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Cuestión
Querido Padre Angelo
Soy Don Mario G.
Una parte del Evangelio de hoy me deja perplejo: » Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra; al que te quite el manto, no le niegues la túnica » (Lc 6, 29).
1) Según el texto, que es muy sencillo y claro, al seguidor del Maestro se le niega la posibilidad de legítima defensa. ¿En qué argumentos se ha basado la moral cristiana para aceptarla?
2) Pero el verdadero problema es otro: si no evito que el malvado cometa el Mal (inmovilizándolo o incluso simplemente asustándolo o al menos huyendo), ¿no me convierto en su cómplice? De hecho, para ser exactos, Jesús no parece estar sugiriendo un comportamiento pasivamente cómplice, sino una verdadera ayuda e instigación para continuar en la acción malvada (por ejemplo, se debe poner la otra mejilla a quien abofetea para que esa también sea golpeada). Es cierto que en algunos casos la actitud de impotencia de la víctima puede crear a) un despertar espiritual inmediato en el malvado que puede parar y arrepentirse al instante, o b) convertirse más tarde (por tanto, después de haber sido dejado libre para hacer el mal…). Pero estas cosas no siempre ocurren y, sobre todo, me parece arriesgado (también desde el punto de vista moral: de la propia responsabilidad moral) «jugar» con cualquier malvado a la instigación a continuar en el acto malvado o, al menos, a la aceptación pasiva del Mal. Pero ¿es esto lo que Jesús quiere de los suyos: «no resistáis/no os opongáis al Maligno» (Mt 5, 39)?
Si no es así, ¿qué apoyo textual y, en todo caso, bíblico tenemos para entender estas citas, que por lo demás son bastante claras, de otra manera?
Gracias, como siempre.
Respuesta del sacerdote
Querido Don Mario,
1. Al leer este pasaje del Sermón de la Montaña es necesario recordar que Jesús quiere enseñar la superación de la ley del talión, que se expresaba así: ojo por ojo y diente por diente. El lenguaje es a veces «deliberadamente paradójico», como señala la Biblia de Jerusalén con las palabras de Jesús: » Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto » (Mt 5,40)
La Biblia remite a Mt 19,24, donde el lenguaje paradójico es evidente: » Sí, les repito, es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielo » (Mt 19,24). Desde un punto de vista natural, es imposible que un camello pase por el ojo de una aguja.
Sin embargo, Jesús se dirige a los discípulos, que se quedan muy sorprendidos al oír estas palabras y dicen: «Entonces, ¿quién puede salvarse?» (Mt 19,25), responde: Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible » (Mt 24,26).
2. El padre Marie-Joseph Lagrange, fundador de la escuela bíblica, escribe también: «A las reglas relativas a lo mínimo (mínimum) que debe hacer cada persona, sustituye consejos de perfección que tienden al infinito. El carácter paradójico de algunas de esas sugerencias indica muy bien que en este camino la caridad puede ir de bien a mejor. Bien podemos decir con San Pablo que ya no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia (Rom 6,15). Además, la ley misma abrió estas perspectivas en las ardientes exhortaciones al amor de Dios contenidas en el Deuteronomio» (El Evangelio de Jesucristo, p. 147).
3. Dadas estas premisas, no se niega la posibilidad de defenderse tanto colectiva como personalmente. Y es que estos versículos no deben aislarse del resto de la Sagrada Escritura.
4. Santo Tomás, que comenta el Evangelio de Mateo palabra por palabra, llegando a los versículos que has citado escribe: «Pero se pregunta si no resistir el mal es un precepto o un consejo. Respuesta. La injuria que aquí denomina maldad es o particular y privada, o pública: si es pública, entonces debe ser rechazada por mandato del príncipe; Rom 13,4: «La autoridad está al servicio de Dios para la justa condena de los que obran el mal».
Del mismo modo, San Agustín: «La fortaleza que defiende al país de los bárbaros, o defiende a los débiles de la casa, o a los compañeros de los ladrones, es justicia plena». Y así es un precepto para súbditos y príncipes.
