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Pregunta 

Querido Padre Angelo,
me llamo David, soy seminarista, y antes que nada agradezco al Padre por todo lo que está haciendo -e imagino «hacen»- a través de este poderoso instrumento de evangelización que es la web. Es muy cierto que todo está orientado para el bien de aquellos que aman a Cristo.
Hace un tiempo que tengo una «sana» duda acerca de la oración.
Soy consciente de la importancia de la oración y del poder que tiene en cambiar la historia; de ello soy un fiel testigo, y conmigo muchos cristianos y personajes bíblicos, recuerdo:
-La intercesión de Abraham en favor de Sodoma.
-La oración de Moisés después de la queja del pueblo cansado de comer maná.
-La intercesión de Moisés ante la queja del pueblo de regreso de Canán y el castigo anunciado por Dios, etc..
Toda la Biblia muestra como la oración es un diálogo del fiel con Dios, en cada circunstancia de la vida, y expresa adoración, acción de gracias, súplica en favor de los pobres, de los afligidos, protección ante los enemigos, liberación del opresor, el amor a Dios, la confianza en su fidelidad.
Vayamos al punto: si es cierto que Dios escucha la oración del pobre: «este pobre grita y el Señor lo escucha y lo libera de todas sus angustias», por qué el pobre tiene que gritar para ser liberado de sus angustias? Por qué tenemos que rogar a Dios para que cambie -para bien y en favor de nuestra salvación como la de otros- una determinada situación, cuando él mismo podría ocuparse de ello sin necesidad de nuestro pedido?
Me explico mejor, por ej. Dios sabe que alguien tiene un tumor, y está sufriendo porque no entiende el sentido de ello en su vida; por qué debemos rezar para que esa persona encuentre la consolación y la esperanza en lo que está viviendo?
A menudo me he preguntado por qué rezar, específicamente cuando se quiere cambiar una situación, un malestar, aliviar un sufrimiento, obtener esperanza ante una angustia. Acaso todo esto no lo ve Dios? Claro que sí, es omnipotente y omnisciente. Y entonces? Es que Dios espera nuestra libertad? Entonces no interviene para dejarnos libres? Y en este caso, qué sentido tiene la intercesión? Puesto que la intercesión cambia la situación y orienta la voluntad del otro hacia Dios.
Aguardo su reflexión a propósito de esto, le envío un abrazo fraterno y rezo por ustedes!
Gracias.


Respuesta del sacerdote 

Querido Davide,
Con relación a la oración de intercesión, o sea de súplica, es necesario recordar algunas cosas:
1. antes que nada el gran principio evidenciado por San Agustín: «la criatura razonable ofrece a Dios sus plegarias… para construirse a sí misma, no para instruir a Dios» (De gratia N. Testam., 29).
Por lo que Santo Tomás dice que «No es necesario que dirijamos a Dios nuestras preces para darle a conocer nuestras indigencias y deseos, sino para que nosotros mismos nos convenzamos de que en tales casos hay que recurrir al auxilio divino.» (Suma Teológica, II-II, 83, 2, ad 1).
«Dios, por su liberalidad, nos concede muchos bienes aunque no se los hayamos pedido. Y el que quiera otorgarnos algunos, sólo en el caso de que se los pidamos, es para utilidad nuestra: para que así vayamos tomando alguna confianza en el recurso a Dios y para que reconozcamos que Él es el autor de nuestros bienes.» (Ib., II-II, 83, 2, ad 3).

2. En segundo lugar: Dios desde la eternidad decretó darnos todas las gracias que nos hacen falta.
Pero algunas de ellas no llegan porque nuestra apertura hacia Dios todavía no es suficiente para acogerlas.
Es por ello que en nuestras plegarias  recurrimos a la intercesión de los santos, y en primer lugar a la de la Santa Virgen María: para que seamos capaces de recibir cuanto Dios ya estableció concedernos.
Es el sentido del verso que precede algunas de las oraciones litúrgicas, como por ejemplo: «Ruega por nosotros Santa Madre de Dios» o también «Ruega por nosotros San Antonio » y se contesta «Para que seamos dignos de las promesas de Cristo».
Es por esta razón que el Señor quiere nuestra oración.
Solo volviéndonos más santos, confirmados en el bien y en el ejercicio de las virtudes nos capacitamos para recibir los bienes que pedimos y así poder usarlos santamente. 

