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Pregunta

Reverendo Padre Angelo,

Hace unos veinte años, durante un retiro vocacional de los Pasionistas, un seminarista del mencionado instituto dijo que el más hermoso comentario sobre el Magnificat fue escrito por Lutero. A lo largo de los años he oído repetir esta frase a otros sacerdotes. No sé si lo habían leído. Sin duda es muy bonito, he leído un extracto en B. GHERARDINI, La Espiritualidad protestante, Ed. Studium.
Pero me pregunto, ¿más hermoso respeto a qué otro? ¿No se corre el riesgo de que la repetición de este refrán se convierta en un tópico? Y … sobre todo en este año concreto, en el que los que siguen las televisiones suizas (y no sólo) asisten a un cierto triunfalismo en el recuerdo de un determinado aniversario.

Gracias y saludos cordiales. 


Respuesta del Sacerdote 

Querido,
1. M. Lutero, a diferencia de algunos de sus seguidores, alaba a María como Madre de Dios.

Había prometido el Comentario al Magnificat a un príncipe, porque en ninguna parte de la Escritura se dice tan bien como debe ser en el corazón de un príncipe, de alguien cuya misión es gobernar a los demás.

Te añado lo que escribe en la dedicatoria: «Creo que en toda la Escritura no hay otro pasaje más adecuado para este fin que el santo cántico de la bendita Madre de Dios; éste debería ser conocido y recordado por todos aquellos que pretenden gobernar correctamente, animados por el deseo de actuar en favor del bienestar del pueblo.

Y, en efecto, Ella canta con gran dulzura el respeto que se debe a Dios y su grandeza, describiendo en particular su intervención con respecto a todos los hombres, tanto de alta como de baja condición.

Que otros escuchen el canto mundano de una ramera, mientras que un príncipe y señor preferiría escuchar el himno puro y espiritual de salvación de esta casta Virgen.

Es una hermosa costumbre en todas las iglesias cantar este himno todos los días en las vísperas, dándole especial protagonismo respecto a todos los demás cantos.

Que la dulce madre de Dios me conceda el Espíritu, para que pueda explicar este cántico suyo con suficiente eficacia, para que Vuestra Gracia, y todos nosotros, saquemos de él un conocimiento que nos lleve a la salvación y a una vida admirable, para que podamos celebrar y cantar este Magnificat eterno en la vida eterna. Si Dios quiere. Amén”.

2. Como se puede ver, Lutero no sólo alaba a la Virgen como Madre de Dios, sino que también la reza, pidiéndole que le conceda “explicar este cántico suyo con suficiente eficacia”.
También aquí, a diferencia de sus seguidores, apela a la Virgen, rezándola y pidiéndole una singular gracia.

3. Comentando sus primeras palabras Proclama mi alma la grandeza del Señor, escribe: “Sus palabras son la expresión de un gran amor y de una alegría muy viva, que explica la elevación de su alma y de su vida en el espíritu. María nunca dijo: Yo magnifico el Señor, sino mi alma; como si dijera: toda mi vida y mis sentidos están como sostenidos por el amor de Dios, por su alabanza y por el regocijo que hay en Él, de modo que, no siendo ya dueña de mí misma, estoy más elevada de lo que pueda para alabar a Dios, como sucede a todos los que, impregnados de una dulzura divina en el espíritu, sienten más de lo que pueden expresar; elogiar a Dios con alegría no es, de hecho, una obra humana, sino un gozo que se experimenta con una influencia que sólo viene de Él, que no puede expresarse con palabras, sino que sólo puede percibirse con la experiencia, según dice David en el Salmo XXXIII:  “Probad y descubrid qué dulce es el Señor Dios; dichoso el hombre que confía en Él.”. Dice que primero hay que probar y luego ver, porque no se Le puede conocer sin haberlo experimentado y sentido personalmente, lo cual es imposible para quienes no confían en Él de todo corazón, mientras se encuentran en los lugares más profundos de la angustia.

4. Hablando del «espíritu de María» también dice que «Moisés hizo un tabernáculo con tres edificios diferentes (Ex 26:33). El primero se llamaba sanctum sanctorum, donde, en la oscuridad absoluta, habitaba Dios, el segundo era el sanctum en cuyo interior había un candelabro con siete brazos y siete lámparas. El tercer edificio, llamado atrium, el porche, estaba bajo el cielo abierto, a la luz del sol’ así en cada cristiano y también en María.“ En esta imagen se representa el cristiano. Su espíritu es el sanctum sanctorum, la morada de Dios en la fe oscura, sin luz, porque cree lo que no ve, ni oye, ni entiende.

Su alma es el sanctum, donde están las siete luces, es decir, todo tipo de inteligencia, todo don de discernimiento, sabiduría y conocimiento de las cosas materiales visibles.

Su cuerpo es el atrium, la parte tangible, que todos pueden ver cuando actúa y opera”.

5. M. Lutero también dice que María “como madre de Dios se eleva por encima de todos los hombres, sin embargo, sigue siendo tan sencilla y modesta que no tiene ni la más pequeña sierva a su cargo.

Y nosotros, pobres hombres -que cuando tenemos algún bien, poder u honor, o si sólo somos un poco más guapos que otros, nuestras pretensiones se vuelven ilimitadas y no podemos estar al lado de uno más pequeño que nosotros-, ¿qué haríamos si recibiéramos bienes tan grandes y sublimes como éstos? Por eso Dios nos deja pobres e infelices, porque ensuciamos sus delicados bienes, no sabemos mantener la opinión de nosotros mismos que teníamos antes, sino que nuestra audacia crece o disminuye según los bienes recibidos o perdidos.

