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Querido Padre Angelo,

le escribimos porque tenemos un dolor en el corazón.

Se trata de la relación con una hija mía.

Desde la adolescencia ha entrado en una dinámica de rechazo y de falta de diálogo con nosotros, sus padres.

No le interesa Dios.

Todas las teorías llamadas progresistas, las ha apoyado ella. Desde el punto de vista moral vive de forma abiertamente desordenada con su novio.

Me parece una persona diferente a como la hemos educado.

Los padres tenemos la impresión de estar en otro planeta distinto al que ella habita.

Estamos convencidos de que en cuanto sea autónoma se irá a vivir sola, o mejor dicho, se irá a vivir junta.

La vemos inquieta, buscando algo que no puede satisfacerla.

Rezamos por ella, incluso hacemos celebrar Misas. ¿Qué más podemos hacer para que vuelva a Dios?

Denos un consejo, por favor.

Tenemos un dolor permanente, una herida en el corazón.


Respuesta del sacerdote 

Queridos hermanos,

1. me parece que estáis viviendo la experiencia del padre del hijo pródigo, que ve partir a su hijo hacia un país lejano y malgastar todos los bienes que había recibido del afecto de su padre.

Comprendo tu dolor porque de alguna manera es también el dolor de un sacerdote que intenta educar a los niños, a los jóvenes según la voluntad de Dios y luego los ve perderse uno tras otro.

2. No debemos olvidar que mientras nosotros ponemos de nuestra parte y tratamos de sembrar buena semilla, nuestro adversario siembra cizaña, y no sólo de manera encubierta, sino abiertamente. Hoy, en efecto, lo que se declara una conquista de la civilización es lo que en realidad es una degradación de la persona humana, un callejón sin salida y un camino de perdición no sólo para la vida presente, sino también para la futura.

Nuestros hijos respiran a pleno pulmón el aire de este mundo a través de lo que se difunde en las redes sociales y en los ambientes donde pasan buena parte del día.

El testimonio de los padres se asemeja a la voz de quien clama en el desierto.

3. ¿Qué hacer por su hija?

Ahora mismo hay rechazo por su parte. Las palabras no son escuchadas.

El testimonio de unos padres que son el bien más preciado que el Señor le ha dado puede ser apreciado, pero no está en el horizonte de su futuro.

Ella quiere su libertad, como el hijo pródigo.

Lo que respira a su alrededor y también lo que es consecuencia de una conducta moral desordenada ha puesto un velo sobre su mente. En este momento no hay razonamiento que pueda atravesar porque está obcecada.

4. Así lo entendió el obispo al que se dirigió Santa Mónica, madre de San Agustín. Santa Mónica esperaba que su hijo entrara en razón hablando con el obispo. Pero el obispo le dijo que en aquel momento su hijo era incapaz de entender nada.

Le aseguró, sin embargo, que un hijo de tantas lágrimas no se perdería.

Mónica tuvo que esperar 14 años. Experimentó la amargura de su hijo, que se había marchado de casa a un país lejano (de África había venido a Italia, primero a Roma y luego a Milán). Lo conoció viviendo juntos y también con cierto éxito en el trabajo, sobre todo en Milán.

Parecía que no había nada que hacer.

Pero el Señor le esperaba en Milán para encontrarse con ese gran hombre y pastor que fue San Ambrosio.

Fue aquí donde maduró su conversión, tras la cual escribió que lo que hasta entonces había sido el principal espejismo de su existencia perdió de repente su encanto. Escribió: «Lo que antes (de la conversión) había temido perder, ahora me alegraba de haberlo dejado atrás».

5. Mientras esperamos que llegue ese día para vuestra hija, vosotros, entretanto, estáis llamados a experimentar la pasión y muerte del Señor.

Al ver vuestra incapacidad para penetrar en el corazón de esta hija, os sentís como Jesús despojado de sus vestiduras, denigrado y humillado.

Su rechazo es para vosotros como una flagelación continua. Su obstinación es una coronación de espinas.

Esta es la cruz que lleváis. Sólo vosotros sabéis lo pesada y amarga que es.

6. Hubiera querido daros una fórmula para resolver brevemente la angustia que os oprime.

Pero esta fórmula no existe.

El Señor nos ha presentado la imagen de un padre que tiene un hijo que siente que el peso de la casa paterna le oprime y quiere marcharse a un país lejano.

Es el mismo dolor que sintió Jesucristo al ver el rechazo y la obstinación de algunos judíos.

También por ellos cargó amorosamente con la cruz. Su sufrimiento no fue en vano porque fue acompañado de varias conversiones antes y después de su muerte.

Por ahora, el Señor ha dispuesto que tu santificación pase por este camino, que fue el que él ya recorrió.

7.  No creo que necesite añadir más prácticas a lo que ya están haciendo.

Sigan haciendo celebrar Misas y rezando el Santo Rosario.

Sólo os sugiero que recitéis de vez en cuando las letanías dominicanas, que podéis encontrar pinchando en el buscador de nuestra web. Son poderosas para revertir radicalmente situaciones consideradas humanamente irremediables.

Sobre todo, te exhorto a ofrecer diariamente vuestra vida y vuestros sufrimientos ante el Señor por la conversión de la niña.

Si, como se ha dicho con razón, la sangre de los mártires es semilla de cristianos, debemos estar igualmente convencidos de que este martirio cotidiano suyo no es en vano ni para su santificación ni para la conversión de su hija.

Le acompaño con mis oraciones, y junto con usted a su querida hija.

Os bendigo y os deseo todo bien.

Padre Ángelo