Questo articolo è disponibile anche in: Italiano Inglés Español Alemán

Querido Padre Ángelo,

Tengo dos preguntas sobre la corrección fraterna. Mi marido y yo vamos a misa todos los días (salvo compromisos extraordinarios) y mis hijos son fieles a la misa dominical. Llevo 24 años casada y desgraciadamente el matrimonio tiene muchos problemas, en concreto encuentro dos comportamientos graves de mi marido que, a pesar de los numerosos intentos de corrección por mi parte, han seguido siempre igual a lo largo de los años. Mi marido dice muchas mentiras y hace constantemente compromisos que no cumple ni siquiera parcialmente, lo que me parece grave también por el ejemplo negativo que da a sus hijos. Además, aunque se jubiló hace muchos años y por tanto tiene mucho tiempo libre, nunca ha querido implicarse en la educación de sus hijos ni pasar tiempo con ellos, dejarles jugar, ver una película, dedicarles tiempo o atención… básicamente no ha creado ninguna relación con ellos. Incluso he intentado que lea la explicación del cuarto mandamiento en el Catecismo de la Iglesia Católica, que también subraya las obligaciones de los padres hacia los hijos, pero su eterna respuesta: «Gracias por decirme estas cosas, no lo sabía», nunca va seguida de una corrección de su comportamiento. ¿Me equivoqué al insistir durante tantos años? ¿Puedo dejar de ser su buena conciencia ahora? A menudo me han dicho que los esposos cristianos deben ayudarse mutuamente para ir de la mano al Cielo, pero no sé si mis intervenciones son útiles o incluso contraproducentes, ya que no han dado ningún resultado.

La segunda cuestión se refiere a los niños. Un amigo católico que tiene hijos mayores de edad (la misma edad que los míos) dice que no se puede interferir en la vida de los hijos, si deciden no ir a misa o deciden vivir juntos no se les puede decir nada. No estoy de acuerdo, claro que no se puede obligar a nadie, pero como madre no me parece fuera de lugar decirle a un niño que un cristiano debe santificar las fiestas y que debe pensar en el matrimonio en lugar de convivir. ¿O estoy siendo demasiado intrusivo? Le pido disculpas por la larga carta, pero espero que pueda resolver estas dudas que tengo desde hace muchos años y le agradezco de corazón si quiere responderme.

¡Que Dios te bendiga!


Querida,

1. En primer lugar, me alegro de que tanto usted como su marido vayan a misa todos los días. Es una bendición continua para ti y para tu familia. En la oración que precede al prefacio de la misa del 26º domingo del tiempo ordinario, año b, se dice que la misa es «fuente de toda bendición». En efecto, la misa es el memorial de la muerte del Señor (1 Cor 11,26). Y Jesús, con su pasión y muerte, los ha comprado s a un gran precio (1 Cor 6,20).

Por tanto, seguid acudiendo cada día a sacar a manos llenas de esta fuente de toda gracia para vosotros, para vuestros hijos y para las necesidades de la Iglesia y del mundo. San Francisco de Asís «consideraba un grave signo de desprecio no oír misa todos los días, aunque fuera una sola, si el tiempo lo permitía» (Fuentes Franciscanas 789).

2. Pasando a las dos preguntas.

Para la primera: como tu marido, a pesar de los recordatorios, sigue siendo siempre el mismo, puedes aflojar la corrección. Sin embargo, sigue siendo necesario estimularlo al menos en algunas cosas. Las madres y las novias también tienen la tarea de consolar, exhortar y estimular. Sería un desastre que fracasaran en esta vocación que está inscrita en su propia naturaleza. A veces, los hijos y los maridos pueden considerarlos obsesivos. Pero su función es insustituible. Por eso también leemos en la Sagrada Escritura que «ella confía en el corazón de su marido» (Prv 31,11).

3. Para la segunda pregunta, es necesario recordar que hay que educar a los niños persuadiéndolos. Es necesario sacar a relucir una y otra vez los motivos que le llevan a uno a actuar de una determinada manera, tanto más cuanto que los estímulos que le llegan del mundo van en otra dirección. Si es cierto para todos que la formación moral y espiritual de una persona es una tarea interminable, lo es a fortiori para la educación de los niños. También con respecto a los niños, el Espíritu Santo dice por medio de San Pablo: » Proclama la Palabra de Dios, insiste con ocasión o sin ella, arguye, reprende, exhorta, con paciencia incansable y con afán de enseñar. Porque llegará el tiempo en que los hombres no soportarán más la sana doctrina;» (2 Tim 4,2-3).

4. Esta formación pasa en primer lugar por el testimonio de nuestra vida, porque los ejemplos cuentan más que las palabras. Pero también pasa por los discursos que hacemos en casa. El hogar, al igual que la Iglesia, es el lugar donde se alimenta y fortalece la fe. Pienso en el padre de Santa Teresa del Niño Jesús, que cada noche leía la vida del santo del día siguiente, incluyendo la práctica que debía realizar.Tenía un libro especial que valía la pena actualizar y leer cada noche delante de toda la familia. Traería un inmenso bien a todos, a los padres, a los niños y, por extensión, a muchas otras personas. Sin entrar en una actitud predicadora, la evangelización y la formación estarían en el aire en la propia casa.

5. Pero además de esto, siempre es necesario contrarrestar los errores de pensamiento y comportamiento que escuchamos y vemos. Al igual que es necesario recordar constantemente la meta hacia la que debe tender nuestra vida: la santificación. Te aseguro a tì y a tu hermosa familia mis oraciones.

Te encomiendo en la misa y te bendigo.

Padre Ángelo