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Padre Ángelo,

hemos tenido otras ocasiones de tener preciosas aclaraciones por su parte.

Esta vez mi pregunta es más bien breve, pero dado el momento de confusión que reina hoy en la Iglesia, me gustaría saber: ¿Es posible omitir el Credo de Nicea-Constantinopla o el símbolo de los Apóstoles, los domingos en la Santa Misa y sustituirlo por una serie de invocaciones intercaladas con un “creo en Ti, Señor” como si fuera una oración más de los fieles en la que probablemente no estén presentes todas las verdades de fe contempladas en el citado Credo? Digo probablemente porque el texto no se distribuye junto con el folleto dominical que contiene el Credo en cuestión.

Gracias, le agradecería, abusando de su cortesía, una respuesta privada.

¡Alabado sea Jesucristo!


Querido,

La recitación de la fórmula del Credo no sólo pretende estimular la profesión de fe, sino también memorizar las verdades centrales de la revelación cristiana. La mera repetición de la fórmula “creo en ti Señor” no ayuda a memorizarla, máxime cuando al no tener el texto a mano puede surgir la duda de que se haya eliminado o desvanecido alguna verdad.

2. Aprender de memoria la fórmula de nuestra fe tiene muchas ventajas. En primer lugar, nos ayuda a utilizar las palabras adecuadas para expresar verdades importantes sobre la naturaleza de Dios, Jesucristo, los misterios de nuestra salvación y nuestro destino eterno. A veces, en las discusiones, basta con corregir un error recordando que la Profesión de fe utiliza otra palabra. Y, en definitiva, uno se da cuenta de que es más preciso. Por otra parte, sabemos que estas profesiones de fe se redactaron tras muchas discusiones precisamente para evitar malentendidos y errores.

3. Señalas, con razón, que si sólo se repite Creo en ti, Señor y no se tiene el texto a mano, a veces puede ocurrir que no se entienda en qué se está creyendo por una mala expresión al dirigir la oración o por la tos de un vecino.

4. Me parece realmente extraño que tengas que repetir cosas que son obvias y para las que no hace falta mucho para entender a dónde conduce una innovación como la que te obligan a sufrir. Esto se debe a un cierto clericalismo que nunca ha disminuido, por el cual el sacerdote piensa que puede hacer lo que quiera en las celebraciones litúrgicas.

No pocas veces, este clericalismo invade a los mismos que dicen estar libres de él y mientras tanto manipulan la liturgia a su antojo obligando a los fieles a sus innovaciones.

5. A propósito de la memorización, conviene recordar un importante pasaje de un documento de la Iglesia sobre la catequesis a raíz de un Sínodo que Pablo VI había convocado en 1977.  Este santo Pontífice no pudo publicar el documento final porque murió. Lo mismo ocurrió con su sucesor Juan Pablo I. Fue Juan Pablo II quien publicó el documento con el título Catechesi tradendae el 16 de octubre de 1979. En él hay un párrafo que recuerda la necesidad de memorizar la profesión de fe.

6. Esto es lo que leemos: “La última cuestión metodológica, que es oportuno al menos subrayar – se debatió más de una vez en el sínodo – es la de la memorización.

Los inicios de la catequesis cristiana, que coincidieron con una civilización principalmente oral, fueron los que más utilizaron la memorización. La catequesis posterior ha tenido una larga tradición de aprendizaje mnemotécnico de las principales verdades.

Todos sabemos que este método puede tener ciertos inconvenientes: el menor de ellos es que se presta a una asimilación insuficiente, a veces casi nula, reduciendo todos los conocimientos a fórmulas que se repiten sin profundizar. Estos inconvenientes, unidos a las diferentes características de nuestra civilización, han llevado aquí y allá a la supresión casi total -algunos dicen que definitiva- de la memorización en la catequesis.

Sin embargo, en la IV Asamblea General del Sínodo se escucharon voces muy autorizadas para reequilibrar sensiblemente la función de la reflexión y la espontaneidad, del diálogo y el silencio, del trabajo escrito y la memoria. Además, algunas culturas siguen dando gran importancia a la memorización.

Mientras en la enseñanza profana de ciertos países se critica cada vez más las desagradables consecuencias de la desvalorización de esta facultad humana que es la memoria, ¿por qué no tratar de revalorizarla en la catequesis, de forma inteligente e incluso original, tanto más cuanto que la celebración o el “recuerdo” de los grandes hechos de la historia de la salvación exige tener un conocimiento exacto de ellos?

Una cierta memorización de las palabras de Jesús, de los pasajes bíblicos importantes, de los diez mandamientos, de las fórmulas de la profesión de fe, de los textos litúrgicos, de las oraciones fundamentales, de las nociones clave de la doctrina… lejos de ser contraria a la dignidad de los jóvenes cristianos o de ser un obstáculo para el diálogo personal con el Señor, es una verdadera necesidad, como han recordado con fuerza los Padres sinodales.

Debemos ser realistas. Las flores de la fe y de la piedad -si se pueden llamar así- no crecen en las zonas desérticas de una catequesis sin memoria. Lo esencial es que estos textos memorizados sean al mismo tiempo interiorizados, comprendidos poco a poco en su profundidad, para convertirse en fuente de vida cristiana personal y comunitaria. La pluralidad de métodos en la catequesis contemporánea puede ser un signo de vitalidad y genialidad. 

En todos los casos, lo importante es que el método elegido se refiera, en definitiva, a una ley fundamental para toda la vida de la Iglesia: la de la fidelidad a Dios y la fidelidad al hombre, en una misma actitud de amor” (n. 55).

7. La recitación colectiva del Credo en voz alta durante la misa es la profesión pública de nuestra fe. Toda la comunidad lo proclama, palabra por palabra. Lo proclama al mundo y lo transmite a las generaciones futuras, sin ninguna manipulación y sin introducir interpretaciones subjetivas. Al tiempo que me complace su preocupación por la pureza del anuncio y por el testimonio público de nuestra fe, le deseo lo mejor, le recuerdo al Señor y le bendigo.

Padre Ángelo