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Querido Padre Angelo,

Le escribo para que me responda a una pregunta que me atormenta desde hace mucho tiempo. Soy una mujer de 32 años, civilmente casada y con un hijo de un año.

Cuando tenía 18 años cometí el crimen más atroz que jamás habría podido cometer, aborté voluntariamente, acabando con la vida del niño que llevaba dentro, contraviniendo la palabra de vida que el Señor nos ha dado con el quinto mandamiento. El padre del niño es mi actual marido, también fui en contra de su voluntad, solo pensaba en mí y en los ídolos de los que me rodeaba entre los cuales la carrera, pensaba que solo eso importaba y que un hijo habría entorpecido mis proyectos. Dios no estaba presente en mi vida, vivía en la mediocridad y en mi perfeccionismo.

Hace unos años perdí a una persona muy querida, que falleció en poco tiempo por una enfermedad incurable. A partir de ese momento conocí a un sacerdote que me acercó al Señor y comenzó mi conversión. Junto con mi marido, me embarqué en un viaje de fe y mi vida cambió por completo.

Hoy estoy verdaderamente feliz, la Palabra marca mis días y experimento una alegría en mi corazón que nunca antes había sentido.

Hoy queremos celebrar el matrimonio religioso, lo deseamos tanto, pero vivo con este dolor en mi corazón por el abominable asesinato cometido hace muchos años.

Mi pregunta es: ¿hay salvación para nosotros? ¿Podemos casarnos o no es posible para mí que tuve un aborto voluntario?

Muchas gracias.


Querida,

1. «Nuestros pecados nos pesan, pero tú los perdonas todos» (Sal 65:4).

Todos hemos cometido el mayor crimen: hemos traspasado al Hijo de Dios: «Pero él fue traspasado por nuestras rebeliones y aplastado por nuestros pecados.» (Is 53:5).

El pecado que te abruma es una advertencia para todos nosotros: todos debemos vivir en la humildad por la muerte de Jesucristo a quien hemos crucificado y que sigue siéndolo en tantos corazones.

2. Estás angustiada por lo que hiciste cuando no pensabas en lo que estabas haciendo.

Pero el dolor de haber acabado con ese niño debe estimular en ti, como en todos nosotros, un dolor aún mayor: el de haber traspasado al Hijo de Dios.“Este pensamiento me hace llorar, llorar, llorar”: así se expresaba un cántico espiritual de finales de los sesenta: “ Allí estabas tú en la cruz de Jesús”.

3. Me preguntas si hay salvación para ti.

Para todos hay esperanza de salvación porque el mismo que hemos traspasado quiso convertir nuestro propio pecado en expiación de nuestros pecados.

Jesús quiso pagar todo en su propia carne.

Ésta es la razón de nuestra esperanza.

¡Debemos llorar de emoción ante un amor tan grande!

4. Después de tu conversión (¿quién sabe si tu hijo que voló inocente y martirizado ante Dios no lo consiguió?), tu vida ha cambiado totalmente.Ahora entiendes la mediocridad y el perfeccionismo del pasado.

Quizás en aquellos días tenías la impresión de estar tan emancipada: viviendo sin Dios y con el espejismo de una carrera.

Ahora Dios ha entrado en ti.

De hecho, Él entra en ti cada día con la luz de su Palabra.

Y esta luz hace de manera que todo vuelva a florecer de la misma forma en la que la luz del sol da vida y hace crecer todo lo que vive.

5. Así que a tu pregunta: ¿hay salvación para nosotros? Respondo: la salvación ya ha llegado. Todos los días te llega.

La Palabra que escuchas no es una Palabra cualquiera, sino que es una Palabra viva (Heb 4:12).

De hecho, es una sola Persona: es Cristo, Palabra del Dios vivo.

Es la Salvación en persona.

6. Por lo tanto, nunca dudes de esto.

El pensamiento que quiere dudar de tu salvación no viene de Dios, sino de tu adversario que disfruta en molestar y llevar a la desesperación.

Elimina enérgicamente cualquier duda sobre la salvación.

Al contrario, aprovecha esta ocasión como una oportunidad providencial para dejarte iluminar de nuevo por la Palabra del día y acogerla en tu vida.

En ese momento tú también puedes decir: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa» (Lc 19:9).Esa salvación es Cristo, su Palabra.

Y esa casa es tu persona, tu vida.

7. Escucha siempre esa Palabra con gran devoción.

Y mientras lo haces, repítete a ti misma: en este momento la salvación ha entrado en mi casa.Sigue dejando que esta salvación entre en tu vida cada día.

Y después de haberla dejado entrar, abraza a Cristo que ha vuelto a ti con su «palabra de salvación» (Hch 13:26).

Te agradezco que me hayas ofrecido la oportunidad de recordar estas hermosas y reconfortantes realidades de nuestra vida cristiana.

Te deseo lo mejor, también para tu próximo matrimonio religioso, te recuerdo al Señor y te bendigo.

Padre Angelo


Traducido por Jennifer Di Giacomo