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Querido Padre Ángelo
Te agradezco en primer lugar tus preciosas enseñanzas que he tenido la oportunidad de apreciar en su columna y la claridad al exponer y explicar las verdades reveladas, fruto evidente de una competencia poco común. Te escribo porque una respuesta suya sobre la cuestión de la beatitud esencial y accidental me ha dejado algo confuso.
En un mensaje fechado en abril de 2007, afirmas que incluso la gloria accidental es necesaria para la dicha. ¿Cómo puede necesitar algo más quien posee a Dios mismo (el Bien absoluto y supremo) para disfrutar de una felicidad plena?
Por otro lado, el Catecismo Romano afirma que «[…] la bienaventuranza suprema y absoluta que decimos que es esencial debe encontrarse en la posesión de Dios. Porque ¿qué puede faltar para la felicidad perfecta a quien posee al Dios más excelente y perfecto?» Agustín, citado por el mismo Tomás, parece razonar de la misma manera con respecto al conocimiento de las cosas creadas.
Padre Ángelo, gracias por su paciencia y te deseo lo mejor.
Saludos cordiales.
Marco
Querido Marco,
1. Santo Tomás hace una distinción muy importante para decir de qué manera se puede exigir una cosa. Escribe: «Una cosa puede ser necesaria para otra en cuatro maneras.
En primer lugar, como su presupuesto o requisito previo: como estudio para la ciencia.
En segundo lugar, como elemento perfectivo: como el alma, por ejemplo, se requiere para la vida del cuerpo.
En tercer lugar, como ayuda extrínseca: por ejemplo, se requieren compañeros para realizar una tarea.
En cuarto lugar, como elemento concomitante: como si dijéramos que el calor es necesario para el fuego» (Summa Theologica I-II, 4, 1).
2. Pues bien, la beatitud accidental que está constituida, por ejemplo, por la presencia del cuerpo y también por la compañía de los amigos no se requiere como elemento constitutivo, sino de la cuarta manera: como concomitante. Pues escribe: «Dado que la beatitud perfecta del hombre consiste en la visión de la esencia divina, la beatitud humana perfecta no depende del cuerpo. Por lo tanto, el alma puede ser bendecida sin el cuerpo.
Sin embargo, hay que recordar que una cosa puede pertenecer a la perfección de un ser determinado de dos maneras. En primer lugar, como elemento constitutivo de su esencia: el alma humana, por ejemplo, se requiere así para la perfección del hombre.
En segundo lugar, como elemento integrador, es decir, del mismo modo que la belleza del cuerpo y la presteza del intelecto pertenecen a la perfección del hombre. Aunque, por tanto, el cuerpo no pertenece a la perfección de la beatitud humana en el primer sentido, sí lo hace en el segundo» (Ib., I-II, 4, 5).
3. Santo Tomás hace un comentario similar sobre la presencia de los amigos.
Escribe: «Si hablamos de la beatitud perfecta que nos espera en la patria, la compañía de los amigos no es necesariamente necesaria para la beatitud, ya que el hombre tiene la plenitud de su perfección en Dios. Pero la compañía de los amigos confiere la plenitud de la beatitud» (Ib., I-II, 4, 8).
Por otra parte, leemos en la Sagrada Escritura que «junto con ella (es decir, con la sabiduría divina que consiste en la contemplación de Dios) me han llegado todos los bienes» (Sab 7,11).
Con la esperanza de que, además de la bienaventuranza esencial, puedas disfrutar también de la bienaventuranza accidental en la mayor medida posible, te encomiendo al Señor y te bendigo.
Padre Ángelo