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Buenos días Padre,
me dirijo a usted porque siento la necesidad de interpelar a quien está más adelantado que yo en el camino del conocimiento y de la fe, para que me ayude a hallar las respuestas a ciertos interrogantes que me planteo.
Escuché a un docente que decía que los milagros hechos por Jesús efectivamente nunca ocurrieron.
Añadió además, que los milagros, son una de aquellas cosas de las que a la Iglesia le cuesta desprenderse. Entonces me dirigí a un sacerdote, que me dio una respuesta más bien aproximada y me dejó perplejo, y la cosa aún más importante, en la duda. Quisiera sin embargo dejar claro que aunque en la eventualidad de que los milagros de Jesús, no hubieran ocurrido, de todos modos esto no haría vacilar mi fe y tampoco cambiarían mis convicciones, como también mi credo, es más, comprendiendo más profundamente algunos aspectos y pudiendo hacer mejor análisis, terminaría fortaleciendo mi fe.
Expongo por fin mis preguntas, concretamente: los milagros de Jesús, ¿existieron realmente? ¿O constituyen una suerte de mitología cristiana que confiere a Jesús un aura épica, de todos modos perfectamente comprensible, dada la importancia de la figura de Jesús? ¿O bien el relato de los milagros es útil para transmitir verdades más complejas? En fin, si efectivamente los milagros no caben en la historia, ¿cómo se puede definir el milagro más grande e importante, es decir la resurrección?
Le agradezco desde ya, y le pediría que me responda  según la verdad y profundizándola, tanto cuanto le sea factible, porque este tema me resulta difícil, por lo que puedo esperar todo lo que haga falta.
Le saludo cordialmente.


Respuesta del sacerdote

Muy querido,
1. ¿cómo podríamos creer en la divinidad de Cristo, si no nos la hubiese manifestado con signos?
A los que no creían en su divinidad Jesús les dijo: «Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras» (Gv 14,11).

2. Todavía más: «Si no hago las obras de mi Padre, no me crean; pero si las hago, crean en las obras, aunque no me crean a mí. Así reconocerán y sabrán que el Padre está en mí y yo en el Padre» (Jn 10, 37-38). 
«Si yo no hubiera hecho entre ellos obras que ningún otro realizó, no tendrían pecado. Pero ahora las han visto, y sin embargo, me odian a mí y a mi Padre» (Jn 15, 24). 

3. Jesús prometió que sus discípulos también habrían tenido la posibilidad de cumplir milagros como signo de su divinidad: «Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre» (Jn 14, 12).
Mira lo que dijo después de su ascensión: «Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán» (Mc 16,17-18).

4. El Catecismo de la Iglesia Católica habla de milagros como de signos que confirman su identidad divina y su misión: “Jesús acompaña sus palabras con numerosos «milagros, prodigios y signos» (Hch 2, 22) que manifiestan que el Reino está presente en Él. Ellos atestiguan que Jesús es el Mesías anunciado (cf, Lc 7, 18-23)” (CIC 547).
Los signos que lleva a cabo Jesús testimonian que el Padre le ha enviado (cf. Jn 5, 36; 10, 25). Invitan a creer en Jesús (cf. Jn 10, 38). Concede lo que le piden a los que acuden a él con fe (cf. Mc 5, 25-34; 10, 52). Por tanto, los milagros fortalecen la fe en Aquel que hace las obras de su Padre: éstas testimonian que él es Hijo de Dios (cf. Jn 10, 31-38). Pero también pueden ser «ocasión de escándalo» (Mt 11, 6). No pretenden satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de tan evidentes milagros, Jesús es rechazado por algunos (cf. Jn 11, 47-48); incluso se le acusa de obrar movido por los demonios (cf. Mc 3, 22) (CIC 548).

5. “Al liberar a algunos hombres de los males terrenos del hambre (cf. Jn 6, 5-15), de la injusticia (cf. Lc 19, 8), de la enfermedad y de la muerte (cf. Mt 11,5), Jesús realizó unos signos mesiánicos; no obstante, no vino para abolir todos los males aquí abajo (cf. Lc 12, 13. 14; Jn 18, 36), sino a liberar a los hombres de la esclavitud más grave, la del pecado (cf. Jn 8, 34-36), que es el obstáculo en su vocación de hijos de Dios y causa de todas sus servidumbres humanas” (CIC 549).

