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Laudetur Jesus Christus!
Buenos días Padre Angelo. Le escribo después de dos años para consultarle acerca de un asunto que me parece importante para la vida de la Iglesia, y por lo que me sentiría muy feliz si pudiera esclarecerlo.
No oculto que lo que ha ocurrido en los últimos tiempos me ha llevado a reflexionar y a profundizar, El memore de San Agustín cuando decía “Credo ut intelligam, intelligo ut credam”.
Entre otras cosas, tuve la oportunidad de leer en el sitio del Vaticano la Declaración de Abu Dhabi del 2019.
En estos días volví a reflexionar, después que hablé con un sacerdote con quien tuve un intercambio de puntos de vista que me dejó perplejo, y que quisiera relatar como premisa.
El sacerdote sostenía que la fe de hoy en día, no es la fe de los decenios pasados, y no es la fe que habrá dentro de diez o veinte años. A lo cual respondí que Cristo es siempre el mismo y que si la fe individual puede conocer recorridos particulares según la respuesta que cada uno da a la llamada de Dios, también en el arco del tiempo. Sin embargo no hay que historizar el Depósito de la Fe, como si la ley de Dios no fuera siempre la misma en el tiempo y en los diferentes lugares, y por lo tanto no fuese certera y estable, inquebrantable y razonable (además, acerca de este punto, para que no quede duda alguna, este sacerdote en una homilía, recientemente afirmó que la fe no es un “paquetito de cosas para creer”, sino algo que cambia con el tiempo y que atrae a cada uno de nosotros, de forma diferente).
Ante mis observaciones, que se extendían hasta considerar que semejante modo de ver no daba seguridad, sino que más bien podría alejar a los fieles, que buscan la roca y no arenas movedizas, el sacerdote me decía que hace sesenta años que intentan transmitir la fe, pero con escaso resultado.
Me quedé turbado por esta conversación, pero encontraba consuelo en San Pablo que recomendaba a Timoteo que cuidara el depósito de la fe (el buen depósito) con la ayuda del Espíritu Santo.
Luego vi la declaración antes citada, y releí el pasaje: “El pluralismo y la diversidad de religión, color, sexo, raza y lengua son expresión de una sabia voluntad divina, con la que Dios creó a los seres humanos. Esta Sabiduría Divina es la fuente de la que proviene el derecho a la libertad de credo y a la libertad de ser diferente”.
Acerca de esto quiero pedirle como puede conciliarse nuestra fe con esta afirmación, según la cual el pluralismo y la diversidad de religioines dependen de una sabia voluntad divina, con la cual Dios creó los seres humanos, al igual que el pluralismo, la diversidad de colores, sexo, raza y lenguas.
Si estos ultimos caracteres y su pluralismo se reconocen como sabia voluntad divina, es decir queridos por Dios (o por lo menos es indiscutible para la pluralidad de sexo, en cuanto macho y hembra los creó), no entiendo como es que se puede afirmar lo mismo para las diveras religiones.
¿El Dios verdadero, uno y trino, querría que hubiesen más religiones, las cuales -prácticamente todas, menos una- niegan su unidad y trinidad?
¿El verdadero Dios, cuyo Logos y su divina sabiduría se encarnó (de modo que Jesucristo verdadero Dios y verdadero hombre) querría que hubiesen más religiones, las cuales -prácticamente todas, menos una- niegan a Jesucristo y su divinidad o bien su humanidad, según los casos?  
Se podría decir aquí, que la voluntad de Dios se interpreta como una voluntad permisiva (seguramente no la pluralidad de sexo, por lo menos); y entonces tendríamos una frase en la que la “sabia voluntad divina” asumiría significados diferentes según el objeto?    
¿O se trata de un desliz? ¿En un documento firmado por el Papa? ¿Definido al principio como un documento “pensado con sinceridad y seriedad?”
¿Que habla de “nuestra común fe en Dios”, es decir entre nosotros católicos que creemos en un Dios uno y trino y en la divinidad y humanidad de Jesús, y los mahometanos, que niegan ambos misterios?
Por lo demás, si Dios de verdad quisiera la pluralidad de religiones, ¿qué sentido tendría la Encarnación? La pluralidad de religiones desmentiría a la única verdadera. Jesús estaría en el mismo nivel que Mahoma, Buda, etc, en una visión religiosa que parecería referirse, ni siquiera tan disimuladamente a la visión de quien no me atrevo a señalar, pero que los Papas condenaron enseguida, en el siglo XVIII. La puerta angosta sería uno de los tantos caminos y el sacrificio de Cristo un suceso como tantos otros. La sangre de los mártires, bajo este punto de vista, ¿qué sentido tendría? Predicar el evangelio a todas las gentes, sería una imposición a los demás, extremando este razonamiento. Llegados a este punto, ¿tendría todavía sentido la Iglesia, a la que Cristo encomendó la tarea de dar a conocer la fe verdadera?
Aún si se pudiera hallar una explicación que concilie la mencionada formulación con nuestra Fe (¿acaso se razonaba en un plano no estrictamente religioso? ¿pero, qué sentido tendría?), me temo que esto conduciría a una falta de claridad y certeza, y por ende confusión. Me dije para mis adentros, esto favorecería una acepción de la Fe como variable en el transcurso del tiempo, para adaptarse a lugares y tiempos. O también a un concepto de Fe como intercambiable con otras profesiones religiosas, ad libitum. O de una Fe que cambia con el tiempo, como antes mencionaba.
Como católicos, por otra parte, debemos tener presente la advertencia de Cristo, cuando se pregunta si él Hijo del hombre encontrará la fe cuando regresará a la tierra.
Perdóneme si fui muy directo, no es mi intención ser provocador irreverente, pero por el amor que siento por Nuestro Señor Jesucristo, leer ciertas declaraciones no es fuente de alegría y me gustaría que usted me aclarara el significado de ese pasaje de manera que se pueda conciliar como corresponde con la Fe de siempre.
Le agradezco y le recuerdo en la oración, también como miembro de la Cofradía del Rosario.
Dios nos bendiga y la Virgen nos proteja.

