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Querido Padre Angelo,
hoy deseo exponerle algo muy diferente respecto a lo habitual, que es más una reflexión que una pregunta.
Yo, en cuanto católico, recibo y creo todo lo que la Iglesia enseña.
Pensando en los temas del Juicio, del mal y de la libertad, este verano se me ha venido a la mente, una reflexión bastante triste.
La Iglesia enseña que, si alguien muere en pecado mortal sin haberse arrepentido, se acaba en el infierno, aunque de todos modos el juicio pertenece a Dios, y por eso no podemos afirmar con certeza quien se salva y quien no.
Durante mi permanencia en el mar, pensé en mis amigos de veraneo. Sé que entre ellos hay cristianos no practicantes, ateos, agnósticos, u otros. Si bien, mirando a la educación, y al carácter sean personas de bien, y yo prefiera a algunos de entre ellos, sé con seguridad que ninguno (o casi) va a Misa, se confiesa, evita la impureza (aún sin llegar a los extremos) o ciertos comentarios; además creo que ninguno de ellos (pienso) apoye las posturas morales, conyugales y bioéticas de la Iglesia.
Consciente de ello, un día me puse a pensar e imaginar el día del Juicio Final: según las enseñanzas de la Iglesia (con las que estoy plenamente de acuerdo), todos ellos irían a parar al infierno; me imaginé a algunos de ellos en especial, perdidos para siempre y yo que los miraba desde lejos, sin poder volver a tenerlos cerca.
Veía a estos amigos de veraneo (entre ellos al que considero el mejor), una chica con quien habría existido alguna posibilidad (pero no por cuestiones morales) de llevar adelante algo más que una amistad, pero también a personas ligadas a mí por vínculos familiares y otros más.
Tuve ganas de llorar. Fue un pensamiento muy triste, que me hace llorar cada vez que lo tengo, hay lágrimas aún ahora mientras escribo.
Es verdad que Dios concede libertad para elegir y es verdad que Dios juzga con justicia; sin embargo, Padre Angelo, ¿cómo puedo ser feliz si sé que muchas personas, entre las que están mis amigos, mis amigos del verano, parientes, acabarán en el infierno, si perseveran en sus conductas?
Por bastante tiempo ignoré este pensamiento, pero no sirve de nada: cada vez que hago memoria de ello, me siento triste, pero sé que no puedo hacer nada, porque Dios ha dado libertad a cada uno, pero por desgracia puede ser mal utilizada…
Te pido me digas lo que piensas, padre Angelo.
Gracias


Respuesta del sacerdote

Muy querido,
1. al leer tu mail instintivamente pensé en nuestro Santo Padre Domingo.
Su primer sucesor, el beato Jordán de Sajonia, dice que » el Señor le había concedido la gracia tan singular de llorar por los pecadores, por los infieles y los afligidos, cuyas desventuras llevaba en lo más íntimo de su corazón y el amor por ellos, que lo quemaba interiormente, se revelaba exteriormente a través de los ojos» (Libellus de initio Ordinis Fratrum Praedicatorum, 12).

2. Escribe además: «Dondequiera se manifestaba como un hombre evangélico, en las palabras como en las obras.
Durante el día, ninguno más que él se demostraba más sociable con los frailes, con los compañeros de viaje, nadie era más alegre que él.
Viceversa, de noche nadie era más asiduo que él en las vigilias de oración. Por las tardes prorrumpía en llanto, pero por las mañanas irradiaba alegría.
El día lo dedicaba al prójimo, la noche a Dios, bien sabiendo que Dios concede su misericordia en el día y su canto por la noche.
Lloraba a menudo y mucho; las lágrimas eran su pan día y noche: durante el día, sobre todo cuando celebraba solemnemente a menudo o cotidianamente la Misa; de noche, en cambio, cuando prolongaba sus extenuantes vigilias” (Ib., nn. 104-105).

3. Durante el proceso de canonización un testigo dijo que: “el beato fray Domingo estaba tan lleno de celo por las almas que extendía su caridad no solamente en favor de los fieles, sino también hacia los infieles y hasta a los condenados del infierno; por los cuales a menudo lloraba” (P. Lippini, Santo Domingo visto por sus contemporáneos, p. 451).

4. Siempre durante el proceso de canonización otro testigo afirma: “Cuando se encontraba en oración, gemía tan fuerte que se le escuchaba por todos lados. Gimiendo decía: “Señor ten piedad de tu pueblo. ¿Qué será de los pecadores?
De esta manera transcurría las noches insomnes, llorando y gimiendo por los pecados ajenos”(Ib., pp. 509-510).

5. El amor que experimentaba por la salvación del prójimo, mejor dicho, por la salvación de todos, lo empujaba a organizar la predicación no solamente hacia los fieles, sino también hacia los cumanos, pueblo bárbaro que había que evangelizar.

6. El beato Jordán remarca que “había recibido la gracia del llanto”.
Era la gracia de una singular cercanía y sensibilidad en relación a todos aquellos que estaban alejados de Dios.
Se trataba de un don recibido de Dios que encontraba eco en su sensibilísimo carácter.
Creo que es lo mismo que ha sucedido contigo.
No era solamente que fue tocada tu sensibilidad.
Era la gracia de Dios la que te movía e inspiraba a llorar por ellos y a hacer algo en concreto para la salvación eterna de tus seres queridos y de muchas otras personas.

7. En el Misal de nuestra Orden dominica, hay oraciones para pedir el don de lágrimas.
En la oración inicial se dice así: “Oh Dios omnipotente y mansísimo, que por el pueblo sediento hiciste brotar de la roca una fuente de agua viva, haz que broten lágrimas de arrepentimiento de la roca de nuestro corazón, para que llorando por nuestros pecados obtengamos el perdón. Por Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo que es Dios, y vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén”.
En la oración del ofertorio se reza así: “Mira con benevolencia, oh Señor Dios, esta ofrenda que presentamos ante tu majestad por nuestros pecados, y de nuestros ojos haz brotar torrentes de lágrimas para que podamos extinguir el ardor de las llamas que merecimos. Por Cristo nuestro Señor. Amén.”
En la oración para después de la comunión: “Derrama con benevolencia sobre nuestros corazones, oh Señor Dios, la gracia del Espíritu Santo; ella nos haga borrar con gemidos y lágrimas las manchas de nuestros pecados y nos obtenga de tu generosidad el efecto deseado del perdón. Por Cristo nuestro Señor. Amén.”

Con el deseo que guardes y hagas fructificar la gracia que el Señor te ha concedido, te bendigo y te recuerdo en la oración .
Padre Angelo