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Querido padre Angelo,
Le escribo pidiendo ayuda porque realmente he llegado a la desesperación.
No consigo llegar a conocer a una mujer verdaderamente católica, que desée una verdadera familia católica, un buen esposo, muchos hijos para criarlos y educarlos de manera santa.
Me cansé, ya estoy enojado, nervioso, dejé de asistir a la misa todos los días y de hacer muchos actos devocionales.
Sin embargo, ¿hay algo más hermoso que los niños? ¿más precioso de la oración común en la familia? ¿de la educación católica? ¿de la Caridad, es decir, sacrificarse unos para otros todos los días y edificarse espiritualmente de forma recíproca para la salvación eterna? ¡Y sólo oímos de sentimentalismos, enamoramientos, atracciones y apareamientos! Porque lógicamente, ¡pobre de nosotros si hablamos de pudor, modestia y castidad, esas cosas antiguas!
¿Y sabe usted qué es lo peor? ¡Que muchos sacerdotes, en lugar de orientar rectamente al encuentro racional con un compañero o compañera de vida santos, nos empujan a seguir el sentimentalismo, las atracciones carnales, la irracionalidad, y a meterse con personas del mundo secularizado! Y luego nos asombramos por divorcios, feminicidios, ateísmo de niños, etc. Pero, ¿qué se enseña hoy en los seminarios? ¿Acaso están leyendo novelas románticas?
Disculpe el arrebato, es que en realidad estoy exhausto, resignado y desesperado.
Gracias.
Respuesta del sacerdote
Muy querido amigo,
1. Me has escrito este correo electrónico después de lo que has escuchado el domingo pasado en la segunda lectura (domingo XX del año ordinario C):
«Por lo tanto, ya que estamos rodeados de una verdadera nube de testigos, despojándonos de todo lo que nos estorba, en especial del pecado, que siempre nos asedia corramos resueltamente al combate que se nos presenta.
Fijemos la mirada en el iniciador y consumador de nuestra fe, en Jesús, el cual, en lugar del gozo que se les ofrecía, soportó la cruz sin tener en cuenta la infamia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios.
Piensen en aquel que sufrió semejante hostilidad por parte de los pecadores, y así no se dejarán abatir por el desaliento.
Después de todo, en la lucha contra el pecado, ustedes no han resistido todavía hasta derramar su sangre.» (Heb 12,1-4)
El Señor te ha hablado, te ha pedido que corras, y que no camines o, peor aún, que te pares.
Te pidió que te sintieras un deportista rodeado de una multitud de testigos, espectadores, que te anìman y te dicen: «Si nosotros lo logramos, ¿por qué no tú también? Vamos, vuelve a la pista, que te aseguramos nuestro apoyo ”.
2. Has dejado de ir a misa todos los días.
No has obtenido ningún beneficio con esto, ni has hecho ganar algo al mundo entero.
Podrías objetar: la lucha es cada vez más dura, no hay resultados, es inútil.
En el Evangelio, sin embargo, esto es lo que leemos de Jesús en el huerto de los olivos «En medio de la angustia, él oraba más intensamente, y su sudor era como gotas de sangre que corrían hasta el suelo.» (Lc 22, 44).
Si quieres seguir a Jesucristo y hacer algo para mejorar el mundo, no abandones la lucha, sino comprométete y reza aún más intensamente.
3. La situación que has descrito corresponde bastante a la realidad, excepto por lo que dijiste sobre los Seminarios, porque si a un cura se le ocurren declaraciones extrañas no se puede decir que sea culpa del Seminario.
Bueno, ¿qué puedes hacer entonces para mejorar el mundo? Evidentemente, todo lo contrario a quedarse en el terreno de la renuncia.
4. Al ir a Misa todos los días atraes un mar de gracias al mundo.
Y aprendes no tanto a pedirle al Señor que te haga morir pronto en la gracia de Dios, para escapar de este mundo, sino a sacrificarte por la humanidad de hoy, para que pueda cambiar y mejorar.
Tú también en la Misa, día tras día, aprendes a hacer lo que hizo Jesucristo, que se entregó voluntariamente a su pasión, tomó su vida en sus manos, dio gracias al Padre por el don que le había hecho, la partió dándola a todos y dijo: tomen y coman todos, porque recibiréis vida y fuerza de este don mío.
5. Reanuda el ir a Misa, pero con un nuevo espíritu, con el deseo de sacrificarte con Cristo, independientemente del beneficio personal.
Vete «pro mundi vita» (para la vida del mundo) como dijo el Señor: «[…] y el pan que yo os daré es mi carne para la Vida del mundo» (Jn 6, 51).
6. Después de la Misa, vive tu día como un acto continuo de amor ofrecido al Señor para que el mundo cambie y se salve.
Aprovecha cada oportunidad para ofrecerle algo al Señor, no solo para que te haga conocer a una mujer conforme a su corazón para formar una auténtica familia cristiana, sino también para que las mujeres de hoy encuentren a alguien que las haga crecer según el corazón de Cristo.
7. Recomienza también con las devociones, en particular la del Santo Rosario cotidiano.
San Vicente de Paúl dijo que «después de la Misa, la devoción al Rosario trae más gracias en las almas que todas las demás devociones, y con sus Avemarías realiza más milagros que cualquier otra oración».
Confío que esta oración también pueda cumplir milagros para tu vida.
Te acompaño con mi oración y te bendigo.
Padre Angelo
traducción por Riccardo Mugnaini
Revisado por María B. Carrera