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Querido Padre Angelo,
le escribo hoy, día de su partida en el peregrinaje hacia Lourdes y localidades dominicas de Francia del sur, en la octava de la Asunción de María (fiesta de su Inmaculado Corazón), para hacerle una pregunta, a la que responderá por supuesto a su regreso cuando tendrá tiempo para hacerlo (la pregunta quiero hacerla ahora para no olvidarme los detalles del asunto).
Quisiera pedirle si es correcto decir que Dios, siendo Él caridad perfecta, perdona a todas las personas aún antes de que se arrepientan (también a los que no creen en Él) y por tanto la condenación de las almas depende del rechazo de ser salvados.
Me explico: de lo que podido entender, creo que parte del valor de una confesión válida está en la afirmación voluntaria del penitente de unirse a Dios y por lo tanto ser salvado. Quienes están convencidos de lo que está bien y de lo que está mal pecan (y tal vez rehúsan confesarse), lo hacen porque permiten que su inclinación al pecado prevalezca sobre la voluntad de unirse a Dios. Después de haber decidido eso, Dios mismo decide respetar la libre elección de cada uno, separando definitivamente de sí aquellos que así lo quisieron.
Le deseo un feliz peregrinaje pleno de devoción Assumpta est Maria in caelum: gaudent Angeli, laudantes benedicunt Dominum.
Matteo
Respuesta del sacerdote
Querido Matteo,
1. Gracias por el gozo celestial que quisiste compartir en ocasión de la Asunción de María y de su proclamación como reina del cielo y de la tierra.
«Assumpta est Maria in caelum: gaudent Angeli, laudantes benedicunt Dominum”(María asunta a los cielos. Los Ángeles se alegran mientras alaban y bendicen al Señor).
En esos dos días benditos nos asociamos especialmente a la alegría y al júbilo de los ángeles.
Tendrían que ser para todos días de paraíso.
Espero que lo hayan sido para ti.
Como los dones y las gracias del Cielo colman de alegría, deseo que tu hayas sido colmado de muchas gracias.
2. Respondiendo a tu pregunta, te digo enseguida que la respuesta es afirmativa.
Dios ya perdonó a todos de antemano por dos razones.
La primera porque Dios es esencialmente misericordia.
Santo Tomás, después de haber mencionado las palabras del salmo: “Paciente y misericordioso es el Señor” (Sal 110) escribe: “misericordioso es como decir que alguien tiene miseria en el corazón, en el sentido de que le entristece la miseria ajena como si fuera propia. Por eso quiere desterrar la miseria ajena como si fuera propia. Este es el efecto de la misericordia. Entristecerse por la miseria ajena no lo hace Dios; pero sí, y en grado sumo, desterrar la miseria ajena, siempre que por miseria entendamos cualquier defecto. Y los defectos no desaparecen si no es por la perfección de alguna bondad: mas el origen primero de la bondad es Dios. (Suma teológica, I, 21, 3).
Luego Santo Tomás agrega que Dios es misericordia porque las perfecciones y gracias que nos otorga eliminan las deficiencias. (cfr. Ib.).
3. La segunda razón por la que Dios es esencialmente misericordia y que ya perdonó todo anticipadamente es gracias al sacrificio de Cristo, que cumplió una expiación sobreabundante de nuestros pecados.
4. ¿Con esto quiere decir que estamos todos salvados de antemano?
No.
Si el sol por su naturaleza es luz y calor (lo es y lo será siempre), no quiere decir que todo esté iluminado y calentado por el sol.
Lo están sólo aquellas realidades que a él se exponen.
Análogamente: Dios por es por naturaleza bondad y misericordia. Pero para acoger su bondad y misericordia es necesario abrirse a Él.
Así como una habitación se queda a oscuras si están cerradas puertas y postigos, queda en la oscuridad aun si afuera el sol brilla en todo su esplendor, de la misma manera podemos quedar separados de Dios, no obstante Él sea por naturaleza, misericordia y perdón.
5. Santo Tomás escribe: “La gracia es causada en el hombre por la presencia de la divinidad, como lo es la luz en el aire por la presencia del sol” (Suma teológica, III, 7, 13). Ahora bien, Dios está siempre presente: está en el cielo, en la tierra y en todo lugar. Él es el inmenso.
Aun si en nuestro modo de hablar decimos que Dios se aleja del hombre, en realidad es siempre y sólo el hombre quien se aleja de Dios.
Alejándose, se priva de la misericordia y del perdón ganados por Cristo.
Este perdón está siempre vivo. Es como la zarza ardiente, que vio Moisés en el Monte Sinaí, que se quemaba sin consumirse.
6. Respecto a ello quiero compartir el testimonio de nuestro Santo Padre Domingo quien pasaba las noches orando por la conversión de los pecadores y gimiendo decía: “Dios mío, misericordia mía, ¿qué será de los pecadores?”
No rezaba para informar a Dios sobre la existencia de los pecadores.
Más bien rezaba y pasaba toda la noche en oración para que la gracia de Dios se hiciera presente y fuera operativa en el corazón de los pecadores.
Se hacía mediador entre Dios, que es perdón y misericordia, y los pecadores.
La caridad lo tenía simultáneamente unido a Dios y a los pecadores. Y justamente por eso estaba en condiciones de hacer presente y operativo el perdón y la misericordia de Dios en el corazón de ellos.
No debemos olvidar que la conversión de los corazones es solamente obra de Dios.
7. También me gusta traer como ejemplo el testimonio de Santa Teresa del Niño Jesús que se ofreció a sí misma como víctima al amor misericordioso de Dios.
Con este acto quiso ofrecer a Dios cada acción suya para que la misericordia de Dios se hiciera presente y activa en el corazón de los pecadores, con los que estaba unida por medio de la caridad.
8. Tu reflexión es acertada y merece que hagamos como lo hizo el Santo Padre Domingo y como lo hizo Santa Teresa del Niño Jesús.
La única expresión que cambiaría sería esta: “Después de haber decidido eso, Dios mismo decide respetar la libre elección de cada uno, separando definitivamente de sí aquellos que así lo quisieron”.
En lugar de decir “separando definitivamente de sí aquellos que así lo quisieron”, yo diría: “aceptando que se separen definitivamente de sí aquellos que así lo quisieron”.
Si bien tu expresión sea bíblicamente correcta, puesto que el texto sagrado dice que en el Juicio Final Jesucristo separará los unos de los otros como lo hace el pastor con las ovejas y las cabras (cfr. Mt 25, 32).
Te agradezco de corazón por los deseos que me has expresado.
Hubiera querido que la peregrinación hubiera sido “densa de devoción”, como tú me has augurado.
Seguramente fue densa de gracias.
Te deseo todo bien, te bendigo y te recuerdo en la oración.
Padre Angelo