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Hola Padre Angelo,

Visto que estamos en el periodo natalicio y viviendo en Apulia hicimos una peregrinación a San Giovanni Rotondo de San Pio de quien soy muy devoto.

En la iglesia encontramos un fraile que hablaba a algunos peregrinos del Santo y nos detuvimos a escucharlo. El fraile dijo una cosa que me impresionó mucho y es que San Pio conservó la gracia bautismal toda la vida, lo que podría significar (si entendí bien) que el santo nunca cometió pecado mortal. Después agregó que la frase “llena de gracia” que decimos a la Virgen María se podría decir también al santo de Pietrelcina dado que nunca pecó gravemente.

Estas afirmaciones me dejaron perplejo…

¿Es posible que San Pío (o cualquier otro santo, aparte obviamente de la Virgen María y Jesús) no hayan cometido pecado mortal durante toda la vida?

Feliz Navidad (2017).


Estimado,

1. No son pocos los que pasaron toda la vida conservando intacta la gracia del bautismo, sin jamás cometer pecado grave.  

2. He aquí algunos testimonios.

Principalmente el testimonio de Santo Domingo.

En una oración escrita por su sucesor inmediato en la guía de la orden, el beato Giordano di Sassonia, se lee: “Tu, en la flor de tu juventud, entregaste tu virginidad a la belleza del esposo de las vírgenes. Has consagrado tu alma revestida de la blancura del santo bautismo y enriquecida del Espíritu Santo al castísimo amante de las vírgenes. Ofreciste tu cuerpo como hostia viva, santa y agradable a Dios”

De resto el mismo Santo Domingo sobre el lecho de muerte dijo a los frailes presentes: “Hijos míos, la misericordia de Dios me conservó hasta hoy una carne pura y una virginidad sin mancha. Es la custodia de esta virtud lo que hace al siervo de Dios agradable a Cristo y que le da gloria y crédito ante los hombres”. 

3. La segunda es Santa Gemma Galgani. En una hermosa biografía el padre Germano Ruoppolo relata algunos fragmentos del relato escrito por el padre Pietro Paolo confesor de la santa, en los cuales se lee: “La he escuchado varias veces en confesión, en el año 1901 Gemma pidió y obtuvo de su padre espiritual Mons. Volpi hacer una confesión general conmigo, para prepararse mejor a recibir las indulgencias de S. Jubileo. Tal confesión fue muy solicitada y fue hecha en tres partes, y yo tuve modo de saber que aquella creatura había conservado la inocencia bautismal”.

El padre Germano agrega: “Es apenas necesario recordar que la inocencia, las virtudes y los dones no son, como los pecados, materia del sello sacramental; y así se entiende como los confesores de los siervos de Dios no se han hecho nunca escrúpulos de manifestarlos después de la muerte de sus santos penitentes. (v. Ballerini – Palmieri, n 952 y sig.).

Ballerini y Palmieri son dos jesuitas, grandes teólogos moralistas de la segunda mitad del siglo XIX.

4. La tercera es Santa teresa del niño Jesús, que entró en la orden de los carmelitas. Poco después de su ingreso obtuvo la gracia de hacer una confesión general con el padre espiritual del monasterio. He aquí el recuento:

 “Mi conversación con el buen padre fue para mi una gran consolación, aunque cubierta de lagrimas a causa de la dificultad que experimenté para abrir mi alma, sin embargo, hice una confesión como nunca la había hecho, al final el padre me dijo las palabras más consoladoras que hayan resonado en mi alma: «En presencia de Dios, de la Santísima Virgen y de todos los Santos, declaro que nunca ella ha cometido un pecado mortal”.

Después agregó: «agradezca al buen Dios por lo que hace por usted, pues si la abandonase, en lugar de ser un pequeño ángel, usted se convertiría en un pequeño demonio».

¡No, no me costó nada creerlo! Sabía lo débil e imperfecta que era. Pero la gratitud embargaba mi alma. Tenía tanto miedo de haber empañado la vestidura de mi bautismo, que una garantía como aquélla, salida de la boca de un director espiritual como los quería nuestra Madre santa Teresa -es decir, que uniesen la ciencia y la virtud-, me parecía como salida de la misma boca de Jesús… El buen padre me dijo también estas palabras que se me grabaron dulcemente en el corazón: «Hija mía, que Nuestro Señor sea siempre tu superior y tu maestra de novicias». De hecho, lo fue. Y también «mi director espiritual».” (Historia de un alma, 196).

5. En mi experiencia de confesor te puedo asegurar que he encontrado personas que han conservado intacta la gracia del bautismo.

Incluso hoy están entre los jóvenes, es de esperarse que lo conserven para siempre sin jamás presumir de sí mismos según el sermón de San Pablo: “así pues el que crea estar en pie tenga cuidado de no caer” (1 Cor 10,12).

6.  La segunda afirmación del buen fraile capuchino debe entenderse bien sin crear ambigüedad, La Virgen María es llena de gracia sobre todo porque estuvo exenta del pecado original desde el primer instante de su existencia. En Segundo lugar, porque Dios derramó sobre ella un grado de santidad que no derramó ni siquiera sobre la iglesia entera, queriendo hacer de Ella una segunda Eva, madre universal de cada uno de sus hijos.  La iglesia le da un culto que es superior al de todos los siervos (dulía) de Dios, un culto de hiperdulía.  

El padre pio tubo la santidad en un grado inminente. Alguno lo ha definido como el gigante de la santidad. Pero la santidad del padre pio está dentro de los siervos de Dios, de los cuales el primer lugar lo ocupa San José. También el padre Pio fue contaminado del pecado original, del cual fue liberado en con el bautismo, aunque por motivo de la fragilidad humana fue rozado por el pecado venial y de las imperfecciones por eso acudía al sacramento de la penitencia es decir se confesaba.

Solo la virgen María fue exenta del pecado original por el singular privilegio que debía ser la madre de Dios.

Cierto, el hecho que el padre pio no haya cometido jamás pecados graves hace comprender que la gracia de Dios en él nunca se desmoronó y que en esto fue semejante al sol que en su avanzar es como un gigante que recorre su camino. (cfr. Sal 9,6).

Mientras te deseo la bendición de padre pio, te encomiendo en mi oración y te bendigo.

Padre Angelo


Traducido por Laura A. Ustáriz C.