Samuel 


Respuesta del sacerdote

Querido Samuel, 
1. pueden resumirse en dos los elementos de tu mail: la fe que cambia y la afirmación de la declaración de Abu Dhabi.

2. Sobre la fe que cambia: hay que distinguir el elemento objetivo del subjetivo.
Lo que es objetivo en la fe, lo que San Pablo llama el depósito de la fe  (1 Tm 3,9), que corresponde a lo revelado y comunicado por Dios, evidentemente no cambia.
En la profesión de fe, cada domingo decimos: “Creo en la Iglesia, una, santa, católica y apostólica”.
Al creer en la Iglesia Apostólica, se sobreentiende principalmente una doble realidad: la primera es la Iglesia constituida “Ustedes están edificados sobre los apóstoles” (Ef 2, 20), guiada por los apóstoles y sus sucesores.
La segunda es: guarda y transmite, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en ella, la enseñanza, el buen depósito, las sanas palabras oídas a los Apóstoles (Catecismo de la Iglesia Católica 857).

3. Eso significa que nuestra fe en Cristo, es la misma fe que tuvieron los apóstoles. No es otra fe, no es una fe cambiada o transformada.
El Concilio Vaticano I en la constitución dogmática  Dei Filius enseña que «Así pues, la doctrina de la fe que Dios ha revelado es propuesta no como un descubrimiento filosófico que puede ser perfeccionado por la inteligencia humana, sino como un depósito divino confiado a la esposa de Cristo para ser fielmente protegido e infaliblemente promulgado. De ahí que también hay que mantener siempre el sentido de los dogmas sagrados que una vez declaró la Santa Madre Iglesia, y no se debe nunca abandonar bajo el pretexto o en nombre de un entendimiento más profundo» (DS 3020).
Este documento prosigue haciendo suyas las afirmaciones de un Padre de la Iglesia, Vicente de Lerins: «Que el entendimiento, el conocimiento y la sabiduría crezcan con el correr de las épocas y los siglos, y que florezcan grandes y vigorosos, en cada uno y en todos, en cada individuo y en toda la Iglesia: pero esto sólo de manera apropiada, esto es, en la misma doctrina, el mismo sentido y el mismo entendimiento»

4. Dogmáticamente el mismo Concilio decretó: “Si alguno dijere que es posible que en algún momento, dado el avance del conocimiento, pueda asignarse a los dogmas propuestos por la Iglesia un sentido distinto de aquel que la misma Iglesia ha entendido y entiende: sea anatema” (DS 3043), es decir excomulgado.
Por ello un conocido axioma teológico así se expresa: “Quod semel verum, semper verum”, Lo que ha sido considerado verdadero una vez,– se sobreentiende con la garantía del Espíritu Santo-  lo es para siempre 

5. Por lo tanto lo afirmado por el sacerdote “que la fe de hoy en día, no es la fe de los decenios pasados, y no es la fe que habrá dentro de diez o veinte años”, bajo este aspecto está completamente equivocado.
Sería como decir que cada uno fabrica su propia fe.
Pero esto ya no es fe, porque tener fe aun solo desde el punto de vista humano- quiere decir fiarse de la autoridad de quien habla, obedecerle y abandonarse a lo que dice.

