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Paz a usted Padre,
decir que la Biblia contiene errores, ¿es herejía, verdad?
Martin
Respuesta del sacerdote
Querido Martin,
1. la Sagrada Escritura, teniendo a Dios como principal autor, no puede contener errores porque Dios no se engaña ni puede engañar.
La inerrancia es la consecuencia directa de la inspiración divina.
2. Partiendo de este principio el Concilio Vaticano II en la constitución dogmática Dei Verbum afirmó: “Pues, como todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos afirman, debe tenerse como afirmado por el Espíritu Santo, hay que confesar que los libros de la Escritura enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar en las sagradas letras para nuestra salvación. Así, pues, «toda la Escritura es divinamente inspirada y útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y equipado para toda obra buena» (2 Tim., 3,16-17) (DV 11).
3. Veamos ahora qué quiere decir esta afirmación del Concilio.
Antes que nada por libros de la Escritura se entienden los textos directamente escritos por el autor bajo inspiración de Dios.
Por lo tanto las versiones participan de esta prerrogativa solo en la medida en que reflejan fielmente el sentido y la forma.
4. En segundo lugar el Concilio afirma que en la Sagrada Escritura están contenidas las verdades que Dios ha querido revelar para nuestra salvación.
Eventuales imprecisiones o lagunas bajo el aspecto histórico no influyen en la finalidad de la Sagrada Escritura, que es la de conducir a los hombres a la salvación eterna.
Lo mismo vale para las ciencias físicas, como la geología, la astronomía, la zoología. La intención del autor no es la de dar informaciones científicas en esos ámbitos del saber.
Por eso mismo, San Agustín escribía: “El Espíritu Santo no quiere enseñar a los hombres cosas que no tienen utilidad para la salvación eterna… El Señor no prometió el Espíritu Santo para instruirnos acerca de la trayectoria del sol y de la luna: Él quería hacer cristianos, no matemáticos” (De Genesi ad litteram 2,9-29) (traducido por el traductor).
A su vez Santo Tomás: “hay que tener presente que Moisés hablaba a un rudo pueblo, y poniéndose al nivel de su simplismo, sólo les propuso aquellas cosas que resultaban evidentes a primera vista” (Suma teológica, I, 68, 3).
5. En tercer lugar, puesto que Dios se reveló en forma humana de manera que pudieran entenderlo según la cultura de la gente a quien se dirigió, es necesario tener presente lo que Dios quiso revelar por medio del hagiógrafo y del modo de expresarse.
Bajo este perfil son de extrema importancia los géneros literarios.
6. Así pues el Concilio añade: “Habiendo, pues, hablado Dios en la Sagrada Escritura por hombres y a la manera humana, para que el intérprete de la Sagrada Escritura comprenda lo que Él quiso comunicarnos, debe investigar con atención lo que pretendieron expresar realmente los hagiógrafos y plugo a Dios manifestar con las palabras de ellos.
Para descubrir la intención de los hagiógrafos, entre otras cosas hay que atender a «los géneros literarios». Puesto que la verdad se propone y se expresa de maneras diversas en los textos de diverso género: histórico, profético, poético o en otros géneros literarios. Conviene, además, que el intérprete investigue el sentido que intentó expresar y expresó el hagiógrafo en cada circunstancia según la condición de su tiempo y de su cultura, según los géneros literarios usados en su época. Pues para entender rectamente lo que el autor sagrado quiso afirmar en sus escritos, hay que atender cuidadosamente tanto a las formas nativas usadas de pensar, de hablar o de narrar vigentes en los tiempos del hagiógrafo, como a las que en aquella época solían usarse en el trato mutuo de los hombres” (DV 12).
7. En fin, no es correcto decir que las Sagradas Escrituras se contradigan entre sí y que un texto corrija al otro.
Esta ha sido la opinión de algunos griegos ortodoxos según los que San Juan, que escribió su Evangelio después de los otros evangelistas, habría corregido sus imprecisiones.
En contra de esta opinión se pronunció Santo Tomás: “Decir que en los Evangelios, como también en los otros libros de la Escritura canónica hay alguna falsedad, es una herejía; por eso es necesario afirmar que todos los evangelistas dicen idéntica cosa y en nada están en desacuerdo” (Comentario al Evangelio según San Juan 13, 1) (traducido por el traductor).
8. Antes que él, los Santos Padres concordaron con esa afirmación.
Entre ellos cabe mencionar a San Justino, del siglo II: “Que las Escrituras estén en contraste entre sí nunca osaré pensarlo ni decirlo; y si hubiese alguna Escritura que así lo pareciera, más bien confesaré que no comprendo lo que eso significa y trataré de persuadir también a cuantos sospechan que las Escrituras están en contraste entre sí, hasta que por fin piensen lo mismo que yo” (Diálogo con Trifón, 65) (traducido por el traductor).
Es del mismo parecer San Agustín. Escribiendo a San Jerónimo dice: “Confieso a tu caridad que sólo a aquellos libros de las Escrituras que se llaman canónicos he aprendido a ofrendar esa reverencia y acatamiento, hasta el punto de creer con absoluta certidumbre que ninguno de sus autores se equivocó al escribir. Si algo me ofende en tales escritos, porque me parece contrario a la verdad, no dudo en afirmar o que el códice tiene una errata, o que el traductor no ha comprendido lo que estaba escrito, o que yo no lo entiendo” (Epístola 82,1-3).
Te agradezco por esta pregunta, te bendigo y te aseguro mi recuerdo en la oración.
Padre Angelo