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Gracias por recordarme al Señor y me gustaría aprovechar la oportunidad para preguntarle algunas cosas sobre la profesión: 1. ¿Es cierto que en estos eventos de gracia se reciben gracias especiales del Señor, también para los que participan? Con la profesión simple, además de mi deseo de asistir a misa todos los días y rezar el Oficio Divino, ¿existe también una obligación sub gravi de cumplir con estos deberes?
Gracias.
Y que Dios te bendiga.
Querido,
1. Le felicito cordialmente por tu profesión religiosa.
Has hecho los votos de pobreza, castidad y obediencia. Pero por debajo y por encima de estos mismos votos te has entregado al Señor para ser todo suyo.
Esta profesión es una auténtica consagración: te has desprendido de decidir cómo quieres que sea tu vida y te has entregado al Señor.
2. Hasta hace poco más de un siglo, los religiosos de las antiguas órdenes hacían la profesión solemne inmediatamente después del noviciado, que es como un matrimonio de nuestra alma con el Señor.
Ahora bien, por razones de prudencia, la Iglesia hace primero la profesión temporal, al menos durante tres años, pero quien hace la profesión temporal tiene en su corazón el deseo de ser del Señor para siempre.
3. Pues bien, al igual que los novios de este mundo se comunican sus bienes el día de su boda, para que los bienes de uno se conviertan en los del otro, así Jesús ha querido hacer lo mismo contigo el día de tu profesión.
4. A este respecto, me gustaría citar lo que una santa, muy querida por ti y por mí, escribió sobre su profesión: Santa Teresa del Niño Jesús. El día antes de su profesión, el diablo intentó perturbar su alegría.
La víspera de su profesión, el demonio intentó perturbar su alegría. Esto es lo que sucedió (el subrayado en cursiva es mío): «Por fin llegó el hermoso día de mi boda, estaba despejado sin nubes, pero la víspera se levantó en mi alma una tormenta como nunca había visto. Nunca había tenido una sola duda sobre mi vocación; tenía que conocer esta prueba. Al atardecer, mientras realizaba el Vía Crucis después de la mañana, mi vocación se me apareció como un sueño, una quimera… La vida del Carmelo me parecía hermosa, pero el demonio me inspiraba la certeza de que no estaba hecha para mí, de que había engañado a mis superiores procediendo por un camino al que no estaba llamada… Mi oscuridad era tan grande que sólo veía y comprendía una cosa: ¡no tenía vocación! Me pareció (lo cual es absurdo, y prueba que la tentación era del demonio) que si le hubiera contado a la Maestra mis temores, me habría impedido hacer los santos votos; pero quise hacer la voluntad de Dios y volver al mundo antes que quedarme en el Carmelo haciendo la mía; por eso mandé llamar a mi Maestra y, lleno de confusión, le conté el estado de mi alma… Afortunadamente, ella lo vio más claro que yo, y me tranquilizó por completo; por otra parte, el acto de humildad que había hecho puso en fuga al diablo, que tal vez pensó que no me atrevería a confesar la tentación. En cuanto terminé de hablar, mis dudas desaparecieron; para hacer más completo mi acto de humildad, quise confiar mi extraña tentación a Nuestra Madre, que se contentó con reírse de mí» (Historia de un alma 217).
5. Y esto es lo que el Señor preparó para ella en ese día. Era el día de su boda: «En la mañana del 8 de septiembre, me sentí inundada por un río de paz, y en esta paz «que sobrepasaba todos los sentimientos» pronuncié mis santos votos. Mi unión con Jesús no se produjo entre relámpagos y destellos, es decir, entre gracias extraordinarias, sino en el soplo de un viento suave semejante al que nuestro padre San Elías sintió en la montaña.
¡Cuántas gracias pedí ese día! Me sentí verdaderamente la Reina, aproveché mi título para liberar a los prisioneros, para obtener los favores del Rey para sus súbditos ingratos, y finalmente quise liberar a todas las almas del Purgatorio y convertir a los pecadores. Recé mucho por mi Madre, por mis queridas Hermanas, por toda la familia, pero sobre todo por mi Padre, tan probado y a la vez tan santo. Me ofrecí a Jesús para que cumpliera perfectamente su voluntad en mí, sin ningún obstáculo de las criaturas. Aquel hermoso día pasó como el más triste de los días, porque los más radiantes tienen un mañana, pero sin tristeza puse mi corona a los pies de la Virgen, sentí que el tiempo no me quitaría la felicidad. ¡Qué hermosa fiesta, la natividad de María para convertirse en la esposa de Jesús! Fue la Santa Virgen niña de un día presentando su pequeña flor al Niño Jesús. Aquel día, todo fue pequeño, salvo las gracias y la paz que recibí, salvo la serena alegría que sentí al atardecer, viendo titilar las estrellas, y pensando que pronto el hermoso cielo se abriría ante mis ojos embelesados, y que podría unirme a mi Esposo en la felicidad eterna» (Historia de un alma 218).
