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Buenos días Padre Angelo:

escribo para pedirle un consejo espiritual, quizás incluso hasta técnico.

Como el pecado de la lujuria es preponderante en mi respecto a los demás, muchas veces me encuentro en una condición de debilidad, de muerte interior, por no lograr tener refrenadas la vista y la mente frente a las mujeres atractivas que siempre veo a mi alrededor; consecuencia de mi pecado.

En pocas palabras, muchas veces caigo en el pecado de la impureza en los pensamientos precisamente porque no puedo controlar mi mente, no puedo mantener el dominio de mí mismo.

No hace falta decir que esto desencadena la lucha adicional por no caer en acciones que son inherentemente impuras. Todo esto me genera frustración, desánimo y debilidad de espíritu.

¿Cómo se puede adquirir el dominio de sí mismo?

Muchas gracias

La Pace

Respuesta del sacerdote

Muy caro:

hay dos caminos a seguir para lograr el autodominio.

1. El primero es la victoria sobre sí mismo, empezando por las pequeñas cosas.

A partir de aquí, como en círculos concéntricos, el autocontrol se expande por sí solo a todos los ámbitos de nuestra vida.

Ha sido así para San Francisco de Asís.

2. Después de una larga y misteriosa enfermedad de la que ya había salido bastante transformado, salió a cabalgar por las afueras de Asís.

A un cierto punto escuchó claramente el sonido de una campana. Vio un ser desfigurado que venía hacia él. Era un leproso de carnes apestosas y calcificadas que despedían un hedor insoportable.

Francisco sintió repugnancia inmediata porque sabía que la lepra era una enfermedad altamente contagiosa. Pero después de darse la vuelta, volvió sobre sus pasos.

Por primera vez quiso vencer la repugnancia, desmontó, se acercó al leproso y lo besó.

Subió de nuevo en su caballo y, girándose para saludar al leproso, se dio cuenta de que se había ido.

Entendió entonces que el leproso era Jesucristo, que bajó a la Tierra para recibir un beso de él.

Así trajo “la victoria sobre sí mismo” y desde ese momento su alma se inundó de alegría.

En su testamento, Francisco escribirá: “Cuando estaba en pecado, me resultaba amargo ver leprosos; pero el mismo Señor me llevó a ellos. Y cuando volvía, lo que me parecía amargo se me había cambiado en dulzura para el alma y para el cuerpo. Y luego dejé el mundo.” (Fuentes Franciscanas, 110).

3. Procura también tú superarte en cada ocasión de miradas impuras, apartando la mirada, pensando en la presencia de Dios en la persona que tienes delante y en la presencia de Dios que está en ti.

Registrando pequeñas victorias, una tras otra, sentirás crecer la alegría y la libertad interior.

Como decía el santo Cura de Ars: lo que cuesta es sólo el primer paso.

Entonces se toma gusto a ganar.

Entre otras cosas, notarás que eres objeto de muchas pequeñas gracias del Señor.

4. El segundo camino es el de la oración.

Entre los varios frutos del Espíritu Santo hay uno, llamado “temperancia”.

Si lo pides con fervor, por mediación de María, te darás cuenta de que se te ofrecerá.

Pídelo con insistencia, mientras que por tu parte te esforzarás por ganar contra ti mismo.

Verás que te será dado.

5. Sin embargo, esta victoria no se obtendrá de una vez por todas.

Pronto tu adversario intentará atacarte de nuevo para ganarte.

Pero tu repetirás las estrategias mencionadas sobre ti mismo y la invocación del Espíritu Santo por intercesión de María.

Y harás ésto incesantemente a lo largo de tu vida, porque tu adversario nunca te dejará en paz.

De esa manera irás adquiriendo una libertad interior cada vez mayor y sobre todo aumentarás tu capital de mérito para la vida eterna.

Mientras deseo que procedas de victoria en victoria, te bendigo y te recuerdo en la oración.

Padre Angelo