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Buenas tardes padre Angelo,
le escribo hoy, 21 de agosto de 2021, memoria de Pío X que pienso que sea un modelo de vida para sacerdotes, obispos y papas. Resumiendo, le deseo que pueda usted ser como San Pío X. Por esta intención rezaré mañana durante la elevación de la Santa Hostia, espero que pueda sentir el beneficio de esta oración mía…
Paso a la pregunta: quiero pedirle consejo sobre cómo hacer para sentir, o más bien vivir siempre a la presencia de Dios cuando uno se encuentra en medio de otras personas o cuando no se está en oración. Usted, por ejemplo, ¿cómo lo hace?
Como siempre le doy gracias querido padre, ¡sin falta mañana haré lo que he dicho!
En fin, ya que leí que se puede hacer, invoco sobre usted la bendición de Dios Omnipotente a través de la intercesión especial de San Pío X, del Cura de Ars, de Santo Domingo, de los santos modelos para los consagrados, de María Santísima y de todos los Santos.


Respuesta del sacerdote

Muy querido,
1. Dios dijo a Abraham, nuestro padre en la fe:  «Yo soy el Dios Todopoderoso. Camina en mi presencia y sé irreprochable» (Gn 17,1).
Una traducción más antigua decía: «anda en mi presencia y sé perfecto».
«Sé perfecto»: perfecto en estar siempre a la presencia de Dios. En unión con Dios.

2. Santo Tomás se pregunta si es posible para el hombre  estar a la presencia de Dios, es decir con la mente y con el corazón fijos en Dios.
Responde diciendo que la unión con Dios es perfecta cuando uno ama con todas sus posibilidades.
“Esto puede acaecer de tres modos.
Primero: que todo el corazón del hombre esté transportado en Dios de una manera actual y continua. Esta es la perfección de la caridad en la patria, mas no en esta vida, en la que, por debilidad de la vida humana, es imposible pensar siempre en Dios y moverse por amor a Él.
Segundo: que el hombre ponga todo empeño en dedicarse a Dios y a las cosas divinas, olvidando todo lo demás, en cuanto se lo permitan las necesidades de la vida presente. Esta es la perfección de la caridad posible en esta vida, aunque no se dé en todos los que tienen caridad.
Tercero: poniendo habitualmente todo el afecto en Dios; es decir, amarle de tal manera que no se quiera ni se piense nada contrario al amor divino. Esta es la perfección corriente de cuantos tienen caridad” (Suma teológica, II-II, 24, 8).

3. La segunda modalidad de permanecer siempre en la presencia de Dios según lo consientan las necesidades de la vida, es precisamente la de aquellos que viven en el monasterio o en el convento.
Llevan una existencia de unión con Dios sea con el pensamiento que con el corazón. Esta es la llamada vida contemplativa.
Los dominicos, por ejemplo, deberían ser así.

4. Los que viven en el mundo no pueden estar unidos a Dios de esta manera porque deben pensar en cada momento a una multitud de cosas, las más variadas, y deben prestar atención a lo que están haciendo, sobre todo en el trabajo, en especial cuando se trata de trabajos de precisión.
A ellos les es requerido que permanezcan unidos a Dios conservando su gracia y siempre listos para apartarse de todo aquello que se opone a su voluntad.
Este es el tipo de presencia de Dios propia de los laicos.

