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Querido Padre Ángelo
Leí en un sitio de Internet esta afirmación: «La aureola gloriosa destinada a las vírgenes en el cielo nunca puede ser obtenida por los cónyuges o por quienes, fuera del matrimonio, han consumado un acto carnal…»
¿Qué quiere decir con esto? ¿Es esto inexacto?
Gracias de nuevo
Lorenzo
Querido Lorenzo,
1. en la bienaventuranza experimentada en el cielo los teólogos distinguen una bienaventuranza esencial de una bienaventuranza accidental. Esta bienaventuranza también se llama gloria. Pues bien, la gloria esencial consiste en la posesión de Dios. La beatitud o gloria accidental consiste en la posesión de otros bienes que no son Dios.
2. Entre los llamados bienes «accidentales» también hay aureolas. Santo Tomás habla de estas aureolas en el Suplemento a la Suma Teológica. A decir verdad, Santo Tomás mismo no escribió el Suplemento, porque murió antes de terminar la Suma Teológica, pero sus secretarios lo compilaron a partir de lo que Santo Tomás había escrito sobre estos temas, especialmente en el Comentario a las Sentencias.
3. De ahí vienen estas aureolas. En el libro del Éxodo 25:25 Dios le dice a Moisés: «Harás un marco de una palma alrededor, y un borde de oro para el marco». El borde dorado del marco sería la aureola.
4. Santo Tomás escribe: «Donde hay una forma excelente de victoria debe haber una corona especial. Por lo tanto, puesto que por la virginidad hay una victoria singular sobre la carne, contra la que hay una guerra continua, según las palabras de San Pablo: «El espíritu tiene deseos en oposición a la carne…», a la virginidad le corresponde una corona especial, llamada aureola. Y esta es una doctrina común para todos». (Suplemento a la Suma Teológica, 96.5).
5. Sobre la consistencia de este halo había hablado antes cuando escribió: «El premio esencial del hombre, que es su beatitud, consiste en la perfecta unión del alma con Dios, en cuanto se admite gozar de Él perfectamente por visión y amor. Pues bien, este premio se llama metafóricamente corona, o corona de oro; tanto por el mérito que se adquiere en el combate, ya que «la vida humana en la tierra es un combate» (Ib 7,1); como por el premio, por el que el hombre se hace partícipe en cierto modo de la divinidad (2 Pe 1,4), y por tanto del poder real, según las palabras del Apocalipsis: «Nos has hecho para nuestro Dios un pueblo real y sacerdotal» (Ap 5,10); ahora bien, la corona es precisamente el símbolo del poder real. Por eso la recompensa que se añade a la esencial tiene también la apariencia de una corona. (…). Pero como no es posible que lo que se añade sea menor que la perfección que lo recibe, el premio adicional se llama halo» (Suplemento a la Suma Teológica, 96,1).
6. Precisando más la consistencia de esta aureola, dice: «La aureola expresa algo que se añade a la corona, a saber, una cierta alegría por las obras realizadas, que tienen la apariencia de una excelente victoria; alegría que es distinta de la que nos hace gozar de la unión con Dios, que es la corona de oro» (Ib.).
7. Y de nuevo: «Quien observa los consejos (pobreza, castidad y obediencia) y los preceptos (mandamientos) merece siempre más que quien observa sólo los preceptos, considerando el mérito desde la misma naturaleza de las obras; pero esto no siempre es cierto si se considera el mérito desde la raíz de la caridad; pues a veces se observan los preceptos con mayor caridad que quien observa los preceptos y los consejos. (…). (…) Por tanto, el término ‘halo’ no indica una recompensa esencial más intensa, sino la que se añade a la recompensa esencial» (Ib., ad 2).
8. Y aquí llegamos al halo de la virginidad. No es un halo de virginidad en el sentido físico, sino de unión espiritual con el Señor. Santo Tomás informa, en primer lugar, del sentimiento común acerca de esa aureola de la que leemos en Ex 25,25: «‘En esta corona está el nuevo canto que las vírgenes entonan ante el Cordero, las vírgenes que siguen al Cordero dondequiera que vaya’. Por ello, la recompensa debida a la virginidad se llama aureola».
9. Y esta es la razón: «Donde hay una forma excelente de victoria debe haber una corona especial. Por lo tanto, puesto que por la virginidad se obtiene una singular victoria sobre la carne, contra la que hay una guerra continua, según las palabras de San Pablo: «El espíritu tiene deseos en oposición a la carne…» (Gal 5, 17), en el momento de la virginidad, se debería poder obtener una corona especial. (Gálatas 5:17), la virginidad se merece una corona especial, llamada aureola. Y esta es una doctrina común para todos». Y «la aureola se debe propiamente sólo a las vírgenes que han tomado la resolución de conservar su virginidad para siempre, hayan confirmado esta resolución con un voto o no». Recuerda entonces que la virginidad de la mente es superior a la del cuerpo. Y si sólo pierde la virginidad de la mente manteniendo la del cuerpo, sin embargo, esta virginidad es reparable, a diferencia de la del cuerpo. (cf. Ib.).
10. Y también dice que «si una virgen es violada, no pierde su aureola por ello: siempre que mantenga firmemente la intención de preservar su virginidad a perpetuidad, si de ninguna manera consiente tal acto. Tampoco pierde su virginidad por esto. Y esto se aplica tanto si es violada por causa de la fe como por cualquier otra razón.
Sin embargo, si se somete a esto por causa de la fe, el acto es meritorio y entra en la especie del martirio. Por eso Santa Lucía dijo: «Si me haces violar contra mi voluntad, la corona de mi castidad será doble»; no porque entonces hubiera tenido dos auras de virginidad, sino porque habría tenido dos recompensas: una por la virginidad conservada, y otra por la injuria sufrida.
Y aunque tal virgen oprimida concibiera, no perdería por ello el mérito de la virginidad. Sin embargo, no debe compararse con la Madre de Cristo, en quien con la integridad de la mente había también integridad de la carne» (Ib., ad 4).
Esta doctrina es el pensamiento común de los grandes doctores de la Iglesia, pero no es un dogma de fe.
En sí mismo no tiene nada que ver con la desestima del matrimonio porque no se trata de la virginidad prematrimonial ni de los hijos, sino de la virginidad para el Reino de los cielos, para estar unidos al Señor sin distracciones ni desviaciones (1 Cor 7,35) y para ser santos en cuerpo y espíritu (1 Cor 7,34).
Sin embargo, hay personas casadas en el Cielo que tienen un mayor grado de gloria esencial que muchas personas consagradas a causa de una mayor caridad.
Sin embargo, la idea de una aureola para las vírgenes, como la de los mártires y los doctores, ha fascinado a muchos creyentes y ciertamente les ayuda a ser perseverantes en el don de sí mismos para dar mayor gloria a Dios.
Te recuerdo al Señor y te bendigo.
Padre Angelo