O puede ser una injuria particular, y entonces la injuria puede ser resistida de tres maneras: o impidiéndola, como hizo San Pablo por medio de los soldados que impidieron los insultos de los judíos; o reprochándola, como hizo el Señor con uno que le había abofeteado (Jn 18,23), y así es lícito para todos; o se repele por una necesidad imperiosa, como cuando la injuria no puede ser evitada ni por la huida ni por algún otro impedimento.» Y «se puede repeler sin armas (…) o con armas (…) y así es lícito, o se repele con ánimo de venganza o con deseo de venganza, y así está prohibido para todos, y es un precepto». Y así entendido, no resistir al mal es de manera múltiple un precepto o un consejo» (Comentario al Evangelio de Mateo, 5,39).
5. Como ves, Santo Tomás dice que incluso para la injuria personal o privada es lícito repelerla de tres maneras: impidiéndola, reprochándola, o repeliéndola con armas o sin ellas. Y esto porque como la gracia no suprime la naturaleza, así la caridad no suprime la justicia, que es la medida mínima del amor. Así que, como bien observas, es una forma de caridad evitar que el prójimo haga daño. Uno puede convertirse en su cómplice con una actitud simplemente pasiva de renuncia.
6. Por otra parte, no estás en lo cierto cuando escribes: «Jesús no parece sugerir un comportamiento pasivamente cómplice, sino un verdadero y propio favorecimiento para continuar la acción mala (por ejemplo, el que abofetea debe poner la otra mejilla para que también sea golpeada)». Precisamente con respecto a la bofetada, Jesús reaccionó -aunque no con violencia- reprochándola. De hecho, como afirma Santo Tomás, «después de recibir una bofetada, como narra San Juan, dijo: «¿Por qué me pegas?». (Jn 18:23).
Así que el mismo criterio se aplica a las palabras ofensivas. De hecho, estamos obligados a estar preparados para soportar las injurias cuando sea necesario. Pero en ciertos casos es necesario rechazar las injurias, y especialmente por dos razones:
Por el bien del que ultraja: es decir, para frenar la osadía, es decir, para que no se atreva a repetir tales actos. Porque en Proverbios (26:5) leemos: ‘Responde al insensato según su necedad, para que no se pase sabio a sus propios ojos; por el bien de los demás, cuyo bien está comprometido por las injurias que se nos hacen» (Santo Tomás, Suma Teológica, II-II, 72, 3).
7. Los fundamentos escriturísticos que impiden ver en la enseñanza de Jesús incluso una incitación al mal son, en primer lugar, los citados por Santo Tomás: «‘Responde al insensato según su necedad, para que no se pase sabio a sus propios ojos» (Pr 26,5) y «La autoridad está al servicio de Dios para la justa condena de los que hacen el mal» (Rom 13,4). Y especialmente el comportamiento de Jesús en referencia a la bofetada que recibió.
8. Tampoco hay que olvidar que el Señor no vino a abolir la ley, sino a completarla. En ninguna parte nos pidió Jesús que descuidáramos las exigencias de la justicia. En efecto, la caridad, precisamente porque es conforme a la voluntad de Dios, no puede soportar que alguien no tenga o no pueda disfrutar de los bienes que Dios le ha dado para que alcance su propia perfección.
Pío XI, en Divini Redemptoris, dijo en términos muy fuertes: «Pero la caridad nunca será verdadera caridad si no tiene siempre en cuenta la justicia… Una caridad que priva al trabajador del salario al que tiene estricto derecho no es caridad, sino un nombre vano y una esperanza vacía de caridad. El trabajador no necesita pedir como limosna lo que le corresponde por justicia; ni puede intentar eximirse de los grandes deberes impuestos por la justicia con pequeños regalos de misericordia» (DR 49).
En la misma línea, Pío XII: «La caridad, para ser auténtica y verdadera, debe tener siempre en cuenta la justicia que hay que establecer y no contentarse con enmascarar los desórdenes y las insuficiencias de una condición injusta» (Carta al presidente de la Semana Social de Francia, 1952).
Creo que te sentirás satisfecho con lo que le he dicho.
Te deseo lo mejor, te encomiendo al Señor pidiéndole en particular que te bendiga a ti y a tu ministerio sacerdotal.
Padre Angelo