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Pregunta

Querido Padre Angelo,

Me dirijo a usted padre porque siento la necesidad de hablar con una persona como usted sobre algunas dudas y pensamientos por los que he estado reflexionando durante años.

Soy un chico crecido en una familia de tradición católica pero no muy practicante, aunque con el bautismo, las primeras confesiones, la comunión y la confirmación; con el tiempo, pero empecé a dudar de la existencia de Dios hasta que dejé de creer por un tiempo, pero ahora me asalta la pregunta de si Dios y el alma existen o no.

Empecé a ponerme estas preguntas en el trienio de la escuela secundaria, diciéndome que, si el alma no existe y los humanos son sólo células formadas por átomos unidos por algún vínculo, entonces lo que nos mueve a los humanos es sólo el deseo de bienestar material y todas las aspiraciones aparentemente ajenas a estos deseos en realidad derivan directa o indirectamente de ellos (véase Marx y otros).

No podía soportar una visión semejante de mí mismo y de los demás, pero me parecía, y me sigue pareciendo, limitante, además de deprimente y animalista, una visión semejante del ser humano, aunque no puedo explicar con precisión el porqué de esta repulsión mía por tales teorías.

Además, me he dado cuenta de que, sin Dios, el hombre se queda sin ninguna esperanza fiable.

¿Quién puede salvar al mundo del dolor?

¿El hombre?

El hombre apenas es capaz de convivir con sus semejantes, entonces mucho menos podría hacer eso.

Los que ahora dicen lo contrario, creo que lo hagan para acusar a sus oponentes más realistas de ser «inhumanos», como decía Carl Schmidt (un autor que estudié en la universidad).

Sin embargo, no he encontrado ninguna razón válida para creer en Dios y en el alma sin reservas, por lo que he pensado en dirigirme a los que creen en Dios y quizás puedan indicarme razones que yo no haya considerado.

Le agradecería, Padre Angelo Bellon, que encontrara el tiempo y la forma de responderme.

Cordiales saludos.


Respuesta del sacerdote

Querido,

1. Aunque con un poco de retraso, por fin estoy leyendo tu correo electrónico, sobre temas a los que ya he respondido, pero útiles para los nuevos visitantes o para los que no se han dado cuenta de que haya un buscador en la primera página de nuestro sitio.

Me estas planteando dos preguntas fundamentales sobre dos realidades (Dios y la espiritualidad del alma) que constituyen los presupuestos racionales de nuestra fe. También se les llama «los preámbulos de la fe».

En primer lugar, estoy de acuerdo con tu razonamiento: si el hombre sólo fuera referible a la materia, sus deseos tendrían que ser sólo materiales. Mientras que, de hecho, también tiene deseos y aspiraciones espirituales, como conocer las realidades espirituales, tal y como estás haciendo en este momento.

2. En cuanto a la existencia del alma y la demostración de su espiritualidad e inmortalidad, te presento la parte central de la respuesta publicada en nuestra página web el 2 de enero de 2007.

Aquí está:

«Hay que distinguir un doble problema: el de la existencia del alma y el de la espiritualidad del alma humana.

1. Decimos que hay un alma allí donde hay vida. La diferencia entre un cuerpo humano vivo y un cuerpo humano muerto es la siguiente: el cuerpo humano vivo está animado, el muerto es un cadáver. Lo mismo hay que decir de los animales y las plantas. Donde hay vida, hay alma. Porque por alma entendemos el principio vital. Podría decir que hasta este punto las cosas son tan sencillas que ni siquiera hay que demostrarlas, basta con mirarlas.