3. Por eso San Agustín dice que «Dios da algunas cosas también a los que no rezan, como el comienzo de la fe; otras en cambio no las da, sino a quien reza» (Lib. de Persev., 0,5).
Y Santo Tomás: “la divina providencia no se limita a disponer la producción de los efectos, sino que también señala cuáles han de ser sus causas y en qué orden deben producirse. Ahora bien: entre las otras causas, también los actos humanos causan algunos efectos. De donde se deduce que es preciso que los hombres realicen algunos actos, no para alterar con ellos la disposición divina, sino para lograr, actuando, determinados efectos, según el orden establecido por Dios. Esto mismo acontece con las causas naturales. Y algo semejante ocurre también con la oración; pues no oramos para alterar la disposición divina, sino para impetrar aquello que Dios tiene dispuesto que se cumpla mediante las oraciones de los santos, es decir: para que los hombres merezcan recibir, pidiéndole, lo que Dios todopoderoso había determinado darles, antes del comienzo de los siglos.”(en Lib. 1 Dialogorum, 8)” (Suma Teológica, II-II, 83, 2).

4. Se diría pues, que la primera gracia que debemos pedir en nuestras oraciones de intercesión, sea justamente la de ser más santos, es decir más capaces o dignos de recibir cuanto Dios ya estableció concedernos.
Si determinadas gracias no llegan a destino es también porque no encuentran el terreno propicio para ser recibidas.

5. Hay que recordar que algunas gracias temporales Dios no las concede por pura misericordia.
En la Suma Teológica Santo Tomás escribe: «Otras veces lo que se pide no es necesario para la salvación eterna ni manifiestamente contrario a la misma. En este caso, aunque el orante puede merecer con su oración la vida eterna, no merece, sin embargo, la obtención de lo que pide. De ahí las palabras de San Agustín en el libro Sententiarum Prosperi : ‘A quien pide a Dios con fe verse libre de las necesidades de esta vida, no menor misericordia es desoírle que escucharle. Lo que conviene al enfermo, mejor que él lo sabe el médico’. Por esta razón precisamente, porque no le convenía, no fue escuchado San Pablo cuando pidió verse libre del aguijón de la carne. En cambio, si lo que se pide es útil para la bienaventuranza del hombre, como conducente a su salvación, se lo merece en este caso no sólo con la oración, sino también con las demás obras buenas. Recibe por eso, sin la menor duda, lo que pide; pero a su debido tiempo. A este propósito escribe San Agustín, (Super loan., 102), ‘de hecho, algunas cosas no se las niega, sino que se las aplaza, para darlas en el momento oportuno’. Y aun esto puede frustrarse si no se pide con perseverancia. Es por lo que dice San Basilio : ‘La razón por la que a veces pides y no recibes es porque pides de mala manera, o sin fe, o con ligereza, o lo que no te conviene, o sin perseverancia’. (Const. Monast., l)”, (II-II, 83, 15, ad 2).

6. En otras palabras, como Dios quiso que el hombre proveyera para sí el pan cotidiano sembrando trigo y proveyera el vino cultivando vides, así también dispuso que recibamos las gracias necesarias para nuestra salvación a través de la oración, para que por ella recibamos la luz y la fuerza que nos haga dignos de acoger lo que Cristo prometió darnos.
O en otros términos: Dios no quiere hacer sin nosotros lo que ha querido hacer con nosotros.
Y esto para darnos junto con lo que pedimos, bienes aún mayores
Te deseo un feliz camino hacia el sacerdocio.
Te recuerdo al Señor y te bendigo.
Padre Angelo