Questo articolo è disponibile anche in: Italiano Inglés Español Portugués
Querido padre Angelo,
Te escribo por una perplejidad surgida en mí últimamente. Me he dado cuenta de que mi fe es manca. Creo en la Trinidad y en la Iglesia Católica. Sobre todo, me fío de la iglesia como institución y suscribo el entero aparato dogmático. He visto florecer mi vida cada vez que he tenido confianza en su oferta. Aún así, el obstáculo en el que tropieza mi fe es la Iglesia entendida como comunidad. Probablemente estoy escandalizado. Con este término no me refiero a los escándalos habitualmente presentados contra la Iglesia, muchos de estos son estereotipos sin ningún fundamento histórico. Mi escándalo procede de la sensación de que en la Iglesia, en las comunidades católicas, hay un conformismo general que no tiene nada que ver con la virtud de la obediencia. (…). A eso se suma mi presumido y arrogante juicio de que hay una falta de pasión y claridad en el anuncio cristiano por parte de los sacerdotes o responsables de cualquier tipo. Una vileza que deja a nosotros los jóvenes solos a merced de un mundo aguerrido. Todo eso me lleva a expresar siempre con mucha impetuosidad mi punto de vista, peleando a menudo con amigos muy queridos en discusiones estériles. El problema principal es que no entiendo de qué manera Jesús está presente, hoy, en la iglesia como comunidad, es decir en los cristianos que me rodean. Paradójicamente es mucho más sencillo creer en su presencia real en la Eucaristía. Sólo relaciones individuales muy íntimas me hacen intuir la presencia de Jesús, por ejemplo con mi chica o con nuestro padre espiritual. Es precisamente nuestro padre espiritual que siempre insiste con el hecho de que Cristo sin la Iglesia entendida como compañía humana es un Cristo ideal sin relación con la realidad. Pero en el fondo siempre queda una resistencia. A lo mejor estoy escondiendo con la teología cuestiones personales y generacionales: la dificultad de relacionarse con el otro, hoy, es ilimitada y generalizada por todas partes. Si pudieras ayudarme a aclarar esta duda te lo agradecería mucho. Cordialmente,
Michelangelo
Respuesta del sacerdote
Querido Michelangelo,
1. nuestras comunidades cristianas deberían tener a Jesucristo como su centro y como su punto de irradiación. Si Jesús no es el centro, nos encontramos entre nosotros con nuestra pequeñez y a veces con nuestra insignificancia. Es en Cristo que tenemos muchas cosas que decirnos (la experiencia personal de nuestra fe) y muchas cosas que darnos (la comunión, la caridad).
2. Me hablas de obediencia. Pero antes de la obediencia a nuestros jefes, que también es necesaria para tener uniformidad en la acción sobre todo si se vive en una asociación o en un movimiento, es necesaria la obediencia a Cristo. Cuando Abraham fue llamado por Dios la primera cosa que hizo fue obedecer. Se fue, se puso en movimiento esperando que en el camino Dios le indicase cuál sería la tierra prometida. Ahora, la obediencia de la que carecen nuestras comunidades es la obediencia a Cristo, a su palabra. Carece porque se escucha, pero no se interioriza y aún menos se aplica. No quiero generalizar y decir que todo el mundo hace así. Pero la mayoría sí. A menudo somos como los escuchadores desmemoriados de Cristo, como recuerda Santiago: “Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas. Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era” (STG 1, 21-24; Reina-Valera 1960). Cuando se pone en práctica “éste será bienaventurado en lo que hace” (STG, 1-25; Reina-Valera 1960). En este momento la palabra de Dios se convierte en un fuego en el corazón y empieza a encarrilar nuestra vida.
De ahí que este fuego se extienda y empiece a contagiar también a los demás.
3. Has tocado el punto sensible cuando hablas “de falta de pasión y claridad en el anuncio cristiano por parte de los sacerdotes o responsables de cualquier tipo”. Cuando nuestra predicación es fría, sin pasión y claridad, ¿qué tipo de fruto se puede obtener?
Pienso en el calor con el que habló San Pedro en el día de Pentecostés tanto que San Lucas termina: “Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: ¡Sed salvos de esta perversa generación!” (ACT 2,40; Reina-Valera 1960). “Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (ACT 2, 37-38; Reina-Valera 1960).
4. Pedro podía decir dichas palabras porque estaba lleno de Espíritu Santo. Era como si se hubiera transformado en Cristo. La gente sentía que Jesús estaba vivo en él y exh loortaba por medio de él. Por eso no les atraía a sí, sino a Cristo.
5. Dices que eso lo sientes pocas veces: cuando tu padre espiritual habla o cuando estás con tu chica. En este caso yo te digo: no esperes que sean los demás a estar llenos de Espíritu Santo y de fuego. Ponte tú en movimiento: déjate transformar por Cristo, vive de manera que los demás sientan que Jesús habla a través de ti.
6. En este momento pienso en la bella imagen del Beato Carlo Acutis. Su familia no era profundamente cristiana. Su madre declaró que ella y su marido iban a misa en Navidad y Pascua. Carlo en cambio iba todos los días. Era un chico de 12,13 años. Sus palabras eran luz y fuego. Entre esas me gustaría citar algunas. Decía: “Lo único que tenemos que pedirle a Dios en la oración es las ganas de llegar a ser santos.” En su lecho de muerte pudo decir: “Muero contento porque he vivido mi vida sin gastar ningún minuto en cosas que no le gustan a Dios”.
7. Qué hermoso sería si estas dos afirmaciones se convirtieran en nuestro programa de vida. Si insistentemente le pidiéramos a Dios que nos dé ganas de llegar a ser santos, pronto sentiríamos encender un fuego que nos empuja a escuchar la palabra de Dios, a ponerla en práctica y experimentar ya aquí en tierra la felicidad del paraíso. ¡Igualmente si no perdiéramos ni un minuto en decir o hacer cosas que le dan un disgusto a Dios! Como por automatismo nos convertiríamos en luz y fuego para todo el mundo, como cuando al apretar el botón instantáneamente se enciende la luz. Qué hermoso sería si se convirtiese en programa de vida para todos lo que Dios dice por boca de Pablo en la carta a los Filipenses: “Haced todo sin murmuraciones y contiendas, para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo; asidos de la palabra de vida” (FIL 2, 14-16).
Deseándote que seas el primero en obedecer a Cristo, en experimentar felicidad poniendo en práctica su palabra, con el encargo de resplandecer como un astro en el mundo viviendo de manera irreprensible, puro, como un hijo de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, te acompaño felizmente con mi oración y te bendigo.
Padre Angelo