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Pregunta 

Reverendo P. Angelo Bellon,
Me llamo F., tengo 45 años, estoy casado y soy padre de un hermoso niño de 7 años. Le escribo porque hace tiempo estoy acosado por ciertas obsesiones, que me desgastan íntimamente. No poseo el don de la síntesis, mi historia es más bien compleja.
Nací en Toscana, en una familia de sencillos artesanos, no demasiado cultos ni religiosos. Mi padre tenía la costumbre de blasfemar y de correr tras las mujeres, mi madre era una mujer muy ansiosa y oprimente. A causa de algunos problemas de salud que no se solucionaban, determinados también por las ansias de mis padres a las que estaba continuamente sometido, fui conducido donde un famoso exorcista, pasando después por una medium y en fin a una cartomante, que me sometieron a quien sabe cuales disparates. Era más bien pequeño, y los recuerdos son confusos. Las mujeres de mi familia, ancianas del sur, víctimas de la guerra y de la pobreza, practicaban el ocultismo, como quitar la ojeadura con agua y aceite pronunciando oscuros conjuros para eliminar enfermedades y maleficios. Fue también, tal vez, que gracias a este “ambiente” que desde chico me acerqué al ocultismo, practicando muy joven la nigromancia y otras prácticas esotéricas. A los 17 años entré en una escuela católica y, renegando mi pasado como ocultista, me convertí en un ferviente practicante, madurando incluso la decisión de entrar en el seminario; mientras había comenzado el periodo de discernimiento vocacional guiado por el Rector del Instituto, conocí a un religioso muy sabio, culto y afable, que se convirtió en mi padre espiritual y me guió en mi camino vocacional. Comencé a visitar el convento, elegí a un anciano sacerdote como confesor y asistía a las misas asiduamente, a los rosarios, y a diferentes devociones. Comenzó de este modo, de puntillas, mi ingreso en la Orden. En los primeros tiempos me entretenía con los religiosos por algunos días, compartiendo con ellos la cotidianidad, el refectorio, la oración. Hice ejercicios espirituales, parándome por una o dos semanas en el convento; sucesivamente fui admitido al postulantado. Transcurrí un año en un convento a ello dedicado, bajo la guía de un Padre Maestro. Mis padres lo tomaron muy mal, entre lágrimas, blasfemias, amenazas y maldiciones. Tuve que oír que hubieran preferido tener un hijo delincuente antes que sacerdote. Igualmente comencé mi camino, si bien entre dudas y momentos de angustia. La comunidad que me recibió estaba formada por religiosos ancianos y jóvenes, todos muy inteligentes y afables; con cada uno de ellos mantuve relaciones afectuosas y cordiales. Comencé a profundizar las Reglas de la Orden junto a mis compañeros de postulantado, que al cabo de pocos meses se alejaron, dejándome solo en la prueba. Junto a mi Maestro anduve por los conventos de la Provincia y así conocí otros postulantes y el lugar donde habría tenido lugar la vestición y el noviciado. Fue en ese momento que comenzaron las dudas y los problemas más grandes. Me enteré pues de la homosexualidad de algunos novicios, postulantes, conocí escándalos y hechos embarazosos, pero sobre todo choqué con la mentalidad muy progresista de la comunidad que me habría acogido para el noviciado.
Convencido del hecho de que en realidad no tenía ninguna vocación y que todo había sido un gran error, volví a casa, retomé los estudios y el trabajo. Me alejé rápidamente de la Iglesia y de sus ritos, dejé de confesarme y comulgar, conocí a las chicas, tuve mis experiencias y volví a practicar el ocultismo. Sin embargo sentía algo que interiormente me carcomía, una suerte de nostalgia por algunos sitios y personas de esa orden religiosa. La vida siguió su curso, entre altibajos. Conocí a una muchacha que se convirtió en mi esposa, volví a acercarme a la vida religiosa, volví a confesarme, a comulgar y a rezar; convencí a mi novia a que se convirtiera (de hecho no estaba bautizada) y nos casamos por Iglesia. El nacimiento del niño trajo más alegría en nuestra vida y de muy buen grado lo bautizamos, llevándolo nosotros mismos a Misa en muy tierna edad. Por motivos familiares me vi obligado a mudarme al Sur, en donde conocí una religiosidad teatral y desgraciadamente ligada a ambientes mafiosos, en donde las procesiones del Patrono se convertían en ocasiones para reverenciar al boss del pueblo. Me desconcertaron mucho la cerrazón mental y lo mojigatos de algunas personas y también de ciertos miembros del clero, comencé a tener ciertas reservas mentales, dudas teológicas, morales, que de todos modos ya poseía interiormente, varias desilusiones que no especifico, y en el arco de algunos meses abandoné definitivamente mi pertenencia a la Iglesia, declarándome ateo.
Esto aportó diferentes beneficios de tipo psicológico, no advertía más el peso del pecado, la opresión del dogma y el terror por el infierno y la condenación. No sentí más la necesidad de rezar, o de pertenecer a una fe y a un Dios en el que tal vez nunca había creído. Desprecié como locuras el ocultismo practicado en el pasado. Mi esposa, que no obstante la “conversión”, seguía declarándose cada vez más agnóstica y desconfiada respecto a la moral católica, estuvo de acuerdo conmigo en que a nuestro hijo no le habríamos inculcado ninguna enseñanza religiosa, educándolo a los valores del positivismo y teniéndolo alejado de los sacerdotes y del catecismo.
Perseverando en esta decisión y sintiéndome sereno por este camino, tiempo atrás sentí la necesidad de volver a ver ciertos lugares de mi juventud ligados a mi pasado con esos religiosos. Lo que al comienzo fue un nudo en la garganta se volvió una profunda angustia y turbación; volver a ver después de más de 20 años la institución y los religiosos me ha producido un extraño malestar que desembocó en una profunda crisis, durante la que  hasta llegué a experimentar un enorme arrepentimiento por haberme casado y no haber proseguido mi camino en el convento. Comencé a buscar por internet y llegué por fin a la página de “Amigos Dominicos”, he vuelto a ver rostros viejos y nuevos, he vuelto a saborear algunos bellos recuerdos y hermosas sensaciones ligadas a la vida comunitaria, he experimentado envidias y añoranzas mal disimuladas. Ya no es posible volver atrás, no logro entender si detrás de todo esto hay un designio, una trampa o solamente ilusiones y confusión mental. No entiendo si es únicamente nostalgia, cariño hacia algunas exteriorizaciones ligadas a la vida conventual y a la juventud perdida, o bien hay algo más. No puedo rezar y ni siquiera creer en Dios, no acepto la moral cristiana, en especial argumentos relativos al final de la vida, el aborto y la anticoncepción; no obstante ello siento la antigua fascinación hacia la vida religiosa a la que estaba por adherir… pido un resquicio, un consejo, hasta un puntapié en el trasero, en medio de esta confusión, en este barullo de ideas y tormentos que ofuscan cada vez más mis días.
Desde ahora le agradezco por la paciencia, disculpándome nuevamente por este largo escrito y confiando en una respuesta, con cariño le saludo.
F.

