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Querido Padre Ángelo,
con estima, pero también con angustia, te escribo. Soy un seminarista que te escribió hace tiempo. Quería pedirle algunas aclaraciones sobre una cuestión que me está causando mucha confusión y angustia. La pregunta se refiere a la cuestión de la voluntad de Dios, la vocación personal y la oración. Quisiera decir que aprecio mucho su sitio y tengo en alta estima sus consejos, pero me quedé muy perplejo cuando en algunas de sus respuestas afirma con decisión que la voluntad de Dios es absolutamente inmutable, tanto que la oración no podría cambiarla. La referencia es particularmente a la vocación específica y particular de cada uno de nosotros. ¿Se aplica también aquí el discurso de la inmutabilidad? ¿Existe un único y particular camino que el Señor ha designado para nosotros, y está ya escrito y es eternamente inmutable? (Si uno siente en su interior un fuerte deseo de ser sacerdote, pero encuentra obstáculos en su camino (incluso obstáculos derivados de sus problemas de salud o de alguna fatiga en algún aspecto de la vida sacerdotal), deduciendo que (por esos problemas) no parece ser su vocación, pero sigue sintiendo un fuerte deseo, ¿no podría pedir a Dios la gracia de superar esas dificultades? ¿No podría pedir a Dios la gracia de confirmar la llamada sacerdotal? ¿Es posible pedirle a Dios la gracia de ser llamado por Él a un estado de vida particular como el sacerdocio? ¿Es posible pedirle a Dios la gracia de transformar o cambiar un sufrimiento u obstáculo particular en el camino para convertirse en sacerdote?
Hasta ahora lo creía y rezaba con mucha confianza… pero la angustia y la desesperación se apoderaron de mí cuando leí algunas de tus consideraciones sobre la voluntad de Dios y la oración que no puede cambiarla de ninguna manera. ¿Cómo es posible? ¿Cómo se puede conciliar la inmutabilidad absoluta de la voluntad de Dios con la oración que todo lo puede, que supera el corazón de Dios incluso en los casos más desesperados? Si la voluntad de Dios fuera absolutamente inmutable, entonces, por ejemplo, en todas las circunstancias de enfermedad o sufrimiento en la vida, sería inútil o erróneo rezar para que la situación cambie, porque habría que decir que sucede por voluntad de Dios y que, al permitir el mal por un bien mayor, no se puede cambiar. ¿Es posible, por tanto, que en algunos casos podamos hablar de que la voluntad de Dios «cambia», «muta» o concede una determinada gracia o estado de vida a través de la oración? ¿Es un pecado si, habiendo percibido que muy probablemente, en el estado actual de las cosas, a causa de diversos obstáculos, la vocación sacerdotal, aunque deseada, parece no ser la voluntad de Dios, se pide en la oración la gracia especial de que Dios conceda esta llamada y otorgue este camino para nuestra vida?
¿ES POSIBLE, ENTONCES, PEDIRLE A DIOS QUE SU VOLUNTAD EN UN MOMENTO DETERMINADO DE NUESTRA VIDA CAMBIE O SE MODIFIQUE EN REFERENCIA A NUESTRO ESTADO PARTICULAR DE VIDA?
Con angustia y aprensión espero su amable respuesta.


Querido,
1. Hace poco (24º domingo del tiempo ordinario, año b) escuchamos en la segunda lectura de la carta de Santiago las siguientes palabras: «Todo lo que es bueno y perfecto es un don de lo alto y desciende del Padre de los astros luminosos, en quien no hay cambio ni sombra de declinación» (Sant 1,17).

2. La carta a los Hebreos recuerda también la inmutabilidad de Dios: «Tú, Señor, al principio fundaste la tierra, y el cielo es obra de tus manos. Ellos desaparecerán, pero tú permaneces. Todos se gastarán como un vestido y los enrollarás como un manto: serán como un vestido que se cambia. Pero tú eres siempre el mismo, y tus años no tendrán fin» (Heb 1,10-12).

