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Pregunta

Querido Padre Angelo,

Le agradezco por la hermosa obra de instrucción de almas que está cumpliendo con este apartado. Le quería pedir si para discernir la voluntad de Dios acerca de un evento o una elección que cumplir uno pueda apoyarse en la liturgia del día. Y en ese caso cuál sería la manera para discernir la voluntad de Dios que a través de estas lecturas nos expresa. Además me podría explicar qué se entiende con esta frase: “en las cosas que no son verificables es necesario proceder por el camino más seguro”.
Le agradezco y le deseo felices fiestas.

Respuesta del sacerdote 

Muy querido,
1. el autor de la carta a los Hebreos dice que:  la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de doble filo: ella penetra hasta la raíz del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón (Heb 4, 12).
Las palabras que leemos en todos los demás libros o cartas de este mundo están escritas en un momento dado, tienen valor exclusivamente para el destinatario y están circunscriptas en cuanto al significado, a las situaciones particulares de los interesados.
La lectura de la palabra de Dios, en cambio, no es nunca una simple lectura, sino que es el encuentro con Dios que en ese momento nos habla.
Pero al tratarse de palabras de Dios, son palabras vivas, eficaces… como antes señalamos.

2. Por eso Santo Domingo cuando leía la Palabra de Dios antes que nada se persignaba lo cual equivalía a ponerse en la presencia del Señor.
Luego, la leía atentamente, como si estuviera escuchando a alguien que le hablaba.
A estas palabras él respondía como cuando se dialoga con una persona.
He aquí lo que cuenta un Anónimo del siglo XIII: “El santo padre Domingo tenía además otro modo de orar bello, devoto y armonioso. Inmediatamente después de las horas canónicas o de la acción de gracias que se da en común tras la comida, el sobrio y delicado padre, llevado del espíritu de devoción que le habían provocado las divinas palabras cantadas en el coro o en la comida, se retiraba a un lugar solitario, en la celda o en otra parte, para leer o rezar, entreteniéndose consigo mismo y estando con Dios.
Se sentaba tranquilo y abría ante él un libro. Hecha la señal protectora de la cruz, comenzaba a leer. Su mente se encendía dulcemente, cual si oyese al Señor que le hablaba, según se lee en el salmo: Oiré lo que el Señor Dios habla en mí, pues hablará de paz para su pueblo, para sus santos y para los que se convierten de corazón (Sal 85, 9). Por los gestos de su cabeza, se diría que disputaba mentalmente con un compañero. Pues tan pronto se le veía impaciente como escuchando tranquilo; discutir y debatir, reír y llorar a la vez; fijar la mirada y bajarla, y de nuevo hablar muy quedo y golpearse el pecho.
Si un curioso lograra observarlo sin que él se diera cuenta, el santo padre Domingo le parecería Moisés adentrándose en el desierto, contemplando la zarza ardiente y postrado ante el Señor que le hablaba (Ex 3, 1s.). Pues el varón de Dios tenía esta profética costumbre de pasar sin solución de continuidad de la lectura a la oración, y de la meditación a la contemplación.
Cuando leía solo de esta manera, reverenciaba el libro, se inclinaba hacia él y a veces lo besaba, sobre todo si era un códice evangélico o si leía las palabras que Cristo pronunció de su misma boca. En ocasiones escondía la cara y la volvía a otro lado; se tapaba el rostro con las manos, o lo cubría ligeramente con el escapulario. También entonces se tornaba todo ansioso y lleno de deseo. Y, como si diera gracias a una persona superior por los beneficios recibidos, se incorporaba parcialmente con reverencia e iniciaba una inclinación. Una vez recuperado y tranquilo, volvía de nuevo a la lectura del libro.” (Los nueve modos de orar de Santo Domingo, n 8).

3. En el mismo texto se lee:  “Tal forma de orar, en el caso de santo Domingo, lo llevaba a derramar vehementes lágrimas y encendía el fervor de su buena voluntad de tal modo, que la mente no podía impedir que los miembros del cuerpo delatasen su devoción con señales exteriores. Y, por la misma fuerza de la mente en oración, a veces «prorrumpía en peticiones, súplicas y acciones de gracias»(1 Tm 2,1)”.

4. A la luz de este estimado testimonio, la cosa más certera que se pueda hacer después de haber escuchado la Palabra del Señor es la de acogerla en la propia vida.
Es la Palabra que en ese momento y en esas circunstancias el Señor nos dice para que sea luz en nuestros pasos.
El Apóstol Santiago nos dice justamente que obremos así: “Pongan en práctica la Palabra y no se contenten sólo con oírla, de manera que se engañen a ustedes mismos” (St 1, 22).

5. Si un pensamiento determinado, por días y días nos sigue y si hemos rezado para que el Señor nos ilumine, ¿por qué no habríamos de hacer caso a las palabras que nos dice en especial cuando nos habla a través de la liturgia del día?
Para San Antonio abad así ocurría. Se estaba preguntando que habría tenido que hacer para vivir su vida cristiana más intensamente. Un día entrando en la Iglesia escuchó que el diácono leía estas palabras del Evangelio: «Si quieres ser perfecto, le dijo Jesús ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres: así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme» (Mt 19, 21).
Enseguida las puso en práctica e inició de esta manera la vida monástica.

6. Si se trata de tomar decisiones importantes es oportuno hablar con el confesor o con un Padre espiritual para que nos ayude a no caer en error.

7. En relación con el segundo asunto que me has propuesto: me podría explicar qué se entiende con esta frase: “en las cosas que no son verificables es necesario proceder por el camino más seguro”, quiere decir que ante la duda acerca de qué decir o hacer “es necesario proceder por el camino más seguro” para quedar lo menos expuestos posibles a los errores.
Se podría decir que este criterio sea un prolongarse de la respuesta que el Señor a quien le dijo: «Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?» (Lc 13, 23) Él respondió: «Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán» (Lc 13,23).

Te deseo una Santa Navidad, rica de gracia y consolaciones celestiales.
Te recuerdo al Señor y te bendigo.
Padre Angelo