Respuesta del sacerdote

Querido F.,
1. Saber que el instituto religioso al que habías llegado se hubiera manchado con tan graves experiencias negativas me ha entristecido sobremanera.
La homosexualidad fue un flagelo que en decenio de los noventa y también en los primeros años del 2000 se insinuó en algunos institutos religiosos. Si además de esto se mezcla con una enseñanza doctrinal espuria -que no es raro que sea provocada por la falta de pureza en el cuerpo y en los sentimientos- no pueden que ocurrir sino desastres. Y es justamente lo que emerge de los escándalos de los que hablan los periódicos.

2. También me apena por todo lo que tuviste que vivir en el noviciado.
Pero ahora es inútil llorar por el pasado. Te has casado, tienes un niño. Tu deber es el que tienes en la familia y en la sociedad.
En esta situación de crisis personal te digo esencialmente esto: permanece junto a Cristo.
Mejor aún, permanece unido a Cristo.
Es Él tu Salvador.
Ninguna institución religiosa, ni tampoco ninguna familia, esposa, o hijo o marido ,puede tomar su lugar.

3. Como primer paso te aconsejo que recomiences a confesarte y a comulgar con regularidad y frecuencia.
Hay mucha suciedad de la que tienes que ser purificado. Hay muchas ataduras, como las generadas con el ocultismo y similares, de las que debes ser purificado.
Por más que tú las hayas definido tonterías, justamente por ellas puede haberse aprovechado el enemigo del hombre.
Confesándote nuevamente, sentirás un río de agua viva (la gracia) que vendrá para renovar tu vida y la conducirá hacia el objetivo por el que el Señor nos creó y redimió: la santidad.

 4. Todo es insuficiente en nuestra vida sin tener a Cristo en el corazón por medio de la gracia santificante.
Pienso que esta sea la causa de la angustia que hoy en día te atormenta.

5. Vuelve a la Misa con el corazón puro. Escucha lo que te dice el Señor a través de las lecturas y haz como Samuel que no hacía caer en el vacío tan solo una palabra del Señor. Son todas palabras que comunican vida eterna.
Solamente de este modo tu vida se renueva. Y se renueva porque permites que el Espíritu Santo sople sobre ti. El soplo del Espíritu Santo trae consigo la frescura de la vida renovada por la resurrección de Cristo.

6. Durante la confesión ten presente también los pecados relacionados a la anticoncepción, siempre que los haya en tu matrimonio.
Los pecados contra la pureza, comenzando por la pornografía, que privan al alma de la presencia de Dios. Y la dejan devastada.
Si te quedas privado de la presencia personal de Dios en el corazón, podrás participar en muchos ritos, pero no percibirás nada.
Para gustar la palabra de Dios y las maravillas de la vida futura (Heb 6, 4) hace falta estar en gracia.

