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Querido Padre Angelo,
Me llamo Valeriya, tengo 20 años, voy a la escuela vespertina, durante el día trabajo en cuidados auxiliares de enfermería, y durante el fin de semana en un restaurante.
Desde chica creo en Dios, y esta confianza y amor se han hecho más fuertes en los últimos años después de que murieron dos personas muy importantes para mí.
Es así que gracias a Dios he encontrado la luz, el sentido de todo lo que ocurre a nuestro alrededor.
Así comenzó mi sed de conocimiento, oración, confesiones, prácticas de los sacramentos, y he cambiado completamente mi manera de vivir y de ver las cosas.
Lo que veo en el mundo, es una iglesia que no nos enseña para nada, a los jóvenes como poder salvarnos. He buscado un sacerdote que pudiera ayudarme en este camino, pero todavía no he dado con él. Cuando me confieso, me dicen que tengo que ser más serena, que Dios es misericordioso.
Esto no es que yo no lo crea, pero veo que hay demasiado buenismo y demasiada superficialidad en las cuestiones relacionadas a Dios, si todo fuera tan fácil, ¿acaso no seríamos todos santos?
Sin embargo somos todos pecadores…
A menudo he sido incomprendida en varios aspectos de lo que Dios quiere de mí, como por ejemplo respecto a la castidad.
Esta incomprensión dura hasta el día de hoy.
Mi propia familia dice que es imposible que en estos tiempos yo encuentre a alguien dispuesto a aceptarlo, y padre, últimamente es lo que yo misma he comenzado a pensar.
Nadie cree actualmente con este tipo de fe.
Me ven como una exagerada, como alguien que de seguir así, nunca logrará casarse…
Yo me entrego a la voluntad del Señor, sin embargo ya no sé qué más hacer… son dos años que vivo en castidad, es cierto que a veces caigo en “pequeñas cosas”, pero me arrepiento y enseguida me confieso…
Me atemoriza casi, intentar una relación porque alrededor veo personas de poca fe. Por tanto convencerlas a cambiar sus firmes convicciones parece un trabajo de verdad muy arduo…
Todos me dicen “esperar, claro que sí, pero hasta casarse… es exagerado”, “es importante para saber si una persona te gusta”.
Yo trato de explicarme, qué es lo que me ha llevado a hacer esta elección, pero las explicaciones no alcanzan.
He tenido este pensamiento: “no puedes entender las cosas del cielo, si vives con los pies en el barro, y encima te gusta…”.
Yendo a la iglesia encuentro solamente personas de una cierta edad, por eso…
¿Qué puede aconsejarme?
Le agradezco mucho.
Risposta del sacerdote
Querida Valeriya,
1. me dices que encuentras una Iglesia que no enseña el camino de la salvación para los jóvenes porque cede al buenismo y a conformarse en la propia manera de vivir.
No puedo decir que estés del todo equivocada.
2. San Juan Bautista, el precursor de nuestro Señor, comenzó su predicación diciendo: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca» (Mt 3, 2).
Lo mismo se puede leer a propósito de Nuestro Señor: “A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca»”(Mt 4,17).
También San Pedro, el príncipe de los apóstoles, en la primera predicación el día de Pentecostés, dijo: “Pedro les respondió: «Conviértanse y háganse bautizar en el nombre de Jesucristo para que les sean perdonados los pecados y así recibirán el don del Espíritu Santo»” (Hech 3,19).
Y un poco más adelante: «Por lo tanto, hagan penitencia y conviértanse, para que sus pecados sean perdonados»(Hech 3, 19).
3. Hoy en día, parecería que casi hay miedo de decir esta palabra: “¡Conviértanse!”.
Muy probablemente porque nosotros mismos, predicadores del evangelio no somos como San Juan Bautista y San Pedro, que estaban plenamente convertidos, de modo que quienes nos escuchan podrían decir: “¡Comiencen ustedes!”.
Con todo, esto no deja de obligarnos a lo que nos ha sido encomendado: predicar la conversión y dar nosotros mismos el primer testimonio.
4. Respecto a tus cuestionamientos acerca de tu pesar a causa de la mentalidad actual que desdeña la virtud de la pureza prematrimonial y que justamente por eso te es difícil encontrar un chico que comparta tus mismos sentimientos, quiero decirte dos cosas.
5. La primera es la firmeza que debes mantener en permanecer en la conversión y que de ninguna manera ha de moldearse según la mentalidad del mundo.
Con más razón puesto que gracias a este comportamiento has empezado a «gustar la buena Palabra de Dios y las maravillas del mundo venidero» (Heb 6, 5).
Por lo tanto no escuches a quien te dice que te adaptes a la mentalidad del mundo, que hoy es imposible encontrar muchachos que piensen como tú y que debes amoldarse, de lo contrario nunca te casarías.
Estoy seguro de que si pides al Señor esta firmeza, Él te la dará porque sobre todo desea comunicar bienes espirituales.
6. La segunda cosa es la de no ceder ante lo que algunos chicos puedan decirte: «Sí está bien esperar, pero no hasta el matrimonio».
Si te quedas firme y límpida en este punto, probablemente algunos se alejaran. Mejor así, porque te habrían hecho sufrir después.
Pero alguno tal vez se quede asombrado y fascinado por lo que propones en vistas de un crecimiento en Cristo.
En relación a ello me gusta recordar lo que escribe Santa Teresa de Ávila al comienzo de su autobiografía. Teresa tenía alrededor de veinte años.
Había una persona consagrada que vivía en un estado miserable porque había sido víctima de un maleficio o sortilegio que le había hecho una mujer.
Ella le había dado un amuleto para llevar siempre consigo. Y mediante este amuleto ejercía sobre él un dominio por el que lo tenía subyugado.
Santa Teresa tenía ocasión de ver a este hombre con quien hablaba de temas espirituales y él por eso estimaba a Teresa y le tenía un gran cariño.
Escribe Santa Teresa: “por hacerme placer, me vino a dar el idolillo, el cual hice echar luego en un río. Quitado éste, comenzó -como quien despierta de un gran sueño- a irse acordando de todo lo que había hecho aquellos años; y espantándose de sí, doliéndose de su perdición, vino a comenzar a aborrecerla” (Libro de la Vida, V, 6).
7. Luego Santa Teresa hace esta consideración: “paréceme que le ayudaba a tenerme amor ver esto en mí; que creo todos los hombres deben ser más amigos de mujeres que ven inclinadas a virtud” (Ib.).
Es como si dijese: los hombres serán lo que serán. Pero cuando encuentran a una chica virtuosa saben que pueden contar con ella para fundar su porvenir.
En cambio intuyen enseguida que con una chica de costumbres livianas, no tienen nada que esperar.
Por eso, te exhorto a tener confianza: o el Señor te hará encontrar pronto a alguien con tus mismos sentimientos o bien lo transformará, como pudo hacer Santa Teresa con aquel hombre.
Con el deseo que esto sea lo que el Señor te ha reservado, te bendigo y te recuerdo en la oración.
Padre Angelo