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Querido Padre Angelo,

Soy una chica de 21 años y le escribo para pedirle consejo sobre mi situación familiar. Mi familia está formada por 5 personas: mis padres, dos hermanos menores que yo, uno de 19 años el otro de 15 años. Los quiero mucho pero desafortunadamente me considero muy diferente de ellos e incomprendida.

Aunque (A pesar de que) mis padres no sean católicos creyentes y practicantes, como la mayorìa de la gente, mis hermanos y yo hemos podido asistir al catecismo, recibir todos lo sacramentos hasta la confirmaciòn y ir al oratorio. Todas estas experiencias me han empujado a buscar la fe (además conocer en mi camino a muchas personas que no son de mi familia) y para que ésta crezca dentro de mí más y más.

En los últimos meses he madurado mucho y he podido experimentar a Dios muy de cerca y espero que siga así también en el futuro.

Como le dije, soy el ùnica de la familia que es creyente y practicante, y no vivo bien esta circunstancia: a veces me siento como si estuviera en una jaula y no me aceptaran por lo que soy.

En los ùltimos dos años, para poder asistir a la Universidad, paso muchos dìas a la semana en una ciudad mucho más grande que la mìa y tiengo mucha màs independencia (aunque viva con otras compañeras de piso). Esta situación también me permite vivir mis opciones de fe con serenidad y tranquilidad: puedo ir a misa todos los días, ayunar, rezar antes de comer: cosas que, cuando estoy en casa con mis padres, me escondo de hacer por miedo a ser juzgada. No me impedirían hacer nada, pero demasiadas veces me han hecho bromas amargas sobre mi fe y eso me lleva a no sentirme verdaderamente aceptada por la que soy. Mi madre no dice mucho: sólo lanza algunas miradas extrañas, pero por lo demás está callada. Mi padre, en cambio, me molesta mucho cuando se impacienta. Por ejemplo, sucedió que el 26 de diciembre, mientras hablaba con algunos familiares en la mesa, salió a relucir que en Nochevieja hubiera ido a tener una experiencia diferente a la habitual, que es participar en un curso de formación sobre el amor y la afectividad. Tuvo que decir todo esto con estas palabras «Deberías saber que mi hija es una cristiana católica convencida y va a un convento en Nochevieja» burlándose de mí y añadiendo que en realidad se alegra de que ella tenga fe, pero que él se aburre en la iglesia y que espera que nunca se haga creyente. Estos episodios se repiten a menudo, incluso cuando estamos simplemente entre nosotros y no es el único que me toma el pelo de esta manera: mi primo, el día de Navidad también, hizo bromas así, pero cada vez me duelen más. No me siento libre de ser yo misma, porque sé que si les dijera que voy a misa casi todos los días y que ayuno cuando estoy fuera, que me confieso regularmente, que rezo el rosario y rezo todos los días me atacarían aún más.

En mi familia, por desgracia, no tengo buenos ejemplos de fe, salvo de algunos primos lejanos, que veo muy poco. Antes estaban mis abuelos paternos, pero, lamentablemente, ambos fallecieron en el último año y medio y ahora siento que tengo que librar una batalla yo sola. Ocultar mi fe, que es una de las partes más bonitas de mí, me hace sufrir y me da pena que no se den cuenta de que si soy como soy (están muy orgullosos de mí y de las cosas que hago e incluso me lo dicen, sobre todo, de nuevo, mi padre) es porque tengo fe. Así que ellos, al alabarme, no saben que en realidad están alabando a Aquel que me inspira, que me hizo como soy. Sin Jesús sería diferente, no tengo la menor duda.

Otro punto a destacar es que no estoy para nada de acuerdo con la forma en que mis padres se ocupan de la crianza de mis hermanos. El de 19 años fuma hierba y pasó la noche del 26 de diciembre (mientras estábamos en casa de unos parientes) en casa de mis difuntos abuelos con una chica con la que se comprometió recientemente durmiendo en su cama. Por no hablar de que he encontrado hierba en el baño que ha dejado y de que deja condones en la mesilla de su habitación, que comparte con mi otro hermano, el menor. Esto último, a su vez, me preocupa porque escucha mucha música metal y va por ahí con camisetas con «muerte» y varias calaveras escritas. Me preocupo mucho por él porque soy su madrina de confirmación y siempre siento que no hago lo suficiente por él, que dejó de venir a misa los domingos hace unos meses. Pero cuando intento mencionar esto a mis padres, me dicen que exagero, a veces incluso que soy un fanático y mientras tanto no dicen casi nada a mis hermanos, argumentando que ellos también hicieron esas cosas cuando eran jóvenes. No puedo decir nada a mis hermanos, porque imagínate si me harían caso, ya que mis padres son los primeros en no estar de acuerdo con lo que digo.