5. Pero más allá de la pregunta de cómo se pueda vivir en la presencia de Dios, es mejor preguntarse qué se puede hacer para estar en su presencia.
San Francisco de Sales en la Filotea, ofrece excelentes puntos inspiradores partiendo de una experiencia particular de la presencia de Dios, como debería ser la meditación.
“Ahora bien, para ponerte en la presencia de Dios, te propongo cuatro importantes medios, de los cuales podrás servirte en los comienzos.
El primero consiste en formarse una idea viva y completa de la presencia de Dios, es decir, pensar que Dios está en todas partes, y que no hay lugar ni cosa en este mundo donde no esté con su real presencia; de manera que, así como los pájaros, por dondequiera que vuelan, siempre encuentran aire, así también nosotros, dondequiera que estemos o vayamos, siempre encontramos a Dios. Todos conocemos esta verdad, pero no todos la consideramos con atención. Los ciegos, que no ven al rey, cuando están delante de ellos no dejan de tomar una actitud respetuosa si alguien les advierte de su presencia; pero, a pesar de ello, es cierto que, no viéndole, fácilmente se olvidan de que está presente y aflojan en el respeto y reverencia. ¡Ay, FiIotea! Nosotros no vemos a Dios presente, y, aunque la fe nos lo dice, no viéndole con los ojos, nos olvidamos con frecuencia de Él y nos portamos como si estuviese muy lejos de nosotros; pues, aunque sabemos que está presente en todas las cosas, como quiera que no pensamos en Él, equivale a no saberlo. Por esta causa, es menester que, antes de la oración, procuremos que en nuestra alma se actúe, reflexionando y considerando esta presencia de Dios. Este fue el pensamiento de David, cuando exclamó: «Si subo al cielo, ¡oh Dios mío!, allí estás Tú; si desciendo a los infiernos, allí te encuentro»; y, en este sentido, hemos de tomar las palabras de Jacob, el cual, al ver la sagrada escalera, dijo: «¡Oh! ¡Qué terrible es este lugar! Verdaderamente, Dios está aquí y yo no lo sabía». Al querer, pues, hacer oración, has de decir de todo corazón a tu corazón: « ¡Oh corazón mío, oh corazón mío! Realmente, Dios está aquí».
El segundo medio para ponerse en esta sagrada presencia, es pensar que no solamente Dios está presente en el lugar donde te encuentras, sino que está muy particularmente en tu corazón y en el fondo de tu espíritu, al cual vivifica y anima con su presencia, y es allí el corazón de tu corazón y el alma de tu alma; porque, así como el alma, infundida en el cuerpo, se encuentra presente en todas las partes del mismo, pero reside en el corazón con una especial permanencia, así también Dios, que está presente en todas las cosas, mora, de una manera especial, en nuestro espíritu, por lo cual decía David: «Dios de mi corazón», y San Pablo escribía que «nosotros vivimos, nos movemos y estamos en Dios». Al considerar, pues, esta verdad, excitarás en tu corazón una gran reverencia para con Dios, que está en él íntimamente presente. 
El tercer medio es considerar que nuestro Salvador, en su humanidad, mira desde el cielo a todas las personas del mundo, especialmente a los cristianos que son sus hijos, y todavía de un modo más particular, a los que están en oración, cuyas acciones y movimientos contempla. Y esto no es una simple imaginación, sino una verdadera realidad, pues aunque no le veamos, es cierto que Él nos mira, desde arriba. Así le vio San Esteban, durante su martirio. Podemos, pues, decir muy bien con la Esposa de los Cantares: «Vedle detrás de la pared, mirando por las ventanas, a través de las celosías».
El cuarto medio consiste en servirse de la simple imaginación, representándonos al Salvador, en su humanidad sagrada, como si estuviese junto a nosotros, tal como solemos representarnos nuestros amigos, cuando decimos: me parece que estoy viendo a  tal persona, que hace esto y aquello; diría que la veo, y así por el estilo. Pero si el Santísimo Sacramento estuviese presente en el altar, entonces esta presencia será real y no puramente imaginaria, porque las especies y las apariencias del pan serían tan sólo como un velo, detrás del cual Nuestro Señor realmente presente, nos vería y contemplaría, aunque nosotros no le viésemos en su propia forma.
Emplearás, pues, uno de estos cuatro medios para poner tu alma en la presencia de Dios antes de la oración, y no es menester que uses a la vez de todos ellos, sino ora uno, ora otro, y aun sencilla y libremente (Filotea, II, 2).

Deseándote que esta llegue a ser también tu experiencia, te bendigo y recuerdo en la oración.
Padre Angelo

14 de Febrero de 2023 | Un sacerdote responde – Teología espiritual – General