7. La vida de gracia,y la pureza con la que está íntimamente relacionada, son la condición necesaria para sentir la propia alma inundada por la presencia de Dios. Solamente de este modo se puede experimentar lo que dice el Salmo 36 (que tanto llamaba la atención de Santo Tomás de Aquino) “¡qué inapreciable es tu misericordia, oh Dios! Por eso los hombres se refugian a la sombra de tus alas. Se sacian con la abundancia de tu casa, les das de beber del torrente de tus delicias” (Sal 36,8-9).
Si también tú pudieras nuevamente experimentar lo que seguramente probaste al menos por algún tiempo, en tu juventud: la de sentirte colmado por la abundancia de la presencia de Dios que invadía tu alma y tu cuerpo.
¡Si pudieras sentir nuevamente la presencia y la vida de Dios que irrumpe en tu corazón, así como el agua irrumpe en un torrente y no se la puede parar…
Un torrente de delicias que según dice Santo Tomas, puesto que pudo experimentarlo con abundancia, supera todas las alegrías de este mundo.
Santa Teresa de Ávila dice que es como un huracán de suavidad.

8. Estoy seguro de que si durante el noviciado o el prenoviciado te hubieran hecho saborear estas cosas habrías recibido dentro de ti la fuerza para resistir a estos vaivenes.
Las personas que buscaron el convento más para satisfacer las propias miserias morales que por Jesucristo,habrían podido despojarte de muchas cosas, pero no habrían podido llevarse la única verdaderamente tuya, la que nadie puede quitarte si tú no lo permites: la gracia de Dios, la gracia santificante.

9. Ahora sientes nostalgia de muchas cosas.
Pero yo te invito a mirar más allá de las cosas que perdiste. Esas realidades a las que miras con nostalgia son hermosas, pero están siempre en el orden de los medios.
Mira el objetivo: la santificación.
Permítele a Cristo que actúe mediante el ministerio de la Iglesia tu santificación. Nunca serás plenamente feliz sin Cristo vivo, real y operante en tu corazón. Sin Cristo en tu corazón te faltará siempre la parte más preciosa que ninguna realidad y ninguna persona de este mundo puede reemplazar.

10. Juan Pablo II comenzó su primera encíclica “Redemptor hominis” con estas palabras:”Cristo, redentor del hombre, es el centro del cosmos y de la historia”. Vive de tal manera que Cristo sea el centro de tu vida. Ahora tengo la impresión de que esté en la periferia de tu vida.
Vive de tal manera que se convierta en el centro de tu jornada. Haz que todo gire en torno a Él: con la oración matutina, con la Misa diaria, con Jesús en el corazón, siempre, con Jesús salvador de todos, llevándolo contigo dondequiera que estés y junto a cada persona.
No hace falta hablar de Él o ponerse a predicar.
Alcanza con que Jesús -mediante la gracia- esté dentro de ti.
Si vives en gracia e intentas no ofuscar su presencia ni siquiera con el más pequeño pecado venial (por ejemplo con las palabras), Cristo a través tuyo entra en todas partes.
Entra con su luz que es más penetrante que la del sol.

11. Por medio tuyo tiene que entrar antes que nada en tu esposa y luego en tu queridísimo hijo, que seguramente amas demasiado poco si no adviertes la urgencia de llevar en su corazón el bien más grande que es Cristo mismo.
Los niños tienen un feeling con Jesús, justamente porque son puros.
¿Por qué negar la presencia de Cristo a tu hijo?
¿Crees que los valores del positivismo (¿y cuáles son?) puedan colmar el corazón de un niño ahora, de un muchacho después y en fin de un adulto?
¿Crees que estos valores puedan revelarle el sentido de la vida, darle fuerza en las horas dolorosas, responder a los a los deseos de su corazón?
No son los valores los que sacian el corazón de un hombre.
Solamente una Persona, no humana, sino divina como la de Jesucristo, puede llenar el corazón del hombre porque solo Él con su Persona puede entrar directamente.
Es una prerrogativa suya.
En su momento tú también viviste esta experiencia en tu corazón.
Ahora la has perdido y te encuentras en “un barullo de ideas y tormentos que ofuscan cada vez más mis días”.
Pero Cristo, también a través de este tu interior tormento, se está buscando a ti y te está nuevamente abriendo la puerta de tu corazón.
Lo hace por ti.
Pero lo hace también por tu esposa y por tu queridísimo hijo.
No quiere que el corazón de tu hijo se quede sin Él.
Sin Cristo dejas a tu hijo demasiado solo.
Lo abandonas a una cruel soledad interior, aun si estuviera continuamente rodeado de personas.

12. Tendría muchas otras cosas que decirte y sugerirte.
Pero es mejor que me detenga aquí para darle lugar a la cosa más importante: la oración para ti y tu familia.
Cosa que ya he comenzado a hacer, especialmente durante la Misa.
Me alegra de que el Señor te haya hecho encontrar nuestro sitio de amigos dominicos. Para muchos es un instrumento providencial.

Te deseo todo bien y te bendigo.
Padre Angelo