2. El mayor problema es decir que el alma humana no es sólo vegetativa y sensorial como ocurre con las plantas y los animales, sino que es espiritual. Empezamos por este principio: toda realidad se manifiesta a través de su actividad. Pues bien, como las plantas sólo manifiestan una actividad vegetativa (asimilación, crecimiento…) podemos entender que su alma, su principio vital, es sólo vegetativo. Vemos, por otra parte, que los animales, además de expresar la vida vegetativa, también manifiestan una vida sensorial: sienten emociones, como el dolor y el placer, sienten, ven… Por eso decimos que el alma de los animales es un alma sensorial. Pero la vida del hombre no sólo se expresa en la vegetación o en el sentimiento de las emociones, sino también en la vida espiritual, como, por ejemplo, realizar la cultura, pensar, desarrollar conceptos, inventar. El hombre, en sus actividades, manifiesta una superioridad, una trascendencia sobre la materia: la elabora, la vuelve a expresar, la recombina. Por poner un ejemplo muy banal: nunca habrás visto a un animal encender un fuego y preparar comida. El hombre, en cambio, sí. Y esta actividad manifiesta una trascendencia sobre la materia, de modo que se apodera de ella, la reelabora, la recombina como quiere. Nunca habrás visto a los animales comunicarse por medio de periódicos, que en definitiva son papel manchado de tinta. Pero esa tinta está puesta de tal manera que esa negrura se convierte en un signo y los hombres se comunican entre sí. Incluso la capacidad de hablar manifiesta una trascendencia sobre la materia: los animales se limitan a emitir sonidos y siempre de la misma manera. La persona humana llama a las cosas con nombres diferentes: en italiano, en latín, en griego, en francés, en alemán, en chino… ¿No es esto también trascendencia sobre la materia? La gente se cuenta lo que ha hecho, manifiesta sus proyectos, sus deseos, recuerda las obras de sus antepasados (basta con leer un libro de historia). Se trata de una actividad impensable entre los animales, que sólo son materiales y están determinados por los instintos. Los humanos, por desgracia, también dicen mentiras. Pero, ¿has visto alguna vez a los animales decir mentiras? Incluso la posibilidad de pensar una cosa y decir otra manifiesta la superioridad o trascendencia sobre la materia. ¿Y acaso la posibilidad de pensar en realidades espirituales (Dios, ángeles, demonios, el alma inmortal), independientemente de su existencia, no demuestra que hay algo espiritual en el hombre? Porque no podría aprehender ni siquiera pensar en las realidades espirituales, si él mismo no fuera en parte espiritual.

Estas son las razones que llevaron a los antiguos filósofos, como Platón, a reconocer racionalmente que el alma humana no es sólo vegetativa y sensorial, sino también espiritual. Lo manifiesta en sus acciones, en su trabajo. A la edad de 18 años (aún no se había bautizado y mucho menos convertido), San Agustín leyó las obras de Platón y Hortensio de Cicerón (dos filósofos que vivieron antes de Cristo) y se convenció racionalmente de la espiritualidad e inmortalidad del alma humana. El paso de la espiritualidad a la inmortalidad es muy corto: sólo muere lo que es orgánico, lo que está formado por partes. Cuando las partes de un organismo dejan de cooperar para el bien del conjunto, éste se desmorona, muere, y se corrompe. Pero lo que es espiritual no es material, y por lo tanto ni siquiera está compuesto de partes que puedan desintegrarse entre sí. De ello se deduce que lo que es espiritual es también inmortal.

Esta verdad, de orden racional, se confirma entonces por la fe.

3. Para la existencia de Dios, las respuestas publicadas en nuestro sitio son numerosas. Vuelvo a presentarte esta publicada el 12 de septiembre de 2008:

«Los hombres de todos los tiempos se han cuestionado el problema de la existencia de Dios. E incluso allí donde ha habido regímenes ateos que han intentado eliminar todo rastro de religión, ésta ha surgido más viva que antes. ¿Que significa esto? Que la cuestión religiosa es propia de la naturaleza humana. Los animales no se hacen esta pregunta. Los humanos lo hacen. Y se preguntan: ¿cuál es el sentido de la vida, a qué se dirige, de dónde viene? Diderot, el hombre de la enciclopedia francesa, decía que sólo observar el ojo y el golpe de ala de una mariposa dejaría fuera de combate a cualquier ateo. El célebre entomólogo Fabre, tomando un insecto en la mano, dijo que ya no era necesario que alguien viniera a traerle pruebas de la existencia de Dios. Todo estaba claro.
1. La primera gran prueba de la existencia de Dios es la perfección de la naturaleza, que manifiesta una sabiduría infinita. Piensa en las leyes que rigen el ojo o el ala de una mariposa, con sus colores, con el polvo que la recubre, con el marco perfecto que la mueve sin calambres ni dolor. Hay una sabiduría contenida en el ala de una mariposa que los hombres no dejan de descubrir. Y lo que se dice del ala de una mariposa se puede extender a cualquier otra realidad. Pensemos en la génesis y el desarrollo del organismo humano: en primer lugar, la constitución de los dos gametos, luego la aparición del cigoto (la primera célula vital) y, a continuación, todo lo que sigue en un diseño maravilloso, que los hombres pueden, en el mejor de los casos, descubrir o recomponer (en el caso de lesiones o fracturas), pero no inventar. Piensa en los distintos órganos perfectamente colocados y en continua interdependencia. Piensa, por ejemplo, en los huesos. Hay unos doscientos en nuestro cuerpo, y cada uno es indispensable. Piense en la posibilidad de vocalizar: cuando una persona vocaliza, se ponen en acción infinidad de músculos diminutos y perfectos. ¿Acaso esa sabiduría perfecta no presupone un legislador al menos igual de sabio? ¿Puede la materia, por sí misma, darse leyes tan perfectas? Coge un papel: pídele que haga leyes por sí mismo… ¡Si lo hicieras, pensarían que estás loco! ¡Sin equivocarse!

2. Pasemos ahora del organismo de los vivos al manto celeste: allí contemplamos una miríada de estrellas. En la escuela te dicen que esas estrellas están todas en movimiento y que están a millones y millones de años luz de nosotros (cifras inconcebibles) y que cada una gira según una órbita que las estrellas no se dieron. Se podría decir que existe la ley de la gravedad, el equilibrio entre las fuerzas centrífugas y centrípetas… Todo ello es cierto. Pero todo esto ha ocurrido durante millones y millones de años luz (no sólo millones y millones de años, sino años luz). Nunca ha habido una conflagración o un caos generalizado. Todo sigue según leyes perfectas, como un reloj que no se desvía ni un segundo. Los animales no piensan en las estrellas del cielo. Los hombres sí. Por el contrario, han descubierto y elaborado un inmenso conocimiento: la astronomía. No son los hombres los que fijan los caminos de las estrellas: ellos los descubren. Las estrellas tampoco se las proporcionan a sí mismas. La mente ve en todo esto la mano de un Artífice que ciertamente debe tener toda la sabiduría infinita contenida en las cosas que ha hecho. Y a este artífice le damos el nombre de Dios. Dime: si entra en un aula y ve un cuadro maravilloso, ¿puedes decir que está hecho por sí mismo? Los colores no se hicieron solos, ni las figuras ni encuadre.

3. Si nos fijamos en los pensadores o filósofos, veremos que ellos también han reflexionado mucho sobre este problema. Y han llegado a conclusiones comprensibles y aceptables para cualquiera que quiera razonar. Una de las conclusiones es la siguiente: el hombre es un ser capaz de reflexionar. A través de la reflexión toma conciencia de su propia contingencia. Por contingencia se entiende que existe, pero también puede no existir. Y esto es un hecho evidente, que nadie puede cuestionar. Pero si existimos, sabiendo que también podríamos no existir, significa que no poseemos la fuente del ser (la razón de ser) dentro de nosotros mismos, de lo contrario nos habríamos dado la existencia para siempre y la conservaríamos para siempre. Por lo tanto, si existimos, aunque no tengamos la razón de ser en nosotros mismos, significa que la fuente de nuestra existencia está en otro ser, que es diferente a nosotros, en un ser que no es contingente, sino que posee la fuente del ser en sí mismo, que existe por siempre y para siempre. Y a esto le llamamos ser Dios. Si este ser no existiera, tendríamos que llegar a una conclusión absurda: hay muchas realidades que han surgido de la nada. Han recibido y reciben la existencia de la nada.