3. Afirmar que puede haber algún cambio en Dios sería lo mismo que negar a Dios cualquier perfección. Si pudiera cambiar, le faltaría algo que aún no posee. «Por eso», dice Santo Tomás, «incluso entre los antiguos, algunos, como obligados por la misma verdad, afirmaban la inmutabilidad del primer principio (Dios)». (Suma Teológica, I, 9, 1). La referencia a Aristóteles, que hablaba de Dios como un motor inmóvil, es clara.

4. San Agustín escribe: «Encuentro que mi Dios, el Dios eterno, no creó el mundo por un nuevo acto de voluntad, y que su conocimiento no sufre ninguna transición» (Confesiones, XII, 15). Dios no quiere ahora esto y ahora lo otro, como es el caso de nosotros que estamos limitados y en el tiempo. Por el contrario, no sólo no quiere esto ahora y aquello ahora, sino que no puede querer esto ahora y aquello ahora porque está en la eternidad, en el instante que no cambia.

5. Sobre el tema de la oración y en particular si la oración puede cambiar los designios de la Divina Providencia, Santo Tomás, después de mencionar dos errores, presenta un tercero (el que corresponde al tuyo) y dice: «El tercer error fue la opinión de quienes, aun admitiendo el gobierno de la divina providencia sobre los asuntos humanos, y excluyendo que se produzcan por necesidad, afirmaban que las disposiciones de la divina providencia son cambiantes, y que su mutación puede depender de las oraciones y otras funciones del culto divino. Ya hemos refutado todos estos errores en la primera parte. (…). Para aclarar el asunto, debemos reflexionar que la providencia divina no sólo determina los efectos que se han de producir, sino también las causas y el orden en que se han de producir.
Y entre las otras causas de ciertos efectos están las acciones humanas. Así, es necesario que los hombres realicen ciertas cosas, no para cambiar con sus actos las disposiciones divinas, sino para producir ciertos efectos determinados según el orden predeterminado por Dios. Lo mismo ocurre con las causas materiales. Lo mismo ocurre con la oración. Porque no oramos para cambiar las disposiciones divinas, sino para impartir lo que Dios ha dispuesto realizar por medio de las oraciones de los santos; es decir, como San Gregorio, para que los hombres, «orando, merezcan recibir lo que Dios omnipotente ha dispuesto darles desde la eternidad» (Suma Teológica, II-II, 83,2). Y: «Nuestra oración no pretende cambiar las disposiciones divinas, sino obtener con nuestras oraciones lo que Dios ha dispuesto» (Ib., ad 2).

6. Por lo tanto, llegando a tu precisa pregunta, rogamos al Señor para obtener la curación que Él ha decretado darnos a través de la elevación de nuestras almas a Él. Porque, en definitiva, en eso consiste la oración. Al elevar nuestra alma a Dios, nos preparamos para recibir los dones que Dios quiere darnos para que los utilicemos según su voluntad, es decir, para nuestra santificación. Pero si el bien que pedimos no entra en sus decretos providenciales, no lo recibimos. Por eso nos enseñó a decir: «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo». Sin embargo, la oración humilde y perseverante hecha por una gracia no recibida no queda sin mérito ante Dios. Mientras rezamos, permanecemos abiertos a la acción de Dios y Él nos colma de otras muchas gracias útiles para nuestra santificación y vida eterna.

7. Entonces, sobre el tema de la vocación, preguntas si es posible rezar para obtener la gracia de la vocación si «en el estado actual de cosas, debido a diversos obstáculos, la vocación sacerdotal, aunque deseada, parece no ser la voluntad de Dios».
En este punto hay que ser cauteloso porque ¿quién puede estar seguro de que la vocación no está ahí de alguna manera? Es cierto que a veces parece que no se dan las premisas para una auténtica vocación. Pero también puede ser que Dios haya vinculado esta gracia a un cambio radical de la situación a través de una oración intensa y profunda.
También en este caso, la oración no cambia los planes de Dios, sino que los ejecuta.
Te deseo lo mejor, te encomiendo al Señor y te bendigo.
Padre Ángelo