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Querido padre Angelo,

Desde hace algunos años sigo los temas y respuestas en la página «Amici Domenicani» y le agradezco de corazón todo el trabajo que usted y sus hermanos hacen para que siga vivo este servicio tan importante y que beneficia a tantas almas. 

Tengo una pregunta sobre el tipo de purificación que sufren las almas del Purgatorio y el grado de gloria futura de las mismas al llegar al Paraíso.

Mi cuestión es la siguiente: si Dios pensó, por lo tanto, en un grado preciso de santidad, de bienaventuranza y de gloria para cada uno de nosotros, en el caso de que no vivamos plenamente el plan que el Señor tiene para nosotros y lleguemos al purgatorio, una vez en el Paraíso, ¿tendremos el grado de gloria, santidad y bienaventuranza que Dios había previsto originalmente para nosotros o tendremos un grado menor de gloria porque no habremos conseguido vivir la vida terrena al máximo de nuestras posibilidades, y por tanto no habremos podido adquirir méritos suficientes? 

Pongamos un ejemplo concreto que sirva de explicación: supongamos que una persona, para la que Dios había previsto un alto grado de santidad, debido a su libre albedrío vive una existencia alejada del plan del Señor y que esta persona se convierte en los últimos años de su vida y se salva, pero sin disponer del tiempo necesario para que se cumpla el plan de Dios sobre ella. La purificación que dicha alma sufrirá en el purgatorio, ¿compensará también -por así decirlo- los méritos que no habrá adquirido en vida, o consistirá sólo en la expiación de la pena temporal de los pecados cometidos y no suficientemente reparados? ¿Tendrá la misma alma en el Paraíso el grado de gloria que Dios había previsto según Su plan original, o tendrá un grado menor porque habrá transcurrido su vida terrena de manera distinta a la del plan del Padre para ella?

Le agradezco muy sinceramente su disponibilidad y la respuesta que dará a mi pregunta. Que Dios le bendiga y que la Virgen María le acompañe en cada paso de su vida y de su ministerio.

Maria Chiara

Respuesta del sacerdote

Querida Maria Chiara,

1. el Señor estableció la meta del hombre: la comunión perfecta con nosotros en la vida eterna, pero no el grado de bienaventuranza que gozaremos en el cielo.

A nosotros nos concedió la libertad para que pudiéramos ser artífices no sólo de nuestros actos, sino también de nuestro destino eterno.

2. Es cierto que por las solas fuerzas de la naturaleza no podemos alcanzar en modo alguno la meta de la comunión con Dios, puesto que es de orden sobrenatural.

Pero como por medio de la gracia santificante Dios nos capacita para realizar obras que tienen valor sobrenatural, así, cooperando con la gracia, podemos alcanzar esta meta.

3. Explicándolo con un ejemplo: el hierro por sí solo no es capaz de quemar un determinado objeto, pero si se inflama el hierro, recibiendo la propiedad del fuego, se vuelve capaz de arder.

4. Lo mismo ocurre con nosotros.

Pues bien, puesto que Dios habita en una luz inaccesible, como nos enseña la Sagrada Escritura, es necesario, según las palabras de Santo Tomás, que al morir en gracia nos equipemos aún más para conocer y gozar de Dios.

Dios nos acerca a sí, explica santo Tomás, a través de la lumen gloriae (la luz de la gloria), infundiéndonos una capacidad nueva y sobrenatural de alcanzar su conocimiento.

Esta capacidad será proporcional al grado de caridad logrado en la tierra.

5. He aquí las palabras de Santo Tomás: «La facultad de ver a Dios no pertenece al intelecto creado en virtud de su naturaleza, sino por la luz de la gloria, que, como dijimos anteriormente, pone al intelecto en un estado de deformidad.

Por tanto, el intelecto que participa más de esta luz de gloria, verá a Dios más perfectamente.

Quien tiene un mayor grado de caridad participará entonces más ampliamente de esta luz de gloria, porque donde hay mayor caridad, hay mayor deseo; y el deseo hace, en cierto modo, a quien desea más capaz y más dispuesto a recibir el objeto deseado. Por tanto, quien tiene mayor caridad verá a Dios más perfectamente y será más feliz (Summa Theologica, I, 12, 6).

6. Dado que con la visión beatífica el hombre entra en la eternidad, ya no hay posibilidad de ulteriores méritos.

Si se admitiera una posibilidad de merecer para los que están en el cielo, habría que admitirla también para los que están en el purgatorio. Pero las almas del Purgatorio no pueden ayudarse a sí mismas de ninguna manera. Sólo pueden ser ayudadas por nuestra caridad.

Del mismo modo, también deberíamos suponer una capacidad de arrepentimiento para los demonios y los condenados.

Pero ni siquiera para ellos existe esta posibilidad porque han entrado en la eternidad. Es decir: no tienen un momento suplementario para arrepentirse.

7. Para usar tu propio vocabulario podemos decir que Dios ab aeterno ha fijado para nosotros el grado de gloria que hemos merecido.

Así como para los condenados ha fijado el grado de sufrimiento que ellos mismos se han preparado con sus propias manos.

Pero en ambos casos, todo está ligado a la libertad del hombre.

Con el deseo de que con la gracia de Dios y nuestra cooperación podamos alcanzar el grado más alto de bienaventuranza imaginable, te bendigo y te recuerdo en la oración.

Padre Angelo