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Padre,

Acabo de leer en un blog que el teólogo alemán Hünermann, casi de la misma edad que el Papa emérito, en un estudio presentado al Papa reinante hace tres años, afirmaba que, en la teología católica anterior al Concilio Tridentino, especialmente en Aquino y San Buenaventura, la sacramentalidad del matrimonio no era un absoluto. ¿Cómo están las cosas realmente? ¿Puede considerarse históricamente fundada la opinión del teólogo Hünermann o no?

Con sincera cordialidad.

Alessandro


Querido Alejandro,

1. Hay que recordar como premisa general que el término sacramento -que significa signo sagrado- tiene un significado analógico. Esto significa que se aplica a muchas realidades, pero no de la misma manera ni con la misma intensidad. Así, esta palabra se aplica a Cristo, que se define como el sacramento del encuentro del hombre con Dios. O indica genéricamente algo sagrado, como la creación. En este sentido, Santo Tomás dice que «las criaturas visibles significan algo sagrado, es decir, la sabiduría y la bondad divinas en cuanto son sagradas en sí mismas, no en cuanto nos santifican» (Suma Teológica, III, 62, 2 ad 1). O pueden designar los siete sacramentos, entendidos como signos eficaces de la gracia.

2. Pues bien, en el primer milenio cristiano, el matrimonio siempre se consideró un bien, incluso una realidad sagrada. Los Santos Padres defendieron su institución divina y natural, refiriéndose a la declaración de Cristo de que el hombre no debe separar lo que Dios ha unido. San Agustín ensalza sus tres bienes: los vinculados a la descendencia, la fidelidad y la indisolubilidad. Desde este punto de vista, algunos dijeron que un matrimonio celebrado por cristianos o no cristianos es un sacramento, un signo sagrado. Por ello, Inocencio III y Honorio III, papas del siglo XIII, afirmaron que ‘el sacramento del matrimonio existe entre fieles e infieles‘». Estos Papas se refirieron a lo que Pedro Lombardo había afirmado: «Mientras que los otros sacramentos se originaron después del pecado y para el pecado, el sacramento del matrimonio fue instituido por el Señor antes del pecado» (Sentencias, IV, distinción 26).

3. Los Santos Padres (primer milenio) consideraban el matrimonio como una realidad buena, un signo sagrado, sobre el que se extiende la bendición de Dios. Sin embargo, cuando hablan de él como sacramento, le dan más valor de sacramental que de sacramento. Los sacramentales son aquellas realidades que se bendicen, como el agua, para alejar al diablo y gozar de una bendición o favor divino. Los sacramentos, en cambio, son realidades que no sólo significan algo sagrado, sino que lo provocan, lo comunican.

4. San Alberto Magno en el siglo XIII se refiere a las diversas tesis que circulaban en su época. Algunos decían que el matrimonio no confería ninguna gracia, sino que era un signo de una realidad salvífica, es decir, del amor de Cristo por la Iglesia. Otros admitían un cierto don de gracia en cuanto que daba una mitigación de la concupiscencia a favor de los tres bienes del matrimonio. Por último, otros afirmaron que también se dio una gracia en sentido positivo. San Buenaventura y Alejandro de Hales sostenían esta tercera opinión como muy probable («multus probabilis»). San Alberto sin también apoyó esta tercera posición.

5. Santo Tomás, en cambio, considera firmemente el matrimonio como un sacramento verdadero y eficaz. En la cuestión 65, 1 de la tercera parte de la Suma Teológica se pregunta si deben existir siete sacramentos. Y responde que sí, contando el matrimonio como el séptimo. Volviendo a nuestro tema, escribe: «En relación con la comunidad, el hombre se perfecciona de dos maneras. En primer lugar, alcanzando el poder de gobernar a otros y de realizar actos públicos. Y en la vida del espíritu, el sacramento del Orden corresponde a esto; porque, como dice San Pablo, «los sacerdotes ofrecen sacrificios no sólo por ellos mismos, sino también por el pueblo». En segundo lugar, con la propagación de la especie. Y esto tiene lugar a través del matrimonio, tanto para la vida corporal como para la vida espiritual; porque no sólo es un sacramento, sino también un oficio de la naturaleza. De ahí que se justifique el número de sacramentos, también bajo el aspecto de remedios contra las miserias del pecado. El bautismo, en efecto, es contra la ausencia de vida espiritual; la confirmación contra la debilidad espiritual que se encuentra en los neófitos; la eucaristía contra la labilidad del alma con respecto al pecado; la penitencia contra el pecado real cometido después del bautismo; La Extremaunción contra la escoria de los pecados no eliminados completamente por la penitencia, ya sea por negligencia o por ignorancia; el Orden contra la disolución de la comunidad; el Matrimonio contra la concupiscencia personal y contra los vacíos que la muerte abre en la sociedad» (Summa Theologica III, 65, 1). 

6. Poco antes, había dicho explícitamente: «Los sacramentos de la nueva ley causan la gracia: de hecho, son utilizados por la disposición divina para producir la gracia. De ahí las palabras de San Agustín: ‘Todas estas cosas’, es decir, los ritos sacramentales, ‘se hacen y pasan, pero la virtud’ de Dios ‘que obra en ellos permanece para siempre'». (Suma Teológica, III, 62, 1).

7. La doctrina de Santo Tomás aún encontraría cierta resistencia. Pero, de hecho, pronto se convertiría en un conocimiento común, hasta el punto de que el Concilio de Trento no tendría ninguna dificultad en consagrar esta verdad con una definición dogmática. Por lo tanto, Hünermann fue preciso en este punto.

Te encomiendo al Señor y te bendigo.

Padre Ángelo