6. Estoy convencido de que ese día el Señor no habrá negado nada a Santa Teresa. La gran paz que experimentó fue quizá la señal más elocuente de ello. A los que participan en esta consagración también se les concede algo. Participan con su presencia, con su afecto, con su oración. Sería extraño que no participaran también de la gracia. ¡Yo diría: como participan en una boda (¡y qué boda!) participan en la comida y además reciben los regalos de la boda! Lo reciben de Jesús mismo.
7. Aprovecho también esta ocasión para relatar lo que esperaba Albert Lagrange, el futuro padre Marie-Ioseph Lagrange, que más tarde se convertiría en el célebre fundador de la École biblique de Jerusalén, con motivo de la fiesta del Santo Padre Domingo en el año de su noviciado. Creo que estos deseos eran los mismos que tenía en su mente cuando tomó el hábito e ingresó en la Orden.
«26 de julio [1880]. Pedir a Santo Domingo su espíritu, su oración continua, su devoción a la Santísima Virgen y su protección, su celo por la salvación de las almas.
27 de julio [1880]: «¡Oh, Padre mío, Santo Domingo, tú sabes que te amo! Entré en vuestra Orden con la esperanza de que un día me recibiréis en la puerta del Cielo y me llevaréis a los pies de Nuestra Señora María Inmaculada. Concédeme a mí y a todos mis familiares esta gracia de llegar al cielo bajo tu bandera. Te pido de nuevo una abundante efusión de tu Espíritu en toda la Orden y en el noviciado. La curación de mi hermana Thérèse y su vocación a la Orden. El valor para mis padres, la curación de mi madre. El matrimonio de mi hermana Pauline con un buen cristiano, devoto de María. La vocación a la Orden de …, …, y …. J. Que dos tercios de tu espíritu sean míos» (Diario Espiritual, pp. 83-84).
Tú también puedes pedir sin cesar al Santo Padre Domingo que te dé los dos tercios de tu espíritu. ¿Esto está mal? Creo que no.
8. Con motivo de su profesión escribió: «6 de octubre de 1880. Miércoles, San Bruno. Ecce venio: in capite libri scriptum est de me ut faciam Deus, voluntatem tuam (“Aquí estoy, yo vengo –como está escrito de mí en el libro de la Ley– para hacer, Dios, tu voluntad»; Heb 10,7). Ecce ancilla Domini, fiat mihi secundum Verbum tuum (Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho; Lc 1,38). Amor obediente. Tendría mucho que decir: Oh Dios mío, tú escuchas los gemidos de mi corazón y su acción de gracias.
Jesús, dame a María Inmaculada por Madre. Santa María, dame a Jesús crucificado por mi Esposo. Morir por el honor de Santa María o por el Santísimo Sacramento de Jesús. (Lágrimas) Yo, una nada, te pido, oh Dios mío, tu misericordia.
Gratias Deo et Beatae Mariae et Beato Dominico (Demos gracias a Dios, a la Santísima Virgen María y al Beato Domingo)». (Diario Espiritual, pp. 97-98).
9. Llego ahora a la última pregunta que me ha formulado: el compromiso de recitar todas las Horas de la liturgia de la Iglesia concierne a los ministros sagrados (a partir del diaconado, con algunas excepciones para los diáconos permanentes) (cf. Principios y Normas de la Liturgia de las Horas, n. 29 y 30) y también a las comunidades religiosas obligadas a la Liturgia de las Horas y a sus miembros individuales (n. 31,b). Así son las comunidades de las órdenes religiosas. Los miembros de las órdenes religiosas están estrictamente vinculados a la Liturgia de las Horas desde la profesión solemne. No se menciona la misa. Pero debería ser una exigencia del corazón. Porque si uno no siente la necesidad de estar con Jesús, de alimentarse de su palabra, de conformarse con su sacrificio, de estar junto a él, ¿cuál sería la razón de estar en la vida religiosa?
Mañana (22 de septiembre) es el octavo día de tu consagración. Vívelo con el espíritu de Santa Teresa y del Padre M.J. Lagrange.
Te acompaño con mi oración y te bendigo. Padre Ángelo