A veces incluso me dicen «pobre de tus hijos, no los dejarás solos ni un momento» y esto me hace sufrir aún más, porque siento una vocación muy fuerte por la familia y tocar un punto tan delicado realmente me preocupa, porque me gustaría con todo mi corazón ser una buena madre para mis futuros hijos y desde luego no ser demasiado rígida.

Últimamente estoy decidiendo hacer una promesa de castidad hasta el matrimonio y sé que debería decirles que sean testigos de mi elección y hablar de ello, pero esta situación me está destruyendo y tengo miedo de salir aún más rota. ¿Es posible, padre, que se sientan más cómodos si hago lo que todo el mundo hace, como es normal hoy en día? ¿Es posible que mi hermano, que fuma hierba y cambia a varias chicas en poco tiempo, sea menos atacado que yo? ¿No deberían mis padres estar contentos de tener una hija como yo, que con sus elecciones les da menos problemas y pensamientos?

La verdad es que los quiero mucho, aunque no se den cuenta, y me gustaría que también experimentaran el amor de Dios. Por eso, procuro rezar todos los días un rosario por ellos, así como la oración de Sor Faustina Kowalska por la conversión de los pecadores, y también acordarme siempre de ellos en la misa. Para mí es una verdadera misión: sé que nadie más rezaría por ellos.

Cuando sucede que me quedo mucho en casa, siempre tengo un conflicto, porque estar mucho con ellos me hace experimentar más dudas de lo normal y crisis en mi fe, y por eso también me encanta vivir sola durante la semana. Hace un mes un sacerdote me dijo en confesión que necesito equilibrar mi relación con mis padres, porque por un lado busco la independencia, mientras que por otro lado la rechazo y quisiera algo más de ellos. Creo que tiene razón al decir esto, también porque son muy buenos padres, pero, tal vez también porque soy la hija mayor, siempre he sentido que quiero más afecto, incluso sólo un «te quiero» y algunos abrazos más. No es que no me demuestren que me quieren, pero muchas veces siento que necesitaría más demostraciones físicas y verbales. El hecho de que me muestre tan independiente y fuerte, no significa que no necesite estas cosas, sólo que he aprendido a defenderme de sus juicios de esta manera.

¿Qué sugiere que haga, padre? ¿Es cierto que exagero y soy demasiado rígida? ¿Cómo puedo mostrarles mi fe a ellos, que están entre las personas más queridas que tengo? No puedo expresarlo con palabras, me temo que sería inútil. Me gustaría que me vieran cambiar en mi forma de comportarme, pero me temo que no se darían cuenta. ¿Es cierto que sería una madre demasiado rígida y estricta? ¿Cómo puedo mantenerme firme en mi fe y en mi autoestima, mientras sigo viviendo con ellos?

Muchas gracias por su atención. Me acordaré de ti en la oración.


Querida,

1. Su experiencia de vida cristiana me ha recordado a una gran mujer francesa, Elisabeth Arrighi Leseur, cuyo proceso de beatificación está en marcha.

De origen cristiana, se casó con un tal Felice Leseur, funcionario de las colonias francesas en el norte de África.

Él era un incrédulo e hizo todo lo posible para que ella perdiera su fe.

Cuando vio que su trabajo había llegado a un buen punto, le dio a leer un libro con el que pretendía hacerle perder completamente la fe.

Pero esa lectura tuvo el efecto contrario, porque ante diversas afirmaciones que le parecían fuera de tono fue a comprobar en la Sagrada Escritura si las cosas eran realmente así.

Y en contacto con los textos sagrados, o mejor dicho, con Aquel que le hablaba a través de esas palabras divinas, se sintió atraída de nuevo por el Señor y comenzó un gran camino de vida cristiana.

2. Le resultaba imposible hablar con su marido de estas cosas porque él se habría aburrido y, en cualquier caso, no las habría entendido.

No tuvo más remedio que rezar, y también tuvo que sufrir y ofrecer, porque le sobrevino una enfermedad que la llevó a la muerte.

