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Hola Padre,
llevo 13 años de novia, 8 de convivencia y 3 de madre.
Durante la ocasión del bautismo de mi hijo, el Señor me dio la gracia de reconciliarme con la Palabra y los sacramentos.
No sé cuánto tiempo hacía que no entraba en una iglesia antes de esa fecha, pero tanto mi pareja como yo, provenientes de familias con al menos un genitor creyente, no tuvimos dudas en dar a nuestro hijo el don del bautismo .
Han pasado 3 años desde que renací literalmente. El Señor me ha abierto los ojos sobre muchas cosas… y un aspecto que ahora crea una gran contradicción en mi camino de fe es la convivencia!!!
Por el momento son las dificultades económicas (excusa de mi pareja, en la que no creo) y el alejamiento de mi pareja de la Iglesia lo que nos impide casarnos. En efecto, él no se ha dejado abrazar por la Buena Noticia y es también por eso que no hemos unido el matrimonio al bautismo, porque no estábamos listos.
Creo que deba ser un camino y una voluntad común.
Pero todo esto me está empezando a agobiar.
La confesión se centra siempre en esta condición mía.
El sacerdote, para animarme a seguir adelante, me ha dado la posibilidad de acercarme a la comunión desde hace ya 2 años.
Me repite que es medicina para los débiles y no recompensa para los elegidos.
Cambié de confesor muchas veces, renuncié a la Eucaristía y luego volví a ella.
El Papa parece haber abierto una brecha sobre este tema.
Por el momento ya no sé qué hacer o, mejor dicho, temo saber ya cuál es la respuesta. Me encantaría en serio que sucediera la transformación, pero no depende solo de mí.
Ayúdeme Usted, Padre…
Gracias de antemano. Rezo como puedo.
Respuesta del sacerdote
Querida,
1. Recién hoy llegué a tu correo con un retraso de unos 13 meses. Lo siento mucho y te pido disculpas.
Ante todo doy gracias al Señor contigo por tu renacimiento interior.
Así como tu hijo ha nacido a la gracia con el bautismo, y es como si hubiera nacido por segunda vez, así también tú has renacido junto con él.
En efecto, según tu propia expresión, has «renacido literalmente».
Esta vez has entrado en el mundo real, el de Dios.
2. Con este renacimiento me dices que «el Señor te ha abierto los ojos sobre muchas cosas».
Sí, es correcto. Santo Tomás dice que tener fe significa ver con los ojos del otro.
Esta vez has comenzado a mirar tu vida con los ojos de Dios y has obtenido su lectura más verdadera.
3. Lo que más te angustia, en este momento, es la convivencia.
La convivencia, aún si se tiene la voluntad de permanecer juntos para siempre, no es lo mismo que el matrimonio.
El matrimonio cambia a la persona desde adentro porque desde ese momento uno sabe que ya no se pertenece más a sí mismo, sino que se ha entregado total y exclusivamente a otra persona.
Y cuando nos casamos en la Iglesia, con el sacramento, la unidad se hace aún más fuerte porque se recibe la fuerza para donarse el uno al otro de la misma manera en que Cristo se donó a la iglesia. Y se donó hasta la última gota de sangre.
En el matrimonio hay un pacto que se ratifica ante Dios.
Este pacto nos compromete a entregarnos el uno al otro hasta la última gota de sangre.
Respecto a esta nueva realidad que es el matrimonio, Cristo dijo: «Que el hombre no separe lo que Dios ha unido» (Mt 19, 6).
4. Ahora bien, el hombre que vive contigo es tu pareja, todavía no es tu esposo. Tu eres su compañera, y aún no su esposa.
Espero que puedan dar este paso lo antes posible.
La ceremonia externa es secundaria. Se pueden casar simplemente frente al sacerdote con dos testigos.
Sin embargo, es cierto que ambos deben recorrer juntos este camino.
Espero que tu pareja, que seguramente habrá notado algo nuevo y grandioso en tu vida, se vaya contagiando poco a poco.
5. Mientras tanto, ha surgido la dificultad objetiva de poder participar a la Sagrada Comunión y también de confesarte.
La dificultad surge del estado de vida que objetivamente no es conforme a la voluntad de Dios.