6. Para Santo Tomás los milagros eran obligados para que nosotros pudiéramos creer.
Primero, y principalmente, para confirmar la verdad que uno enseña. Porque, al exceder las cosas de la fe la capacidad humana, no pueden probarse con razones humanas, sino que es necesario probarlas con argumentos del poder divino, a fin de que, haciendo uno las obras que solamente puede hacer Dios, crean que viene de Dios lo que se enseña; así como, cuando uno presenta una carta sellada con el sello del rey, se cree que el contenido de la misma ha emanado de la voluntad real.
Segundo, para mostrar la presencia de Dios en el hombre por la gracia del Espíritu Santo, de modo que, al realizar el hombre las obras de Dios, se crea que el propio Dios habita
en él por la gracia. Por esto se dice en Gal 3,5: El que os otorga el Espíritu y obra milagros entre vosotros.
Y ambas cosas debían ser manifestadas a los hombres acerca de Cristo, a saber: Que Dios estaba en Él por la gracia no de adopción sino de unión, y que su doctrina sobrenatural provenía de Dios. Y por estos motivos fue convenientísimo que hiciera milagros. Por lo cual dice Él mismo en Jn 10,38: Si no queréis creerme a mí, creed a las obras. Y en Jn 5,26: «Las obras que el Padre me ha concedido hacer, ellas dan testimonio de mí» (Suma teológica, III, 43,1).

7. “Los milagros hechos por Cristo eran suficientes para dar a conocer su divinidad, por tres motivos:
Primero, por la calidad de las obras, que superaban todo el alcance del poder creado y, en consecuencia, no podían ser hechas más que por el poder divino. Y por esta causa el ciego curado decía, en Jn 9, 32-33: Jamás se ha oído que alguien haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento. Si éste no viniera de Dios, no podría hacer nada.
Segundo, por el modo de hacer los milagros, puesto que los realizaba como con poder propio, y no orando, como los otros.
Por esto se dice en Lc 6,19 que salía de él una fuerza que sanaba a todos. Con lo cual se demuestra, como dice Cirilo, que no recibía ningún poder ajeno, sino que, al ser Dios por naturaleza, manifestaba su propia virtud sobre los enfermos. Y también por tal motivo hacía milagros innumerables. A lo mismo se debe que, comentando el pasaje de Mt 8,16 —Expulsaba con su palabra los espíritus, y curó a todos los enfermos —, diga el Crisóstomo: Fíjate en la multitud de curados que los Evangelistas pasan de corrida, sin hablar de cada uno de los curados, sino presentando en pocas palabras un piélago inefable de milagros. Y con esto quedaba demostrado que tenía un poder igual al de Dios Padre, según aquellas palabras de Jn 5,19: Lo que hace el Padre, eso también lo hace igualmente el Hijo; y a continuación (v.21): Como el Padre resucita a los muertos y les da la vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere.
Tercero, por la misma doctrina con la que se declaraba Dios, la cual, de no ser verdadera, no hubiera sido confirmada por milagros hechos con el poder divino. Y por esto se escribe en Mc 1, 27: “¿Qué nueva doctrina es ésta? Porque manda con poder a los espíritus inmundos, y le obedecen” (Ib., III, 43, 4).

8. Es verdad que creemos porque Dios nos ha infundido la luz sobrenatural de la fe y nos dio la fuerza para adherir a ella.
Pero el Señor quiso mostrar su divinidad con signos que para nosotros son irrefutables, para mostrar su divinidad.
Es cierto que también Moisés y los profetas hicieron muchos milagros. Pero, observa San Agustín, quiso hacer algo propio: “así pues nació de una Virgen, resucitó de entre los muertos y subió al cielo” (En Ioh. Ev. tract., 91).

9. Creo que se le podría preguntar a tu profesor si Dios, después de haber sacado todo de la nada con la creación, ¡no sería capaz de obrar milagros!
¿Por qué la Iglesia tendría que despojarse de los milagros de Cristo, que son los signos más hermosos de su divinidad?
¿No sería mejor que todos fuéramos más humildes ante Cristo frente a los santos Padres y a los santos Doctores de la Iglesia?
¿Por qué queremos un Dios a nuestra imagen y semejanza?

Te bendigo, te deseo que prosiga serenamente el año nuevo, te recuerdo en la oración.
Padre Angelo