6. Si en cambio, por desarrollo de la fe se entiende la sensibilidad particular hacia algunas verdades de fe, una comprensión más profunda de las mismas, vivirlas de forma más intensa y más inteligible al hombre del propio tiempo y sobre todo abrir nuevas pistas de evangelización más adecuadas para específicas épocas, entonces esto está implícito en la misma naturaleza del “depósito” que el Señor nos ha confiado.
Equivale a invertir el talento que nos ha sido confiado y a lo que decía Vicente de Lerins: «Que el entendimiento, el conocimiento y la sabiduría crezcan con el correr de las épocas y los siglos, y que florezcan grandes y vigorosos, en cada uno y en todos, en cada individuo y en toda la Iglesia: pero esto sólo de manera apropiada, esto es, en la misma doctrina, el mismo sentido y el mismo entendimiento».
No se trata aquí de una fe diferente, sino de la misma fe vivida de forma más profunda e integralmente.
Corresponde perfectamente a lo que dijo el santo Papa Juan XXIII en el gran discurso de apertura del Concilio Vaticano II: “de la adhesión renovada, serena y tranquila, a todas las enseñanzas de la Iglesia, en su integridad y precisión, tal como resplandecen principalmente en las actas conciliares de Trento y del Vaticano I, el espíritu cristiano y católico del mundo entero espera que se dé un paso adelante hacia una penetración doctrinal y una formación de las conciencias que esté en correspondencia más perfecta con la fidelidad a la auténtica doctrina, estudiando ésta y exponiéndola a través de las formas de investigación y de las fórmulas literarias del pensamiento moderno. Una cosa es la substancia de la antigua doctrina, del «depositum fidei», y otra la manera de formular su expresión” (11 de octubre de 1962).

7. Acerca del segundo problema: respecto a la declaración de Abu Dhabi hay que hacer algunas distinciones.
La primera se refiere a la diversidad de religión, que es algo esencialmente diferente de la diversidad de color, sexo, o raza.
Estas últimas diferencias, lo son según la naturaleza. Constituyen un bien y un recíproco enriquecimiento.
La diversidad de idiomas no es según la naturaleza, sino de la cultura. Origina sin embargo una legítima variedad que es hasta hermosa.
No puede decirse lo mismo acerca de las verdades fundamentales, como por ejemplo las que atañen a la religión.
Los mismos islámicos no colocarán nunca al cristianismo en el mismo nivel que su religión. Tanto valdría hacerse cristianos, pero eso equivaldría a renegar de su fe.
De la misma manera los cristianos, conscientes que dar fe a Jesucristo implica ser sujeto de la acción salvífica y sobrenatural de Dios a través de la inteligencia y la voluntad (Jesús dijo: “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre” Jn 6,44), no pueden colocar a Jesús al mismo nivel de los fundadores de otras religiones.
Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre, mientras que Buda, Mahoma y otros son simplemente hombres.
Esta diferencia es fundamental.
La diversidad de religión, por lo tanto, no deriva de la naturaleza, como en los otros casos. Jesucristo dijo que Él es la verdad (Jn 14, 6). Por eso el Magisterio de la Iglesia dice: “Dios llama a sí a todas las gentes en Cristo, queriendo comunicarles la plenitud de su revelación y de su amor; y no deja de hacerse presente de muchas maneras, no sólo en cada individuo sino también en los pueblos mediante sus riquezas espirituales, cuya expresión principal y esencial son las religiones, aunque contengan «lagunas, insuficiencias y errores»” (Redemptoris missio, 55). 

8. Nos interrogamos, ¿qué quiere decir que la pluralidad de religiones corresponde a una sabia voluntad divina?
Claramente Dios no puede querer lagunas, ni insuficiencias, ni errores.
Se trata por ende de una voluntad permisiva y no deliberativa. Es aquella voluntad permisiva por la que una antigua oración de la Iglesia rezaba así: “Deus, cuius Providentia in sui dispositione non fallitur”.
La Conferencia Episcopal Italiana traduce: “Oh Dios, que en tu providencia todo dispones según tu designio de salvación…». Literalmente: “Oh Dios, cuya Providencia en la disposición de sí, no yerra».
Es decir que Dios no se equivoca ni siquiera en sus permisiones. Hay un designio providencial aun en permitir el error, el pecado.
Esta es la sabia voluntad de Dios.

9. Indudablemente el lenguaje adoptado en la declaración se presta a equívocos.
Sin embargo, no hay que olvidar que se trata de una declaración en la que se ha hecho lo posible para hallar un acuerdo que en algunos puntos es de verdad mínimo.
En todo caso, no se trata de un acto magisterial de la fe católica, sino de un acuerdo en el contexto de una declaración que se ha considerado importante.

10. Permanece cierto también lo que Jesús dijo en su diálogo con la samaritana: “la salvación viene de los judíos” (Jn 4, 22) porque la divina revelación pasa a través de la ley y los profetas y se cumple en  Cristo.
Además todas las verdades de nuestra fe cristianas son verdades salvíficas.
No se puede afirmar lo mismo de otras doctrinas religiosas, justamente porque contienen  (“lagunas, insuficiencias, errores”), por ejemplo las referidas a la indisolubilidad del matrimonio.

Te bendigo, te deseo todo bien y te recuerdo en la oración.
Padre Angelo