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Querido padre Angelo,
le escribo para que me dé un consejo sobre un problema que me impide progresar en la vida cristiana.
Soy una mujer adulta, casada, con hijos ya bastante mayores.
Varios años atrás tuve una relación extraconyugal con un colega (que estaba de novio, convivía con su pareja sin estar casado). Yo me encontraba próxima a casarme y contraje matrimonio no obstante esta relación.
Después de algunos meses, me arrepentí, me confesé, prometí cortar con esto, pero caí nuevamente algunas veces más. En un dado momento después de una Confesión bien hecha decidí cortar verdaderamente y llevar una vida cristiana. Desde entonces no he vuelto a pecar más con este hombre.
El problema es que seguimos siendo colegas y nos vemos regularmente, aun ahora que han pasado más de diez años.
A veces sucede, ocurrió también recientemente, que él me dirija algún cumplido o un comentario sobre mi modo de vestir (que sinceramente no me parece provocador, sino a veces un poco más cuidado), en el momento no ocurre nada, pero luego comienzo a fantasear y por días me complazco en el placer que estas apreciaciones me provocan. La fantasía sigue su curso, y tengo pensamientos impuros que también tienen una fuerte resonancia en mi cuerpo. No me dejo llevar por la masturbación, porque por Gracia desde cuando me convertí, he podido domar esta tendencia mía; pero a veces siento lo mismo el placer, como si el cuerpo hiciera todo por sí mismo. Por supuesto, los pensamientos sí que son voluntarios, por lo cual sé que hay culpa.
Cuando me encuentro en esta situación no comulgo, y aguardo la ocasión para confesarme.
Me siento un poco frustrada porque después de todos estos años todavía no logro librarme de esta historia.
Yo me siento en paz con el hecho de que cometí un error cuando era más joven, estoy contenta por haber terminado con eso, pero me pone muy triste porque sigo cayendo en esta situación. Durante meses me parece que él me resulta completamente indiferente y luego bastan dos palabrillas que me hacen caer en un deseo malsano, y que me dura por varios días.
Me pregunto si tendré que seguir así hasta que me jubile. ¿Cuándo podré hacer progresos en la virtud? Ya no soy tan joven, y me avergüenzo de ser esclava de estas pasiones.
Agrego que no tengo tendencias a cometer pensamientos impuros con otros hombres o a buscar libros o espectáculos inmorales, solamente este ex tiene este “poder» sobre mí.
Le agradezco por su valioso servicio.
Gracias


Risposta del sacerdote

Muy querida,
1. sí, se trata de una tentación permanente.
El Señor la permite para que a través del combate tú seas victoriosa.

2. No se puede ser victoriosos si no se lucha, del mismo modo que no se es victoriosos si no se juega. Es una ilusión pretender ser castos y fieles sin experimentar tentación alguna.

3. Creo que el Señor permite todo esto para que tú tiendas con todas tus fuerzas a la santificación, que es el objetivo por el que fuimos creados y redimidos.
La santidad pasa a través de la vía de la pureza.
El Señor espera que tú con un corazón plenamente puro resultes casta y fiel delante de él y de tu esposo.

4. Hay que recordar que para la castidad es necesaria la autodeterminación personal, pero más aún hace falta la ayuda de la gracia de Dios.
Justamente San Agustín parafraseando una afirmación de la Sagrada Escritura dijo: “He sabido pues que nadie puede ser casto si tú no lo concedes”.
Para ser castos nos es insustituible una fuerza suplementaria, es más una fuerza de orden sobrenatural.
Esta fuerza se nos infunde sobre todo en la oración y en la celebración de los sacramentos.

5. Para no quedarnos en lo abstracto, comprométete en rezar cada día el Santo Rosario, con la confesión frecuente y regular, y, si te es posible, con la participación en la Santa Misa entre semana. La Santa Comunión fortalece.
Sin este alimento, no se puede si no desfallecer a lo largo del camino (cfr. Mt 15,32).
Jesús dijo: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes» (Jn 6, 53), y «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna» (Jn 6, 54-55).

6. Ten presente, por fin, que “quien supera las tentaciones merece ser servido por los ángeles”.
Quien lo afirma es Santo Tomás, después que notó que el Evangelio cuando cuenta cómo Jesús superó las tentaciones dice: “unos ángeles se acercaron para servirlo” (Mt 4, 11).
Es hermoso ser servidos por los ángeles.
Vale la pena, pues, superar cualquier tentación.

7. De este modo, la tentación permanente a la que estás sometida, que seguramente no deseas y que te molesta según el designio de Dios, está ordenada para conseguir un bien más grande: “Sabemos, además, que Dios dispone, todas las cosas para el bien de los que lo aman, de aquellos que él llamó según su designio” (Rm 8, 28).
Entendemos así cómo es que el Señor dijo a Santa Catalina de Siena: “Y a las tentaciones díganle siempre: sean muy bienvenidas”.
Hay un designio salvífico de Dios en todo, aun en permitir las tentaciones.
Dios no se equivoca, ni siquiera cuando permite que el demonio nos tiente.

Con el deseo de que resultes siempre victoriosa y de que puedas gozar del servicio permanente de los ángeles, te bendigo y recuerdo en la oración.
Padre Angelo