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Pregunta

Querido Padre Angelo,

Me llamo G.
Durante más de 15 años estuve alejado de la Iglesia (había perdido la Fe por completo), pero hace dos años sentí la necesidad de volver a acercarme a Dios.
Sin embargo, desde hace un tiempo me sucede algo gravísimo y horrible: a menudo cometo con el pensamiento pecados mortales contra nuestro Señor, yo los desprecio con toda mi fuerza, pero regresan sin cesar y no consigo librarme de ellos. Estoy desesperado y muy angustiado por esto, y además porque de esta manera no puedo afrontar serenamente la confesión y por consiguiente no comulgo.
Parece como si fueran “voces” que entran sorpresivamente en mi cabeza en contra de mi voluntad, de hecho no tengo la más mínima intención de ofender a Dios, es más sigo rezando lo mejor que puedo para que el Señor aleje de mí estos pensamientos. ¿Sabe? yo periódicamente padezco de depresión y ataques de pánico y he notado que durante estos períodos esta situación tiende a ser más grave. Lo mismo ocurre cuando me angustio y pienso más en este problema. ¿Será debido al hecho de mi imperfecto estado mental? ¿Será porque me influencia mi padre que oigo blasfemar por cada tontería desde que tengo memoria? ¿O bien soy una persona de ánimo tan malvado y le estoy buscando una excusa a todo lo que me está ocurriendo? ¿Cómo puedo confesarme en estas condiciones, qué tengo que decirle a mi confesor? ¿y cómo puedo comulgar serenamente si con tanta facilidad caigo en pecado mortal?
De todos modos creo que todo esto no es normal. Por favor deme su parecer lo más pronto posible, siento que no puedo seguir así: estoy obsesionado por esto y ya por las noches no puedo dormir bien, a veces tengo la impresión de que voy a enloquecer.
Le agradezco de antemano de todo corazón.
G.


Respuesta del sacerdote

Queridísimo G.,
1. no te preocupes por los pensamientos blasfemos que pasan por tu mente.
Me cuentas que no es tu intención hacerles caso. Esto es suficiente para que no sean pecados mortales y probablemente ni siquiera veniales.
Se puede muy bien aplicar en tu caso lo que enseña la teología moral a través de un conocido principio: non nocet sensus, ubi non est consensus: “no daña el sentir cuando no hay consentimiento”.

2. Acerca de la causa de estos pensamientos excluyo del todo que tengas un corazón malvado.
Pienso en cambio a las otras causas que has mencionado y sobre todo a la actividad de tu adversario, común a todos, que si no nos puede inducir al pecado, trata de perturbar nuestra paz.

3. Por lo tanto te diría que sigas avanzando serenamente.
Confía este problema a tu confesor.
Luego, para no tener que volver a contar desde el principio toda la historia, conserva siempre el mismo confesor. Verás que te dirá lo mismo que te digo yo, te dará tranquilidad y te dirá que puedes tranquilamente comulgar.
Solo de este modo confundirás más aún al adversario, que viéndose vencido, tal vez dejará de atormentarte de esta manera.

4. Hablando de las obsesiones que derivan del diablo, un conocido autor de teología espiritual, A. Royo Marín, escribe: “La obsesión interna puede tomar los aspectos más variados. Algunas veces se manifestará como una idea fija sobre la que parecen concentrarse todas las energías intelectuales; otras veces en forma de imágenes y de representaciones tan vívidas, que se imponen con la fuerza de las más tocantes y absorbentes realidades; a veces causa una repugnancia casi insuperable hacia los deberes del propio estado, o bien induce a desear ardientemente lo que está prohibido, etc (…).
El mejor remedio contra tales asaltos es la oración, la humildad de corazón, el desprecio de sí, la confianza en Dios y en la protección de María, la frecuencia de los sacramentos y la ciega obediencia al director espiritual, que debe ser informado de todo” (A. Royo Marín, La lucha contra el demonio, pp. 37-38).

Te aseguro mi oración y te bendigo.
Padre Angelo