Durante su enfermedad mantuvo una amplia correspondencia con muchas personas que quedaron impresionadas por su profunda espiritualidad.

Pero en casa no podía hablar con su marido de estas cosas porque era como si viviera en otro planeta y no podía entenderle.

3. Todo esto parece reflejar su historia de alguna manera.

Nadie en casa te entiende. Te aprecian por tu inteligencia y tu talento, pero te compadecen por tu fe. A sus ojos pareces una pobre chica, privada de muchas experiencias de felicidad.

Mientras tú experimentas otra felicidad que es inmensamente más profunda, más duradera, dulce e irresistible.

Es la experiencia de quien vive en gracia y siente cuán ciertas son las palabras de Santo Tomás de Aquino: «Quien ama a Dios, lo posee en sí mismo (qui diligit Deum, ipsum habet in se), de acuerdo con las palabras de San Juan quien permanece en la caridad, permanece en Dios, y Dios en él (1 Jn 4,16)» (Santo Tomás, In duo praecepta caritatis et in decem legis praecepta expositio).

4. Al marido de Elizabeth Leseur le llegó el momento de gracia. Tras la prematura muerte de su esposa, descubrió que ella llevaba un diario secreto.

Cuando leyó que ella ofrecía sus sufrimientos y oraciones por la conversión de su marido, y quizá vio que el Señor le había tomado la palabra para ello, quedó impresionado y convertido.

Inmediatamente acudió a un gran dominico, el padre Janvier, que en ese momento predicaba la Cuaresma en Notre Dame, en París, y comenzó su camino de vida cristiana que, al cabo de cinco años, le llevaría a ingresar en la Orden de los Dominicos, convirtiéndose en religioso con el nombre de Alberto, sacerdote y predicador.

5. También para ti, en este momento, cualquiera palabra es insuficiente para tocar el corazón de tu pueblo.

Es necesario que el Señor los toque desde dentro.

Sólo entonces lo entenderán todo.

6. Mientras esperas este momento te digo que sigas adelante como lo estás haciendo ahora y que no retrocedas en ninguna de las prácticas que has comenzado.

Si es cierto que es Dios quien suscita en nosotros la voluntad y el trabajo, como dice San Pablo en Flp 2,13, esas prácticas fueron ciertamente inspiradas por el Señor.

7. Y además te diría que pongas en práctica lo que Paulina, una de las hermanas mayores de Santa Teresa, le sugirió a esta futura santa con motivo de su Primera Comunión.

Esto es lo que escribió: «Lo que le pido a Teresa es que busque cada día todos los medios para complacer al Niño Jesús, y por tanto que le ofrezca todas las flores que encuentre en el camino.

Adiós, mi pequeño Benjamín, sí, recoge todas estas florecillas misteriosas de las que hemos hablado tantas veces; son flores que no se marchitarán como las flores de la tierra, sino que serán conservadas por los Ángeles para perfumar los jardines del Cielo y formar un día tu corona».

8. También a ti el Señor te presenta una oportunidad tras otra para realizar actos virtuosos y transformarlos inmediatamente en flores para presentar al Señor.

Teresa se alegró de poder contar a su hermana que en aquellos días no se conformaba con ofrecer al Señor una sola flor, sino que había llenado una cesta, había hecho un ramo, como le sugería su hermana.

9. Precisamente en virtud de estas oraciones y de estos continuos actos de ofrenda y de amor al Señor, Santa Teresa podrá escribir un día esas grandes palabras que nunca debemos olvidar: «Ah, la oración y el sacrificio forman toda mi fuerza, son las armas invencibles que Jesús me ha dado, tocan a las almas mucho más que los discursos, lo he experimentado a menudo» (Historia de un alma 315).

10. Me parece que puedo decir que la estrategia del Señor en la situación actual de tu vida es precisamente ésta: permite que la falta de fe de tus padres, la práctica cristiana casi inexistente en tu familia y, a veces, incluso la presencia descarada de lo que es contrario al plan de Dios para el amor humano, te lleven a una mayor santidad, a una capacidad de amar cada vez mayor y, al mismo tiempo, a tener una apertura para actuar en el corazón de tus padres y llevarlos a todos a la salvación.

Por lo tanto, continúa de esta manera, como el Señor ha sugerido.

Te acompaño de buen grado con mi oración y te bendigo.

Padre Angelo