Questo articolo è disponibile anche in:
Italiano
Inglés
Español
Portugués
Buenas tardes,
a causa del argumento que enseguida expondré, le pido si sería tan amable de responderme en forma particular, o de lo contrario le pido que omita mi nombre. Gracias.
Tiempo atrás, después de la muerte de mi querido papá a quien yo estaba muy apegada, permití que una amiga me convenciera a que participara en una reunión de personas que también como yo habían perdido a una persona querida.
No habiendo comprendido bien de qué se trataba participé de esta especie de mesa redonda, en la que cada uno hacía preguntas a las que según ellos eran sus seres queridos, llamados por la persona que guiaba el grupo. Sobre la mesa había una especie de tapón que parecía moverse en medio de la mesa de forma autónoma.
Muy impresionada por lo que estaba viendo ante mí, a mi vez pedí poder hablar con mi papá, pero la respuesta de quién guiaba la sesión fue que él no se encontraba allí, y que de todas maneras me habría visitado sucesivamente.
Mientras me decía esto, esa especie de tapón que como dije parecía moverse por sí solo, se colocó firmemente delante de mí. Inmediatamente después de este hecho me sobrevino de repente un sueño muy intenso, tanto que tuve que alejarme de la mesa para acomodarme en el diván cercano. Me despertó mi amiga, que me avisó que la reunión había terminado.
Ahora bien, yo soy una persona extremadamente escéptica, no estoy acostumbrada a participar en este tipo de cosas, pero debo decir que la experiencia me ha sacudido mucho.
Nunca comenté esto con nadie, pero viendo algunos programas de TV me he dado cuenta de que tal vez participé a una suerte de sesión espiritista y si así fuese quiero saber si tengo que confesarlo y sobre todo si a causa de ello pude haber tenido contacto con algunas cosas demoníacas que aún ahora sin saberlo me acompañan.
Gracias por su atención.
Respuesta del sacerdote
Muy querida,
1. Sí, sin saberlo participaste de una sesión de espiritismo.
Ahora bien en las sesiones espiritistas a menos que no sean engañosas de por sí o una pura sugestión ejercida por otras personas, en un modo u otro intervienen siempre los espíritus malignos, es decir los demonios.
Aceptar la comunicación con los demonios equivale a ponerse en relación con ellos y declarar que se queda a su disposición.
2. Sin que uno lo piense, se da culto a quien no se debe. Esto significa que se abre la puerta para que pueda intervenir en nuestra vida.
El demonio, nunca otorga un bien, como no sea para engañar. Cuando viene, como nos ha advertido el Señor, «no viene sino para robar, matar y destruir» (Jn 10, 10).
3. Es por eso que es un pecado. Sin pensar, no se presta oídos a la prohibición de Dios que manda no entrar en diálogo con los demonios.
El pecado equivale a romper el mandato de hacerse daño.
Por eso en la Sagrada Escritura se lee: «el que peca, se perjudica a sí mismo» (Eclo 19, 14).
4. Santo Tomás dice que «el pecado no ofende a Dios sino por el hecho de que actuamos contra nuestro propio bien» A(Suma teológica, III, 46, 4, ad 3).#
IIIª q. 46 a. 4 ad 3 3. Come dice S. Agostino, il peccato è una maledizione, e quindi sono maledette la morte e la mortalità che ne derivano. «Ora, la carne di Cristo era mortale, «essendo simile alla carne peccatrice»». E per questo Mosè la chiama «maledetta», così come S. Paolo la chiama «peccato», là dove dice: «Colui che non conosceva il peccato per noi fu fatto peccato», col subire cioè la pena del peccato. «Né il senso è peggiorato dal fatto che si dice «maledetto da Dio». Infatti se Dio non avesse in odio il peccato non avrebbe inviato suo Figlio a subire la morte e a distruggerla. Confessiamo dunque che egli per noi ha accettato la maledizione, come per noi ha accettato la morte». Ecco infatti le parole di S. Paolo: «Cristo ci ha riscattati dalla maledizione della legge, facendosi per noi maledizione». |
Y dice también que es una ofensa hacia Dios porque no solo «le desprecia en sus mandamientos»,sino en cuanto «causa daño a alguien, sea a sí mismo o a otro, lo cual redunda en Dios (porque nosotros somos de Dios, n.d.r.) por cuanto el perjudicado está comprendido bajo la providencia y protección de Dios (Suma teológica, I-II, 47,1,1).
5. En esta última afirmación de Santo Tomás, a diferencia de muchos – especialmente no creyentes o agnósticos- que tienen un concepto de un Dios vengativo, que es totalmente falso y ajeno a la revelación cristiana, emerge toda la caridad de Dios, todo el amor infinito que nos tiene. El que peca, dice Santo Tomás, se perjudica a sí mismo o bien perjudica a otros y esto involucra a Dios, porque se daña con el pecado aquello que está bajo su providencia y cuidado.
6. Bien por ti que en ese momento quien ejercía en lugar del demonio te dijo que tu padre estaba ausente. Se ve que no pudo actuar sobre ti porque estabas en gracia y protegida por ella, y acabaste en ese sitio sin plena conciencia.
Ciertamente algo consiguió hacer induciendo ese sueño.
7. Por lo tanto, mi consejo es el de acudir lo más pronto posible a confesarte para que seas liberada de cualquier posible dependencia.
La confesión, como he dicho muchas veces, es el primer exorcismo que hay que hacer. Es siempre liberador.
Evidentemente a esos encuentros no participarás nunca más.
Y, si tendrás la oportunidad, exhorta a todos a nunca participar por su propio bien.
8. No hay modo mejor para estar en comunión con nuestros difuntos que mediante la oración y el sufragio.
Pienso en particular al Rosario que se reza por un ser querido: nuestra mente y nuestro afecto están siempre con él.
Mientras oramos, nuestros seres queridos están en nuestra compañía, gratos por esa comunión.
No se conforman sólo con escuchar, sino que se convierten en ministros de muchos pensamientos celestiales evocando en nosotros las enseñanzas de Cristo y al mismo tiempo son mediadores de numerosas gracias.
Sí, en estos casos se puede experimentar una gran paz, todo lo contrario a lo que se siente en las sesiones de espiritismo, que son siempre fuente de muchos males, sobre todo para el alma.
Te agradezco infinitamente por este mail.
Te bendigo y recuerdo en la oración,
padre Angelo