6. Juan Pablo II había recordado que las parejas irregulares, si no pueden volver atrás y están arrepentidas del pecado cometido, pueden recibir la Sagrada Comunión pero comprometiéndose a respetar la abstinencia sexual.
De acuerdo con la ley de Dios, las relaciones sexuales tienen pleno significado y están permitidas sólo dentro del matrimonio.
Nadie, ni siquiera el Papa, puede eximir de la ley de Dios.
7. Un sacerdote te ha dicho, repitiendo las palabras del Papa, que la Comunión es medicina para los débiles y no premio para los elegidos.
Es cierto.
Sin embargo, la Comunión no es alimento de los que están muertos a la vida de gracia.
Para nutrirse de este alimento es necesario renacer a través de aquel sacramento que los Santos Padres llamaban nuevo bautismo, la confesión sacramental.
8. Me dices que te has confesado con diferentes sacerdotes y precisamente por sus diferentes pronunciamientos has renunciado a veces a la Eucaristía y luego has vuelto a ella.
Escribes: “no sé qué hacer o, mejor dicho, temo saber ya cuál es la respuesta”.
La respuesta que temes saber es la que sientes pujar desde lo profundo de tu corazón: sabes que no estás casada y que nadie, ni siquiera el Papa, puede eximir de la ley de Dios.
El Papa puede dispensar de las leyes de la Iglesia. Pero no puede eximir de la ley de Dios.
Debe ser, precisamente por el oficio que ha recibido dentro de la Iglesia, el ministro ejemplarmente fiel.
9. También hay que decir que el Papa nunca ha dicho, ni siquiera en Amoris Laetitia, que los convivientes puedan recibir la Sagrada Comunión.
Si hay situaciones irreversibles, como la vuestra, resta válida la enseñanza recordada por Juan Pablo II y nunca abrogada: «Esto lleva consigo concretamente que cuando el hombre y la mujer, por motivos serios, —como, por ejemplo, la educación de los hijos— no pueden cumplir la obligación de la separación, «asumen el compromiso de vivir en plena continencia, o sea de abstenerse de los actos propios de los esposos»» (Familiaris consortio, 84).
10. ¿Qué hacer en esta situación?
Te exhorto a seguir la indicación dada por el Señor cuando le preguntaron: «Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?» (Lc 13,23).
Y he aquí la respuesta: «Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán.» (Lc 13, 24).
Luego prosiguió: “En cuanto el dueño de casa se levante y cierre la puerta, ustedes, desde afuera, se pondrán a golpear la puerta, diciendo: «Señor, ábrenos». Y él les responderá: «No sé de dónde son ustedes». Entonces comenzarán a decir: «Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas». Pero él les dirá: «No sé de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el mal!». Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes sean arrojados afuera.” (Lc 13, 25-28).
11. Como puedes ver, el Señor te pide que vayas por el camino angosto.
Y es el que sientes pujar desde lo profundo de tu corazón.
Los sacerdotes deben enseñar a pasar por el camino angosto.
¿Son rígidos si hacen esto? ¿Son despiadados?
No, son ministros fieles al oficio que han recibido y del cual tendrán que dar cuenta y razón.
Dice la Sagrada Escritura: «Los hombres deben considerarnos simplemente como servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que se pide a un administrador es que sea fiel» (1 Cor 4, 1-2).
Y: “Les he dicho estas cosas para el bien de ustedes, no para ponerles un obstáculo, sino para que ustedes hagan lo que es más conveniente y se entreguen totalmente al Señor.” (1 Cor 7, 35).
En esta fidelidad garantizan el verdadero bien a los fieles. No los engañan.
12. Mi indicación se puede resumir en una sola palabra. Es la del Señor: «Traten de entrar por la puerta estrecha» (Lc 13,24).
Sólo así estaremos seguros de caminar por sus senderos y de agradarle.
Te acompaño con la oración deseando que el renacimiento que has recibido como don inestimable de Dios lo pueda recibir también tu pareja.
Asimismo, recuerdo al Señor tu amadísimo hijo y les bendigo a los tres.
Padre Angelo