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Hola Padre Angelo,
me llamo Nicola, soy un joven de 24 años que desde hace un año se ha acercado a la fe con mucha seriedad y esperanza.
Quisiera resolver una duda importante que me impide orar por lo que luego, como rebelión, caigo en el pecado.
A menudo me ocurre ver a Dios, a la Trinidad, como a un creador lejano que se queda en su paraíso a mirar nuestras riñas, vicisitudes humanas sin hacer nada verdaderamente importante, sino que deja que María haga el trabajo sucio a través de las distintas apariciones…
Por ejemplo, muchos dicen que Dios ayuda, pero no se refiere al hecho de que Jesús mismo lo haga en favor de un alma en dificultad, por ejemplo un hombre en situación de calle a quien le hace falta cariño… Es como si Él dejara que del trabajo sucio se encargaran los seres humanos, pero no se compromete a hacerlo él mismo.
Además habría que agregar que muchas personas ni saben que Dios existe, no creen, por lo tanto no saben siquiera cómo pedir ayuda, sin embargo, ellos también son sus hijos y como padre tendría que intervenir aun si ellos no saben que lo tienen.
Mil gracias Padre.
Nicola
Respuesta del sacerdote
Querido Nicola,
1. me hace muy feliz saber que el Señor te haya llamado a Sí y que estés viviendo tu vida de fe con mucha seriedad y esperanza.
Estoy convencido de que te parecerá haber resucitado y estar viviendo una nueva vida.
También a ti se puede aplicar lo que se lee en la Sagrada Escritura: “Porque el mismo Dios que dijo: «Brille la luz en medio de las tinieblas», es el que hizo brillar su luz en nuestros corazones para que resplandezca el conocimiento de la gloria de Dios, reflejada en el rostro de Cristo” (2 Cor 4, 6).
Espero que tú también seas de esos que San Pablo dice: “Nosotros, en cambio, con el rostro descubierto, reflejamos, como en un espejo, la gloria del Señor, y somos transfigurados a su propia imagen con un esplendor cada vez más glorioso, por la acción del Señor, que es Espíritu” (2 Cor 3,18).
2. Me haces presente dos dificultades en esta vida de fe.
La primera: sientes la lejanía de la Santísima Trinidad, que se queda en su paraíso.
La respuesta es la siguiente: si vives en gracia de Dios, con el alma libre del pecado grave y con el deseo de obedecer en todo a la palabra del Señor, he aquí lo que te es prometido: «El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él» (Jn 14, 23).
San Juan, que escuchó estas palabras directamente del Señor, escribirá en su primera carta: “Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanece en él” (1 Jn 4,16).
Más aún: “si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros. La señal de que permanecemos en él y él permanece en nosotros, es que nos ha comunicado su Espíritu” (1 Jn 4,12-13).
3. En esta renovada experiencia de fe el Señor te dice lo que un día dijo a Santa Catalina de Siena: “Contémplame en lo hondo de tu corazón”.
En tu corazón el Señor vino a depositar el tesoro más grande: su presencia.
4. Una joven santa carmelita, Isabel de la Trinidad, cuando descubrió esta realidad, se fijó continuamente en Dios contemplado en el interior de su corazón.
Decía: “qué importa la ocupación en que me quiere? Dado que está siempre conmigo, el diálogo no debe acabar nunca. Le siento tan vivo en mi alma, que no tengo más que recogerme para encontrarle dentro de mí, y es esto lo que constituye mi felicidad”(Isabel de la Trinidad, Carta al canónigo Angles, 15 de Julio de 1903).
Más aún: “ Me parece que he encontrado mi cielo en la tierra, porque el cielo es Dios, y Dios está en mi alma. El día que comprendí esto, todo se iluminó en mí, y querría decir bajito este secreto a todos los que amo, para que también ellos se unan siempre a Dios a través de todas las cosas y se realice esta oración de Cristo: Padre, que sean consumados en la Unidad” (Isabel de la Trinidad, Carta a la Señora De Sourdon, 1902).
¡Qué lindo sería si tú también pudieras comprender y quisieras revelar este secreto a todos los que amas!
5. La segunda dificultad la expresas así: “Por ejemplo, muchos dicen que Dios ayuda, pero no se refiere al hecho que Jesús mismo lo haga en favor de un alma en dificultad, por ejemplo un hombre en situación de calle a quien le hace falta cariño… Es como si Él dejara que del trabajo sucio se encargaran los seres humanos, pero no se compromete a hacerlo él mismo”.
Sin embargo en el Evangelio del domingo pasado (24 domingo del tiempo ordinario año C) escuchamos todo lo contrario:
«Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla? (Lc 15,4).
Según interpretan los Santos Padres, las 99 ovejas que dejó en el desierto son los Ángeles que se encuentran seguros en el paraíso.
Mientras él se encarnó, predicó, sufrió la pasión, derramó su sangre en expiación y resucitó para llevarnos a vivir con Él y nuestros seres queridos.
Ahora bien, con su pasión y muerte no dejó que otros hicieran el trabajo sucio, sino que lo llevó a cabo él mismo en el lugar de los otros.
Y ahora que está en el paraíso, no cesa de ir en busca de las ovejas perdidas hasta encontrarlas.
6. Esta actividad la lleva a cabo sin parar, con su gracia, mediante la que él trabaja en el interior del corazón de cada hombre.
Trabaja sin cesar en el interior del corazón de algunos, para que con la palabra y con las obras sean para todos una proclamación viva del Evangelio. Son aquellos a quienes ha donado la vocación al sacerdocio o a la vida consagrada.
Trabaja continuamente en el corazón de otros para llamarlos a abrir sus corazones a su gracia. Son aquellos que lo han abandonado y viven lejos de él.
Trabaja en el corazón de todos para empujarlos al bien y alejarlos del mal.
¡No existe nadie más cercano a cada hombre que Jesucristo!
Esta labor la cumple continuamente también en ti: ilumina con muchas inspiraciones y pensamientos tu mente, mueve tu corazón a sentimientos de bondad, de paciencia de buena voluntad, te da deseos de cumplir con tu misión.
7. Claro, tú quisieras una presencia material de Jesús como la que hubo antes de su pasión y muerte. Pero esto es imposible porque, si así fuera, la presencia de Jesús estaría limitada a un determinado lugar.
Mientras que mediante su resurrección está al lado de cada hombre y va en su búsqueda hasta que lo encuentra.
Al mismo tiempo el Señor no lo hace todo él solo, sino que solicita la colaboración de los hombres. De esta manera los purifica, los sana, y con sus obras los hace merecer dignamente la gloria eterna.
8. Es lo que ha hecho y está haciendo contigo.
El Señor no te ha abandonado, no obstante tú lo hubieras olvidado.
Él vino a buscarte y no desistió hasta que te encontró.
A él pídele lo mismo que le pidió San Pablo justamente en el instante de su conversión: «¿Qué debo hacer, Señor?» (Hech 22,10).
No te pedirá que hagas un trabajo sucio, sino un trabajo santo y merecedor.
Como por otro lado, su pasión no fue un trabajo sucio, sino santísimo. Mereció también para ti la conversión, la santificación, el cumplimiento de todas las obras buenas en esta vida y la corona de la justicia para la vida eterna.
Te bendigo, te deseo todo bien y te recuerdo con mucho gusto en la oración.
Padre Angelo