Questo articolo è disponibile anche in: Italiano Inglés Español Portugués
Estimado P. Angelo,
Al leer la “Subida al Monte Carmelo” de San Juan de la Cruz, surgieron en mí algunas dudas sobre los métodos para implementar la mortificación de los apetitos y el desapego de las criaturas.
1. El santo escribe que todos los apetitos voluntarios deben ser mortificados. ¿Se refiere a aquellos apetitos que conducen al pecado y a las imperfecciones o a todos los apetitos, incluso los “buenos”?
2. Si también hay que mortificar los “buenos” apetitos, y por apetitos voluntarios entendemos aquellos deseos del cuerpo en los que participa la voluntad, significa ¿que también hay que mortificar todas esas pequeñas cosas como mantener una postura corporal más cómoda, elegir una comida más sabrosa que otra, etc.? Me parece evidentemente imposible mortificar todas estas pequeñas comodidades en cualquier momento, suponiendo naturalmente que no debe haber apego desordenado, ni siquiera para los buenos apetitos, y que la mortificación de algunas de ellas es en todo caso meritoria por su valor penitencial.
Todo esto atribuyéndole a “imperfección” el significado clásico de acción ordenada pero no perfecta. No sé si el santo utiliza por el contrario este término para indicar genéricamente la satisfacción de cualquier apetito de los sentidos.
Gracias por todo y le deseo buenas noches.
Mateo
Respuesta del sacerdote
Querido Matteo,
1. Cuando San Juan de la Cruz habla de purificación quiere decir no sólo de inclinaciones desordenadas sino también de las que son buenas en sí mismas.
Sin embargo, existe el peligro de tergiversar no sólo el pensamiento de san Juan de la cruz sino también el evangélico, cristiano.
2. San Juan de la Cruz es consciente de este riesgo. Por eso en el número ocho del Prólogo escribe: “Y por cuanto esta doctrina es de la noche oscura por donde el alma ha de ir a Dios, no se maraville el lector si le pareciere algo oscura. Lo cual entiendo yo que será al principio que la comenzare a leer; mas, como pase adelante, irá entendiendo mejor lo primero, porque con lo uno se va declarando lo otro. Y después, si lo leyere la segunda vez, entiendo le parecerá más claro, y la doctrina más sana.”
3. Personalmente encuentro la clave para comprender el pensamiento de san Juan de la cruz en lo que escribe en el punto tres del capítulo primero: “Y esta primera noche pertenece a los principiantes al tiempo que Dios los comienza a poner en el estado de contemplación”.
4. Aunque hablamos de purificaciones activas, que por tanto parten de la iniciativa del hombre, no hay que olvidar que el gran director es Dios, que introduce a la persona en el estado de contemplación.
¿Qué se entiende por contemplación?
Santo Tomás describe la contemplación a partir de un versículo del Salmo 36,9: “Se sacian con la abundancia de tu casa, les das de beber del torrente de tus delicias.”
En la contemplación nos sentimos saciados por la presencia del Señor y sentimos una sensación de abundancia, alegría y paz que de alguna manera rebosa del alma y beneficia al cuerpo.
No sólo eso, sino que está como abrumado por un torrente de delicias. El torrente recuerda el agua que corre rápidamente, saltando de una piedra a otra. Así en la contemplación nuestra alma se siente invadida por continuos torrentes de amor que provienen del Señor. Son como auténticos hundimientos en el corazón que se repiten sin cesar y que en ocasiones te hacen contener la respiración.
Esto se debe a que en la contemplación “el amor del Espíritu Santo irrumpe en el alma como un torrente impetuoso, porque su voluntad es tan eficaz que nadie puede resistirle; un torrente no se puede retener. Los hombres espirituales se embriagan de delicias porque mantienen su boca cerca de la fuente de la vida” (Comentario al Salmo 36:9).
5. Santo Tomás añade que el gozo que se siente en la contemplación «supera cualquier alegría humana» (Ib.) y es «un cierto comienzo de la felicidad del cielo, de la bienaventuranza» («inchoatio quaedam beatitudinis«) (Summa theologica, II- II, 180, 7).
Este gozo hace que uno “arda en el deseo de ver el rostro de Dios” (Ib., II-II, 180, 4).
6. Cuando una persona comienza a disfrutar de todo esto comprende que las privaciones, que inicialmente y a primera vista parecen sólo privaciones, en realidad no son más que la condición para mantener el estado de unión y bienaventuranza interior. Se empieza a sentirlas como una necesidad del alma.
Por eso dice San Juan de la Cruz no detenerse en las primeras afirmaciones, sino leer todo hasta llegar a hablar de unión transformadora. Sólo así se entenderá todo.
Cuando se habrá leído todo, y sobre todo cuando se habrá vivido todo, entonces releer sus declaraciones desde el principio ya no sorprenderá. Se comprenderá perfectamente el horizonte en el que fueron escritas.
7. Por tanto, el consejo que me tomo la libertad de darte es este: procura introducirte en la unión constante con Dios mediante la vida de la gracia. Precisamente, intenta introducirte en esa contemplación tan bien descrita por el Catecismo de la Iglesia católica: la contemplación “es la mirada de fe fija en Jesús, la escucha de la palabra de Dios, el amor silencioso, la unión con la oración de Jesús y con los misterios de su vida” (CCC 2724).
Vive cada uno de estos puntos y te sentirás lleno de esa dulzura del paraíso de la que habla Santo Tomás.
8. También puedes hacerlo muy bien en el rezo del Santo Rosario que es ciertamente de forma muy hermosa “mirada de fe fija en Jesús, escucha de la palabra de Dios, amor silencioso, unión con la oración de Jesús y con los misterios de su vida”.
Todo lo demás viene por sí solo. Las privaciones no se sentirán como privaciones, sino como una necesidad del alma de permanecer ebria de esa felicidad del cielo que supera inmensamente cualquier placer, incluso bueno y legítimo, vinculado a la actividad de los sentidos.
Gracias por la pregunta.
Estoy convencido que el Señor, por las aspiraciones que ha puesto dentro de ti que sólo tienes 18 años, quiere llevarte muy alto.
Te lo deseo de todo corazón.
Por eso te aseguro mis oraciones y te bendigo,
Padre Angelo