4. Hasta aquí el razonamiento humano. Ellos pueden concluir con certeza que Dios existe, que es infinitamente sabio, que es el Ser más perfecto, Señor y Creador del cielo y de la tierra. San Agustín escribe: «Pide la belleza de la tierra, del mar, del aire enrarecido y expandido por todas partes; pide la belleza del cielo… pide todas estas realidades. Todos ellos te responderán: míranos y mira lo hermosos que somos. Su belleza es como su himno de alabanza. Ahora bien, estas criaturas, tan hermosas, pero tan mutables, ¿quién las creó sino alguien que es hermoso de manera inmutable?» (Sermones, 241, 2). También la Sagrada Escritura nos recuerda que a estas conclusiones se puede llegar sólo con el uso de la razón, sin perturbar la fe. Y lo dice con tanta fuerza que concluye que los que no llegan al conocimiento de Dios están «sin excusa». San Pablo afirma que «lo que se puede conocer de Dios se les ha manifestado (a los hombres); Dios mismo se lo ha manifestado». En efecto, desde la creación del mundo, sus perfecciones invisibles pueden ser contempladas con la inteligencia en las obras que ha realizado, así como su poder eterno y su divinidad» (Rm 1,19-20). Y dice que los que no llegan a la conclusión de la existencia de Dios y se declaran ateos «son inexcusables» (Rom 1,21). Hablando al pueblo de Listra, San Pablo dice: «Os predicamos que os convirtáis de estas vanidades al Dios vivo que hizo el cielo, la tierra, el mar y todas las cosas que hay en ellos. En las generaciones pasadas dejó que cada pueblo siguiera su camino; pero no ha dejado de demostrar que hace el bien, concediéndoos la lluvia del cielo y las estaciones fructíferas, proveyéndoos de alimentos y llenando de alegría vuestros corazones» (Hch 14,15.17). Ya en el Antiguo Testamento leemos: «Verdaderamente necios por naturaleza eran todos los hombres que vivían en la ignorancia de Dios, y por las cosas visibles no reconocían al que es, no reconocían al autor, ni siquiera considerando sus obras. Pero ya sea el fuego o el viento o el aire delgado o la bóveda estrellada o el agua que corre o las luminarias del cielo los consideraban como dioses, gobernantes del mundo. Si, asombrados por su belleza, los tomaron por dioses, que piensen cuán superior es su Señor, pues el mismo autor de la belleza los creó. Si se impresionan por su poder y actividad, que piensen a partir de esto cuánto más poderoso es Aquel que los formó. Porque de la grandeza y belleza de las criaturas por analogía conocemos al autor. (…). Pero tampoco son excusables, pues si tenían tantos conocimientos como para escudriñar el universo, ¿cómo es que no encontraron antes a su dueño?» (Sab 13:1-9).
5. Sin embargo, afirmar la existencia de Dios no es lo mismo que abrazar la fe cristiana. Concluir que Dios existe no es principalmente una cuestión de fe, sino de razón. Muchos han llegado a esta conclusión independientemente de la revelación cristiana. Por el contrario, se necesita la ayuda de Dios mismo para aceptar su revelación divina, es decir, para creer que se manifiesta en Cristo. Pero esto te lo contaré en el próximo episodio».

Te agradezco que me hayas dado la oportunidad de recordar verdades racionales tan importantes para la vida de todos los hombres, y que no se diga que la fe es un salto en el vacío.

Con la esperanza de que conozcas cada vez más a Jesucristo y te llenes de su gracia, te aseguro mis oraciones y te bendigo.

Padre Angelo


Traducido por SusannaF