Sin embargo, este corazón de María permanece firme e igual en todo momento, deja que Dios actúe en ella según Su voluntad, de su acción sólo saca buen consuelo, alegría y confianza en Dios”.

6. También alaba la humildad de María, que no se exalta para ser elevada a la dignidad de ser Madre Dios:

«Un espíritu similar muestra aquí la madre de Dios, María, porque en medio de la superabundancia de bienes no se apega a ellos, no busca su propio interés en ellos, sino que mantiene su espíritu puro en el amor y la alabanza de la sola bondad de Dios, dispuesta a someterse si Dios quiere quitarle todo eso para dejarla como un espíritu pobre, desnudo y necesitado.

Ahora bien, es tanto más difícil moderarse en la riqueza, los grandes honores o el poder que, en la pobreza, la ignominia y la debilidad, porque la riqueza, el honor y el poder ejercen una fuerte seducción hacia el mal. Con mayor razón hay que celebrar aquí el espíritu maravillosamente puro de María, que, mientras se le concede tan gran honor, no se deja llevar por la tentación, sino que, como si no viera, permanece en el camino recto, se agarra sólo a la bondad divina, que no ve ni siente, dejando todos los bienes que siente; no basa su alegría en ellos, no busca su propio interés, de modo que puede cantar con verdad y justicia: “se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador “. Es verdaderamente un espíritu que se alegra sólo en la fe, no en los bienes de Dios percibidos con los sentidos, sino que se alegra sólo en Dios como su Salvador, a quien no percibe con los sentidos, sino que conoce sólo por la fe. Estos son los espíritus justos, humildes, libres, hambrientos y piadosos de los que hablaremos más adelante”.

7. Hasta aquí todo bien. Mejor dicho, todo es bueno.

Pero luego distorsiona la doctrina católica al presentar las buenas obras como simples obras del hombre por las que se gana su salvación.

«A partir de estas consideraciones podemos reconocer y juzgar cómo el mundo actual esté lleno de falsos predicadores y falsos santos que siempre hablan a los pobres de buenas obras. (…).
Lamentablemente ahora todo el mundo, todos los monasterios, todas las iglesias están llenos de gente que vive y actúa según este espíritu hipócrita, pervertido y engañoso, exaltando las buenas obras hasta el punto de presumir de ganar el cielo con ellas; mientras que deberíamos predicar y reconocer, en primer lugar, la pura bondad de Dios y saber que, puesto que Dios nos salva sólo por Su bondad sin ningún mérito de las obras, también nosotros deberíamos buscar las obras sin esperar ninguna recompensa o beneficio, sino el puro amor a la bondad de Dios, deseando sólo Su satisfacción, sin preocuparnos de la recompensa que vendrá por sí misma sin que la busquemos”.

8. La doctrina católica enseña, en efecto, que nos salvamos sólo en virtud de la gracia y que sin esta prenda blanca no podremos entrar en el Paraíso.

La gracia se conserva evitando el mal, el pecado, y haciendo el bien, es decir, observando los mandamientos con buenas obras.

La ausencia de buenas obras es lo mismo que hablar de una fe vacía o de una fe muerta como dijo el Señor: “No todos los que me dicen ‘Señor, Señor’ entrarán en el reino de los cielos, sino solo los que hacen la voluntad de mi Padre celestial” (Mt 7,21)
“¿Por qué me llamáis ‘Señor, Señor’ y no hacéis lo que yo os digo?” (Lc 6,46).

9. Como vemos, debajo de las palabras del Comentario al Magnificat está la tesis luterana de que sólo la fe sin buenas obras salvaría, es más, sólo la fe acompañada por la presencia real de los pecados más graves salvaría.

Además, Lutero había escrito a Melantone: “Pecca fortirter sed crede fortius” (“peca fuertemente, pero cree aún más fuertemente”; Epístola 501).
Pero esto no es según el Evangelio.

10. Además, Lutero parece muy apasionado por el amor puro al Señor.

Pero como este amor puro es difícil de alcanzar, a Lutero le resulta más fácil salvarse pecando sin dejar de tener fe.

Mientras que San Pablo también habla de un capital que debe ganarse para la vida futura.

Estas son las palabras precisas de San Pablo: “A los ricos de este mundo les ordena que no sean orgullosos, que no pongan su esperanza en la inestabilidad de las riquezas, sino en Dios, que nos da todo en abundancia para que lo disfrutemos.

Que hagan el bien, que se enriquezcan con buenas obras, que estén dispuestos a dar y compartir: por lo que reservarán un buen capital para el futuro, para comprar la vida real.” (1 Ti 17-19).
Sobre todo porque el amor al Paraíso no es en absoluto contrario al amor de Dios, sino que es el propio Señor quien nos lo infunde y nos lo hace desear: “¿De qué sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde la vida? ¿O cuánto podrá pagar el hombre por su vida?” (Mt 16,26).

11. Por lo tanto, junto a las bellas expresiones sobre la Virgen, es necesario recordar que en su Comentario al Magnificat hay afirmaciones que no son correctas y por cierto son contrarias a la doctrina católica.

Me detengo aquí porque si vamos a leer el comentario de las palabras dispersa a los soberbios de corazón sale a relucir toda su animosidad hacia la Iglesia Católica y la vida consagrada.

A estas alturas es difícil explicar cómo una persona consagrada puede decir que éste es el comentario más hermoso del Magnificat.

Tal vez si sólo se leen las primeras páginas.

Te agradezco que me des la oportunidad de escribir estas cosas.

Te recuerdo al Señor y te bendigo.

Padre Angelo


Traducido por SusannaF