, así como lo hemos descubierto nosotros mismos.
Ambos fuimos educados en escuelas religiosas hasta la adolescencia. Luego de a poco nos fuimos distanciando de la práctica religiosa, siguiendo los dictámenes de los años sesenta y ocho que conducían por los anchos caminos de la juerga.
Renacidos en la Fe justamente gracias al encuentro que nos llevó al matrimonio, después de seis meses de noviazgo nos casamos y nuestras relaciones estuvieron orientadas desde el comienzo hacia la procreación.
Después del segundo embarazo, mi esposa tuvo un tumor mamario, por lo que los médicos le aconsejaron fehacientemente que evitara un nuevo embarazo puesto que los cambios hormonales habrían podido hacer que el tumor volviera a presentarse.
A partir de ese momento no renunciamos a amarnos también físicamente, pero hemos practicado el coito interrupto o relaciones masturbativas también orales con moderación. Desgraciadamente nunca nos pusimos a considerar seriamente el problema moral pues  nunca nos consideramos estar descarriados. La llegada de la senilidad estéril redujo también físicamente la posibilidad de las relaciones sexuales completas debidas a la sequedad vaginal que causa dolor…
Somos miembros activos y estimados en nuestra parroquia y hemos tenido desde largo tiempo, incluso ahora mismo, cargos de responsabilidad, siendo ella catequista y yo ministro extraordinario de la Eucaristía. (…).
Ingenuos o superficiales nunca se nos ocurrió que nos hubiéramos precipitado en un pecado de grave desorden moral, y aunque los encuentros obviamente se han reducido, hemos seguido queriéndonos también físicamente tal vez por culpa mía y por el deseo de mi esposa por conformarme… hasta que por casualidad dos días atrás, di con una de sus respuestas que no dejan duda alguna y de la que estoy agradecido.
La pregunta que me urge hoy es: ¿qué será de estos 20 años de pecado grave también  en relación con nuestra comunidad? ¿cuántas comuniones distribuí indignamente? ¿Cómo podemos enderezar nuestro camino?
¿Es suficiente el arrepentimiento por el comportamiento superficial y no responsable? ¿Es suficiente acabar enseguida con nuestros encuentros íntimos? ¿Podemos seguir con nuestra labor en la parroquia o tenemos que renunciar?
Le agradecemos por el esclarecimiento que querrá ofrecernos acerca de este feo impacto con el sentimiento de culpa y de pecado.
Esperamos con ansia.


 Respuesta del sacerdote

Muy queridos,
1. antes que nada siento el deseo de agradecer junto a ustedes la misericordia de Dios que ya en el Antiguo Testamento se presentaba así: “Tú te compadeces de todos, porque todo lo puedes, y apartas los ojos de los pecados de los hombres para que ellos se conviertan” (Sab 11, 23). También con ustedes, como por otro lado con todos nosotros, el Señor ha cerrado los ojos esperando el arrepentimiento.

2.También con ustedes ha ejercido la pedagogía divina:  “Por eso reprendes poco a poco a los que caen, y los amonestas recordándoles sus pecados, para que se aparten del mal y crean en ti, Señor” (Sab 12, 2).

3. Ha esperado el momento oportuno para que se encontraran con nuestro sitio y recordarles la constante enseñanza de la Iglesia acerca de la vida matrimonial.

4. ¿Qué pueden hacer ahora?
La primera cosa, absolutamente necesaria, es la humilde confesión sacramental. Dirán al Señor lo que le dijo David, el santo Rey de Israel: “No recuerdes los pecados ni las rebeldías de mi juventud: por tu bondad, Señor, acuérdate de mí según tu fidelidad” (Sal 25, 7).
No siempre los pecados cometidos en juventud son los más graves, pero dejan una marca en nuestra alma que por lo tanto queda más inclinada y solicitada al mal, pensando que tal vez no sea mal.
Han mencionado los años posteriores al ‘68 del que reconocen que “conducían por los anchos caminos de la juerga”. Era la época de la revolución sexual en la que, olvidados del objetivo superior y trascendente del hombre, se comenzó a decir que lo malo es bueno.
Ustedes también quedaron impregnados, como casi todos, con un concepto equivocado de libertad, es decir creer que podemos actuar como nos da la gana.
Mientras que Dios nos dio la libertad para que con amor, responsablemente y con mérito nos autodetermináramos hacia el bien.

5. Confesarán pues humildemente sus pecados, diciendo que por irresponsabilidad o ligereza no quisieron profundizar la enseñanza de Dios en lo que se refiere a la ética conyugal, y por consecuencia no confesaron sus pecados, ni buscaron enmendarse.
Dirán que comulgaron sin pensar que en lo más mínimo se encontraban en esta situación de desorden.
Dirán también que no fueron atentos y ejemplares en todo, comenzando con la conducta personal, en el ámbito de las funciones que les fueron confiadas en la Iglesia.
En una palabra: dirán que están arrepentidos de lo que hicieron, pedirán perdón sinceramente por estos pecados y de todos los que a ellos están ligados, como si fuera la última conversión de sus vidas.

6. Enfrentando ahora más concretamente a sus determinaciones en la vida personal y eclesial: sigan con todas las responsabilidades que les han sido confiadas.
Por el hecho de que su pecado ha sido un pecado oculto y no público, es suficiente el arrepentimiento y la consiguiente penitencia que harán por su cuenta.
Como les he dicho no piensen en renunciar.

7. Permanezcan en su lugar y si tendrán la ocasión de enfrentarse con temas relativos a la ética conyugal tratarán de recordar a los presentes la enseñanza de la Iglesia y que el matrimonio es un camino de santificación.
Ahora bien  la santificación exige siempre la pureza, según lo que nos ha enseñado el Espíritu Santo cuando dijo: “Busquen la paz con todos y la santificación, porque sin ella nadie verá al Señor. Estén atentos para que nadie sea privado de la gracia de Dios, y para que no brote ninguna raíz venenosa capaz de perturbar y contaminar a la comunidad” (Heb 12, 14-15).
La palabra santificación, en el texto griego se expresa con agiasmón, y en latín “sanctimonia” que quiere decir santidad en general y castidad o pureza de corazón en particular.
La palabra santimonia existe también en italiano (poco usada en español ) indica no solamente una vida santa, sino también una vida irreprensible, morigerada y casta.

8. Así pues, si el Señor les dará la oportunidad, darán testimonio también sobre esto. Será la más hermosa forma de reparación.

Les agradezco por su mail, les deseo todo bien, los bendigo y los recuerdo cordialmente en la oración.
Padre Angelo