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Cuestión
Querido Padre Ángelo,
te hago una pregunta que surgió durante una discusión con unos amigos. Si una persona, bajo amenaza de muerte, comete un asesinato (u otro pecado), ¿es un pecado mortal?
Gracias de antemano por su respuesta
Respuesta del sacerdote
Querido,
1. Debemos obedecer a Dios antes de obedecer a los hombres (Hechos 5,29). Porque es a Él a quien debemos responder por nuestras vidas y acciones. «Porque todos debemos comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba, de acuerdo con sus obras buenas o malas, lo que mereció durante su vida mortal.» (2 Cor. 5,10).
2. Por tanto, si alguien te manda cometer un asesinato o incluso un pecado mortal bajo pena de muerte, debes estar dispuesto a dar tu vida. Dice el Señor: «¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde y arruina su vida?” (Lucas 9,26). Y también: «¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su propia vida? ¿O qué podrá dar un hombre a cambio de su vida?» (Mt 16,26).
3. La Sagrada Escritura nos presenta testimonios muy hermosos de personas que prefirieron la muerte a entregarse al pecado. En el Antiguo Testamento tenemos el caso de Susana. A los jueces injustos que la amenazaban con matarla si se negaba a ceder a sus impuros deseos, ella respondió: «Ay, ¡qué aprieto me estrecha por todas partes! Si hago esto, es la muerte para mí; si no lo hago, no escaparé de vosotros. Pero es mejor para mí caer en vuestras manos sin haberlo hecho que pecar delante del Señor» (Dan 13,22-23). Lograron condenarla a muerte, pero antes de la ejecución Dios despertó el espíritu de un joven (Daniel) que la liberó y contradijo a los dos jueces que la habían acusado.
4. Tenemos el testimonio muy elocuente de Juan el Bautista, que consideraba un grave pecado de omisión permanecer en silencio ante el comportamiento escandaloso de Herodes. Y precisamente por hablar se enfrentó a la decapitación. Jesús también lo alabó por este testimonio supremo, diciendo de él que era » la lámpara que arde y resplandece» (Jn 5,35). Al decir que «arde y alumbra» en tiempo presente y no en imperfecto significa que nosotros también debemos hacer lo mismo.
5. Además, en la Iglesia primitiva cuántos cristianos aceptaron ser perseguidos e incluso asesinados con tal de no realizar el acto idolátrico de quemar incienso frente a la estatua del Emperador. Y con respecto a éstos, esto es lo que leemos en el libro del Apocalipsis: » ¡El que pueda entender, que entienda! El que tenga que ir a la cárcel, irá a la cárcel; y el que tenga que morir por la espada, morirá por la espada. En esto se pondrá a prueba la perseverancia y la fe de los santos. » (Ap. 13,9-10).
6. Me complace recordar lo que Juan Pablo II escribió en la Encíclica Veritatis Splendor: «El martirio es un signo luminosísimo de la santidad de la Iglesia: la fidelidad a la santa ley de Dios, testimoniada por la muerte, es un anuncio solemne y un compromiso misionero” usque ad sanguinem” para que el esplendor de la verdad moral no se oscurezca en las costumbres y en la mentalidad de los individuos y de la sociedad. Este testimonio ofrece una contribución extraordinariamente valiosa para que, no sólo en la sociedad civil, sino también en el seno de las propias comunidades eclesiales, no se caiga en la crisis más peligrosa que puede afligir al hombre: la confusión del bien y del mal, que hace imposible construir y conservar el orden moral de las personas y de las comunidades.
Los mártires, y más ampliamente todos los santos de la Iglesia, con el ejemplo elocuente y fascinante de una vida totalmente transfigurada por el esplendor de la verdad moral, iluminan cada época de la historia despertando su sentido moral. Dando pleno testimonio de la bondad, son una reprimenda viva a los que transgreden la ley (cf. Sb 2,12) y hacen resonar con permanente actualidad las palabras del profeta: “¡Ay de los que llaman bien al mal y mal al bien! de los que cambian las tinieblas en luz y la luz en tinieblas. de los que vuelven dulce lo amargo y amargo lo dulce!’ (Is 5,20)». (VS 93).
7. Hay muchas personas hoy, incluso dentro de la Iglesia, que sufren a causa de lo que Juan Pablo II llamaba «la crisis más peligrosa que puede afligir al hombre: la confusión del bien y del mal». Y si no sufren el martirio de la sangre, experimentan un nuevo tipo de martirio cotidiano, aquel del que habla San Pedro cuando habla del justo Lot «porque teniendo que vivir en medio de ellos, su alma de justo se sentía constantemente torturada por las iniquidades que veía y escuchaba.» (2 Pe 2,8). Sin embargo, » El Señor, en efecto, sabe librar de la prueba a los hombres piadosos, y reserva a los culpables para que sean castigados en el día del Juicio, sobre todo, a los que, llevado por sus malos deseos, corren detrás de los placeres carnales y desprecian la Soberanía. » (2 Pe 2,9-10).
Con la esperanza de que pueda dar el más brillante testimonio de Cristo y del Evangelio, te aseguro mis oraciones y te bendigo.
Padre Ángelo