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Pregunta
Querido Padre Angelo,
Empezaría por agradecerle la disponibilidad que tiene para este sitio.
Quería preguntarle, en primer lugar, una cosa: a mí, personalmente, me gusta mucho quedarme «cara a cara» con Dios y hablar con Él. Lo considero algo importante. Sin embargo, a veces se me ocurre preferir esto en lugar de las oraciones «normales»… ¿Me equivoco o debo, en cambio, seguir así? ¿Sería mejor equilibrar las dos cosas? De hecho, por un lado creo que el silencio me ayuda a concentrarme más (en el otro caso tengo que estar concentrado en pensar/decir las palabras).
Además, tengo que pedirle una opinión sobre algo que me ocurre todos los días: estoy jugando a un juego (en general, no importa a qué, puede ser un deporte o un juego social) y siento la necesidad, y casi el deber, de ponerme a rezar, así que me paro un momento y rezo. Pero esto ocurre a menudo y, después de unas cuantas veces, casi se me quita la gana de rezar… Así que por un lado lo considero como algo negativo, pero por otro como algo positivo precisamente porque puedo recordar bien al Señor. ¿Bastaría también con un pensamiento rápido (de nuevo para equilibrarlo un poco)?
Es más, últimamente no entiendo la relación que debo tener con la V. María…
Sé que no debería considerarla una diosa, pero entonces ¿cómo? Además, ¿es correcto rezarle a Ella o sería mejor rezar sólo a Dios?
Otra cosa: últimamente me ha crecido un verdadero miedo al infierno. Tengo miedo de morir en un momento en el que no esté en Gracia divina. Me han aconsejado que rece un Acto de Dolor Perfecto cada noche… ¿Es correcto esto? ¿Hay algo más que deba hacer para «asegurar» mi lugar en el Cielo?
Muchas gracias por su tiempo, le bendigo y le recuerdo cariñosamente al Señor.
Luca O.
Respuesta del sacerdote
Querido Luca,
1. El diálogo cara a cara con Dios está bien. De hecho, es la forma típica de oración cristiana.
En efecto, la oración cristiana se diferencia de la oración de los demás hombres precisamente porque Dios nos habla y nosotros respondemos.
En otras religiones, como en la de los antiguos paganos, era el hombre el que hablaba y Dios escuchaba, si no se pasaba de listo.
2. Por lo tanto, el diálogo es muy bueno, siempre que no sea un monólogo, es decir, siempre que no seas tú solo quien hable, porque entonces estarías rezando como los antiguos paganos.
Para que el diálogo sea tal, es necesario escuchar.
Por supuesto, Dios habla a través de la conciencia.
Pero habla sobre todo a través de las Sagradas Escrituras.
Si lo haces, si escuchas, pronto te darás cuenta de que sus palabras son más preciosas que las tuyas, porque todas las suyas son palabras que comunican vida eterna, es decir, que traen a Dios a tu vida.
3. Por lo tanto, al hablar cara a cara con Dios, dale siempre prioridad a Él.
Escucha primero sus palabras, abriendo el Evangelio o la Sagrada Escritura.
Entonces le responderás.
Si empiezas, no podrás prescindir de este diálogo que te resultará el más precioso y el más enriquecedor de tu vida.
Si prestas atención, te darás cuenta de que incluso mientras rezas el Padre Nuestro, el Señor te está hablando, y al invocarlo le estás respondiendo.
4. Pasando a la segunda pregunta: la elevación constante del pensamiento a Dios, incluso antes del juego, es algo muy hermoso porque ayuda a que todo sea como una alabanza al Creador.
A veces, incluso una breve jaculatoria es suficiente.
En su carta a Proba, San Agustín se refiere a las jaculatorias de los monjes egipcios, escribiendo: «Se dice que los hermanos de Egipto se ejercitan en oraciones frecuentes, pero muy breves y como lanzadas en un abrir y cerrar de ojos, para que la atención se mantenga vigilante y alerta y no se fatigue ni embote con la prolijidad, pues es tan necesaria para orar» (Carta a Proba, X, 20, Traducción: Lope Cilleruelo, OSA, www.augustinus.it).
Estas invocaciones, que acompañan la vida cotidiana en sus momentos de alegría y aflicción, son a menudo un hábito tanto de los santos como de los cristianos más humildes.
Se formulan con frases de la Escritura, los Salmos o el Evangelio, como: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!». (Lc 18,38), «¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!» (Lc 18,13).
5. Para tu devoción a María piensa en esto: Jesús te la dio como madre para que te asistiera en todo momento.
Intenta recomendarte con Ella.
Inmediatamente experimentarás su ayuda maternal y comenzarás a encariñarte con Ella.
La sentirás como uno de los regalos más preciosos que el Señor te ha dado (cf. Jn 19,27).
En particular, pídele a la Virgen que te obtenga un mayor amor al Señor y que te lleve a Él, único Dios y fuente de todo bien.
6. Me dices que tienes miedo del infierno.
Si vives en la gracia de Dios, y esto es lo más hermoso de este mundo, el miedo desaparece por sí mismo.
Si intentas mantenerte unido a Dios y crecer en Cristo, el único miedo que sentirás es el de perder esta amistad.
Mientras tanto, sin embargo, haces bien en terminar tu día con un acto de contrición perfecto. Siempre es meritorio.
Te deseo todo el bien en Cristo, te recuerdo a Él en la oración y te bendigo.
Padre Angelo
Traducción Riccardo Mugnaini