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Buenos días,
Soy Federico y tengo 33 años. Desde hace algo más de dos años comencé a asistir a misa los domingos y fiestas de guardar, me confieso más o menos, cada 2-3 meses.
Aclaro que soy un pecador, sin embargo no soy una persona que por naturaleza busca el mal, asimismo intentaba buscar el bien aún cuando me comportaba como ateo e igualmente trataba de comportarme como un buen ciudadano y ser buena persona, por supuesto con todos mis fallos.
Más aún en este tiempo en que he redescubierto la verdadera fe, veo que no es suficiente respetar las leyes del estado y estar orientados al bien, sino que el Señor quiere que respetemos determinadas reglas y mandamientos.
Un día le pregunté a un párroco en la confesión, si habría podido comulgar aunque no hubiera podido llegar perfectamente al encuentro (en gracia de Dios etc) y él me dijo que con una oración por ejemplo un pésame dicho con el corazón, habría podido salir del paso y poder así comulgar.
La cuestión es que hay pocos párrocos para confesar y el único pecado que estoy seguro de cometer cada semana es contra la pureza (autoerotismo).
Me parecería un poco raro detenerme todas las semanas para confesarme sobre lo mismo, entre otras cosas corriendo detrás de un párroco que encontrara por casualidad y robar su tiempo por mi culpa.
En estos dos años más o menos, siempre he comulgado y me he encontrado bien, pero me pregunto si lo estoy haciendo bien o si comulgar es algo que me daña porque no llego perfecto al sacramento de la comunión, y a este punto me pregunto también si me ha hecho mal ir a misa, pues leo muchas opiniones diferentes respecto a la comunión.
¿Qué puede aconsejarme?
Quiero decirle que todos los días rezo el Rosario y le aseguro una oración también para usted.
Federico
Respuesta del sacerdote
Querido Federico,
1. por encima de las diferentes opiniones de los sacerdotes que has consultado vale lo que ha enseñado el sumo pontífice Juan Pablo II en la encíclica Ecclesia de Eucaristia: “La integridad de los vínculos invisibles es un deber moral bien preciso del cristiano que quiera participar plenamente en la Eucaristía comulgando el cuerpo y la sangre de Cristo. El mismo Apóstol llama la atención sobre este deber con la advertencia: «Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa » (1 Cor 11, 28). San Juan Crisóstomo, con la fuerza de su elocuencia, exhortaba a los fieles: «También yo alzo la voz, suplico, ruego y exhorto encarecidamente a no sentarse a esta sagrada Mesa con una conciencia manchada y corrompida. Hacer esto, en efecto, nunca jamás podrá llamarse comunión, por más que toquemos mil veces el cuerpo del Señor, sino condena, tormento y mayor castigo».
Precisamente en este sentido, el Catecismo de la Iglesia Católica establece: « Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar».Deseo, por tanto, reiterar que está vigente, y lo estará siempre en la Iglesia, la norma con la cual el Concilio de Trento ha concretado la severa exhortación del apóstol Pablo, al afirmar que, para recibir dignamente la Eucaristía, «debe preceder la confesión de los pecados, cuando uno es consciente de pecado mortal» (EE 36).
2. Lo que recuerda el santo Papa Juan Pablo II no es sino lo que se sigue en la práctica de lo que indica la Sagrada Escritura: “Por eso, el que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente tendrá que dar cuenta del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Que cada uno se examine a sí mismo antes de comer este pan y beber esta copa; porque si come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación. Por eso, entre ustedes hay muchos enfermos y débiles, y son muchos los que han muerto” (1 Cor 11, 27-30).
3. Te exhorto a que vayas a la raíz de este asunto y no convivas más con este pecado, sino más bien remuévelo de una vez por todas de tu vida.
La vida cristiana debe ser vivida en constante comunión con el Señor.
Tan solo si estás en gracia de Dios puedes vivir bien la comunión eucarística. De otro modo se vuelve motivo de tortura y también de condenación, como ha dicho nuestro Señor por medio de San Pablo.
4. Mientras permanezca este pecado, no ha de parecerte extraña la confesión semanal. Si acaso te ocurriera que tu cuerpo se ensucia no dirías que resulta extraño limpiarse todas las veces. Lo haces siempre y enseguida.
Por lo tanto, confesarse para poder comulgar es la cosa más importante para quien cae en pecado mortal.
Como se comprende por 1 Cor 11, 27-30 es Dios quien habla de este modo.
5. Decir el pésame, cuando se cae, es lo más adecuado.
Pero el pésame es verdadero solo si se mantiene el propósito de acudir a la confesión.
Y, a la luz de la Sagrada Escritura, la confesión debe hacerse antes de recibir la Santa Comunión: “Cada uno, por lo tanto, se examine a sí mismo y luego…
Esto es, hay un antes y un después que hay que observar.
6. No temas ocupar el tiempo de un sacerdote para decir en cinco segundos el pecado que cometiste.
Además hay que tener presente que el principal deber del sacerdote es justamente el de administrar los sacramentos.
La celebración de los sacramentos, además de santificarte, redunda en la santificación del sacerdote.
Te agradezco por prometerme tu oración, la cual retribuyo de todo corazón.
Te bendigo y te deseo todo bien.
Padre Angelo