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Pregunta

Hola Padre Ángelo

Me llamo M., tengo 27 años y me gustaría intentar la oposición a judicatura. El otro día un amigo me preguntó si no encontraba una contradicción entre este deseo y las palabras de Jesús en el Evangelio «no juzgues», y también entre el hecho de tener que infligir un castigo a los culpables y la llamada a la misericordia y al perdón, con especial referencia al comportamiento de Dios con Caín , al que protegió incluso después del asesinato de su hermano Abel.

¿Qué te parece? ¿Existe, en efecto, una contradicción para el cristiano que quiere ser un magistrado, un hombre de derecho, con respecto a las exigencias de la caridad? ¿Cómo debe comportarse un creyente llamado a cumplir estas funciones?

Gracias


Respuesta del sacerdote

Querido M.,

1. No, no hay contradicción entre ser magistrado y las exigencias del Evangelio.

Es cierto que en el escrito La Tradición Apostólica, atribuido a San Hipólito a principios del siglo III, se pide a los cristianos que no ejerzan la profesión de soldado ni la de magistrado supremo o de quien tiene poder de vida y muerte, para evitar la imposición y ejecución de penas de muerte (cf.). Sin embargo, también en esa época otro escritor cristiano, Tertuliano, afirma que «es bueno que los culpables sean castigados» (De Spectaculis, cap. 19).

2. Gracias a Dios, al menos aquí, ya no existe el problema de la pena de muerte, que es sin duda la sentencia más grave que puede dictar un juez. Así que podría decirte que te ciñas a la regla de San Ambrosio, que alabó al magistrado que por clemencia transformó la pena de muerte en una sentencia de prisión: «Sé que la mayoría de los paganos se consideran honrados por haber traído de su administración en las provincias un hacha sin sangre: ¿qué deben hacer entonces los cristianos?» (Cartas, n. 25, 8).

Trayendo a colación el ejemplo de Jesús, que no condenó a lapidación a la adúltera, dice: «Tenéis un ejemplo que imitar» (Ib.). San Ambrosio antes de ser obispo de Milán había sido magistrado y lugarteniente del emperador. Pues bien, al pronunciar tus sentencias, tú también puedes manifestar al mismo tiempo las exigencias de la reparación con las de la mansedumbre cristiana.

3. Por otro lado, el castigo de los delitos es necesario. Esto se exige tanto por la necesidad de la conversión de los culpables, como por la prevención de los propios delitos, y por el orden de la sociedad, que exige la reparación del mal causado en perjuicio de sus miembros, y la garantía de la paz social. El deber de la sociedad es prevenir y castigar el mal. Es un servicio estupendo e inerradicable. Para un cristiano es también un acto de caridad hacia su prójimo.

4. El precepto evangélico de no juzgar no debe entenderse como pretender que no ha pasado nada, como cerrar los ojos al mal. Si así fuera, estaríamos conspirando con el mal y, por tanto, seríamos culpables de él. Así comenta Santo Tomás las palabras del Señor: «El juicio es del Señor, y nos ha confiado el juicio de las cosas exteriores, mientras que se ha reservado el juicio de las cosas interiores» (Comentario al Evangelio según San Mateo, 7,1).

5. Por poner algunos ejemplos: un profesor en la escuela tiene la tarea de juzgar si uno ha aprendido la materia. Es su deber hacerlo. Así también los responsables, antes de expedir una licencia en cualquier campo, deben probar al sujeto, deben juzgar sus conocimientos y su capacidad. Y así en cualquier otro campo.

Por tanto, recuerda siempre el principio dado por Santo Tomás: «El Señor nos ha confiado el juicio sobre las cosas externas, mientras que se ha reservado para sí el juzgar sobre las internas, es decir, sobre el secreto de las conciencias». 

6. Si la profesión de magistrado te atrae, abrázala. El Señor manifiesta su voluntad también a través de la atracción del bien. Te deseo mucho bien, te encomiendo al Señor y te bendigo.

Padre Ángelo