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Hola Padre Bellon,

Mi perplejidad se refiere a algunos pasajes de la Carta de san Pablo a los Romanos y de la Carta de san Pablo a los Efesios, en los que el apóstol afirma que «pero ahora, muertos a todo aquello que nos tenía esclavizados, hemos sido liberados de la Ley, de manera que podamos servir a Dios con un espíritu nuevo y no según una letra envejecida. » (Romanos 7:6).

Me pregunto por qué en el antiguo sistema, fundado en la Ley, Dios no ayudaba a las personas a seguir los preceptos de la Ley por la gracia del Espíritu. Porque Dios envió el Espíritu para fortalecer a los fieles sólo después de la Pasión de Jesús, cuando ya la Ley ya no sirve para establecer si uno es justo ante Dios, ya que «ahora estamos muertos contra la Ley».

En otras palabras, ¿por qué esperó Dios a resucitar a Jesús para dar su gracia a los hombres? ¿No podría haberlo hecho de inmediato?

Me parece entender leyendo la Biblia que los humanos no podemos ser perfectos y justos ante Dios cumpliendo los preceptos de la Ley, por eso Dios nos ha dado ayuda. Me pregunto por qué Dios tuvo que darnos sus dones y su gracia únicamente a través de Jesucristo (Romanos 5; 15), en lugar de hacerlo de otra manera. Más directamente.

¡¿Por qué Dios decidió hacernos perfectos en Jesucristo (Efesios 1,4) en lugar de simplemente hacernos perfectos?!

Espero haberme expresado claramente y no haberle hecho perder tiempo.

Cordialmente.

Matteo M.

Respuesta del Sacerdote

Querido Matteo,

1. Es verdad que después del pecado original el hombre ya no puede hacer todo el bien con sus propias fuerzas y evitar todo pecado.

Santo Tomás escribe: “En el estado de naturaleza intacta, aun sin la gracia habitual, el hombre no podría pecar ni mortal ni venialmente: ya que pecar no es otra cosa que apartarse de lo que es según la naturaleza; y este hombre pudo evitar mientras la naturaleza estaba intacta. (…).

Pero en el estado de naturaleza corrompida, para abstenerse completamente del pecado, el hombre necesita la gracia habitual que restaura la naturaleza» (I-II, 109,8).

2. Uno se pregunta: ¿Dios da gracia sólo a los hombres que vinieron después de Cristo?

La respuesta es la siguiente: puesto que «Dios quiere que todos los hombres se salven» (1 Tm 2,4) y puesto que nadie puede salvarse sin la gracia santificante, se sigue por sí mismo que Dios ha comunicado su gracia también a los hombres que vivieron antes de Jesucristo.

El caso más claro es el de Abraham, de quien dice el texto sagrado: «Creyó en el Señor, y el Señor se lo tuvo en cuenta para su justificación.» (Gn 15,6). 

Aquí justicia es sinónimo de salvación y santidad.

3. ¿Cuándo comunicó la gracia?

Dios podía comunicarlo en cualquier momento, especialmente cuando el hombre estaba más dispuesto.

Precisamente por eso, dice Santo Tomás, «era necesario que antes de la venida de Cristo hubiera algunos signos sensibles mediante los cuales el hombre testimoniase su fe en el salvador futuro.» (Summa theologica, III, 61, 3).

4. Los ritos ordenados en el Antiguo Testamento eran signos sagrados y, por tanto, eran sacramentos. Sacramento, de hecho, significa signo sagrado.

Con esta diferencia respecto a los siete sacramentos instituidos por Cristo: éstos no sólo significan cosas sagradas sino que las comunican. De hecho comunican gracia.

Los ritos o sacramentos del Antiguo Testamento no comunicaban la gracia. Sin embargo, significaban cosas sagradas, es decir, revivieron la fe en el Mesías venidero.

Santo Tomás afirma que «sólo se justifican por la devoción y la obediencia de quienes las practicaban.» (Summa theologica, I-II, 100,12).

Usando nuestro lenguaje teológico, se diría que justificaban «ex opere operantis» (dependientemente de la fe y la devoción del sujeto), mientras que los sacramentos instituidos por Jesucristo producen la gracia ex opere operato, es decir, independientemente de la devoción del sujeto. Por tanto, si el celebrante está en pecado mortal, válidamente consagra la Eucaristía y perdona los pecados.

5. León XIII en la encíclica Divinum illud munus (9.5.1897) recuerda que el Espíritu Santo ya habitaba en los justos del Antiguo Testamento, por tanto, incluso antes de Pentecostés, como sucedió en Zacarías, Juan Bautista, Simeón, Ana.

Y relata la frase de san Agustín: » pues no fue en Pentecostés cuando el Espíritu Santo comenzó a inhabitar en los Santos por vez primera: en aquel día aumentó sus dones, mostrándose más rico y más abundante en su largueza » (Sermón 267). (ex 186) para Pentecostés).

A continuación explica: «También aquéllos eran hijos de Dios, más aún permanecían en la condición de siervos, porque tampoco el hijo se diferencia del siervo, mientras está bajo tutela (Gál 4, 1.2); a más de que la justicia en ellos no era sino por los previstos méritos de Cristo, y la comunicación del Espíritu Santo hecha después de Cristo es mucho más copiosa, como la cosa pactada vence en valor a la prenda, y como la realidad excede en mucho a su figura.” (DS 3329).

6. Por tanto, Dios no esperó a la encarnación de Cristo para dar el Espíritu Santo y fortalecer a los fieles.

El «Espíritu de Dios» ya estaba presente y activo en personajes como José, el patriarca, sobre los jueces como en el caso de Otoniel (Jue 3,10), Gedeón (Jue 6,34-35) y Jefté (Jue 11 ,29). Los hizo fuertes e invencibles.

Además, introdujo su espíritu en el corazón de los hombres, los estimuló a una renovación moral y a invocar con David: «Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu. No me arrojes lejos de tu presencia ni retires de mí tu santo espíritu. (Sal 51,12-14).

 7. Preguntas finalmente por qué tuvo que darnos sus dones, es decir, la gracia, sólo por medio de Jesucristo. Porque la gracia es participación en la vida divina, como nos recuerda san Pedro (cf. 2 P 1, 4).

Ahora solo Dios puede dar vida divina.

Él nos la comunica uniéndonos a Cristo: “De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia:» (Jn 1, 16).

8. Para ser partícipe de su vida, no basta toda perfección moral, que sigue siendo de orden natural.

Es necesaria una perfección de orden sobrenatural.

De hecho, estamos llamados a una vida eterna y sobrenatural de comunión con Dios.

Con el deseo de que podáis crecer cada vez más en esta vida sobrenatural de gracia, es decir, en la santidad, te bendigo y te recuerdo en la oración.

Padre Angelo