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Pregunta

Querido Padre Angelo,

Me llamo Riccardo,

«La fe es un don de Dios» y «La salvación es para todos», sin profundizarlas, estas dos afirmaciones, a primera vista parecerían en antítesis entre sí.         ¿Cómo pueden conciliarse? Esto es lo que he concluido: «la fe es un don de Dios que las personas siempre reciben, después de haberlo pedido y de haber demostrado que desean la amistad de Dios:

1ª fase- Jesús proclama la salvación si tenemos fe en Su nombre y creemos que Él es el Hijo de Dios Padre;

Etapa 2 – aceptación o rechazo por nuestra parte de Su mensaje;

etapa 3 – de la aceptación del mensaje nace el don de la fe, que debe conservarse renovando cada día la adhesión a Cristo, a la Iglesia, a la Palabra de Dios, sin compromisos».

Así que Jesús dio el primer paso de la proclamación, luego nos corresponde a nosotros dar el segundo paso de darle nuestra adhesión a Él, tras lo cual tenemos la fe como don. Si nuestro segundo paso no es auténtico y total, la fe no llega, ¿o hay otros argumentos para justificar algunos testimonios de personas que dicen formar parte de la Iglesia y se han comprometido en un camino de fe, pero que sin embargo son incapaces de creer? 

Le agradezco el gran y utilísimo servicio que presta a los fieles y a todo aquel interesado con lo relacionado a su página y nuestra religión, poniendo humildemente y con gran caridad sus conocimientos cristianos a disposición de la comunidad, haciendo buen uso de las tecnologías que tenemos en este siglo XXI.

Le deseo una feliz Santa Pascua, y le pido una pequeña oración por mí.

¡Saludos!

Respuesta del sacerdote

Querido Riccardo,

1. los tres pasajes que me has descrito son sustancialmente ciertos. Con «sustancialmente» quiero decir que hay verdad en lo que has expuesto, aunque los teólogos tendrían que matizar o cambiar muchas palabras.

2. Lo primero que es cierto es que la fe cristiana es un don de Dios porque pretende adherirse a realidades que superan la capacidad de conocimiento de nuestra razón. Se trata, en efecto, de verdades y realidades de orden sobrenatural y no inmediatamente verificables, como la presencia real de Cristo bajo las apariencias del pan y del vino después de que el sacerdote ha pronunciado las palabras consagratorias.

3. Te habrás dado cuenta de que he dicho que «la fe cristiana es un don de Dios». Pues el conocimiento de la existencia de Dios y de algunas de sus perfecciones a través de criaturas hechas por Él no excede la capacidad de la razón. Todos pueden y deben llegar a ello, hasta el punto que San Pablo dice: «Porque todo cuanto se puede conocer acerca de Dios está patente ante ellos (ante los hombres): Dios mismo se lo dio a conocer, ya que sus atributos invisibles –su poder eterno y su divinidad– se hacen visibles a los ojos de la inteligencia, desde la creación del mundo, por medio de sus obras. Por lo tanto, aquellos no tienen ninguna excusa. En efecto, habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron ni le dieron gracias como corresponde. Por el contrario, se extraviaron en vanos razonamientos y su mente insensata quedó en la oscuridad.» (Rom 1,19-21).

4. Ciertamente Dios comienza a atraer hacia Sí con este conocimiento del orden racional asistiendo y acompañando la mente del hombre. En efecto, este conocimiento de un orden racional constituye ya una cierta inclinación a creer. Por eso, el II Concilio de Orange (530) definió que «no sólo el crecimiento, sino también el comienzo de la fe y de la misma inclinación a creer no proceden de nuestras capacidades naturales, sino del don de la gracia, es decir, de la inspiración del Espíritu Santo» (Canon 5, DS375). Pero propiamente este conocimiento pertenece al orden racional y todavía no al orden sobrenatural de la fe teológica.

5. Para comunicar a todos la fe teologal o cristiana, Dios se sirve también de otras realidades. Y en particular su propia palabra y predicación. Pero cuando un hombre, introducido con esta preparación, comienza a creer, no cree simplemente por las razones dadas, sino por una acción secreta que el Señor realiza mientras tanto en su corazón. De hecho, se trata de adherir a realidades sobrenaturales. Por eso dice Santo Tomás que «el hombre que anuncia exteriormente el Evangelio no causa la fe, sino que la causa Dios, el único que puede cambiar la voluntad». Y Dios causa la fe en el creyente inclinando la voluntad e ilustrando el intelecto, para que no rechace las cosas propuestas por el predicador; éste, en cambio, dispone exteriormente al creyente a la fe» (De Veritate, 27, 3, ad 12).

6. Dios ofrece a todos el don de la fe porque quiere que todos se salven. Pero algunos no lo aceptan. Y esto por las razones más diversas, entre ellas la mala proclamación y el contra-testimonio de algunos creyentes. Sin embargo, muy a menudo no se acepta el don de la fe por la razón que nos anuncia el Señor, que es sin duda la más verdadera: «En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas.» (Juan 3, 19-20).

7. Así pues, es el pecado personal lo que más a menudo constituye un impedimento para creer. El pecado oscurece y a veces incluso produce ceguera de la mente, como ocurre sobre todo con los pecados sexuales. Por eso también dijo Jesús en el Sermón de la Montaña: «Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios» (Mt 5, 8).

8. Por último, el don de la fe, una vez aceptado, debe cultivarse. Así como un cuerpo sin alimento se debilita, enferma y luego muere, lo mismo sucede con la fe: si no se la cuida con la vida de la gracia, se debilita y se destiñe. Para preservar y mantener viva la fe, no basta con creer las verdades reveladas, porque de alguna manera estas verdades también las conocen los demonios. En cambio, es necesario mantener viva la relación con el Señor a través de la vida de la gracia. Porque entonces no se trata sólo de adherir, sino de vivir y gozar, como dijo el Señor: «El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él.» (Jn 14, 23).

9. La vida de la gracia se conserva guardando los mandamientos y se alimenta con la oración, los sacramentos y las obras de caridad. Si falta esto, puede suceder que alguien «naufrague en la fe» (1 Tim 1,19) como les sucedió a «Himeneo y Alejandro» (Ib.). Del mismo modo, puede ocurrir que por culpa de los pecados o «por un deseo irrefrenable de dinero algunos perdieron la fe» (1 Tim 6,10).

Mientras deseo que mantengas intacta tu fe y que tú la aumentes día a día, pido por ti y te bendigo.

Padre Angelo