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Saludos Padre Ángelo, 

quisiera pedirle consejo sobre cómo tratar a las personas molestas. 

Jesús nos pide que practiquemos la caridad, que amemos a nuestro prójimo, incluido nuestro enemigo.

En la vida diaria puede ocurrir que tengamos que tratar con compañeros, amigos, familiares, conocidos con los que no nos llevamos bien, como puede suceder que nuestro carácter y nuestra forma de hacer las cosas entre en conflicto con la suya.

En mi caso, en lo particular, me molestan las actitudes de soberbia, de arrogancia, de ganas de someter y humillar a los demás. En estas circunstancias reacciono de manera decidida y segura, de manera a darle una lección de humildad y a hacer que estas personas pierdan algo de su confianza, no por rencor u orgullo, sino simplemente para que no me falten el respeto. Estas actitudes desgraciadamente no las puedo tolerar: sea como sea la única forma que tengo de sentir amor hacia estas personas es a través de la oración, para que cambien y conozcan el amor de Dios. 

Estoy dispuesto a perdonar a los que me han hecho daño, pero por supuesto debe haber un arrepentimiento sincero y una toma de conciencia del mal que se ha hecho, de lo contrario no tiene sentido el perdón.

En su opinión, ¿cómo se debe tratar a las personas que maltratan?

¿Es un pecado grave no amar a los enemigos?

Le recuerdo en la oración y le agradezco de nuevo su servicio

Cariñosamente

Riccardo

Respuesta del sacerdote

Querido Ricardo,

1. el Evangelio cuenta que durante el juicio de Jesús uno de los guardias allí presentes le dio una bofetada (cf. Jn 18,22).

Mientras que en otras ocasiones durante el juicio Jesús permaneció en silencio, esta vez en cambio intervino: «Jesús le respondió: «Si he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero se he hablado bien, ¿por qué me pegas? » (Jn 18,23).

Santo Tomás comenta: «Inmediatamente después Jesús se justifica reflexivamente diciendo: ‘si he hablado mal’ al responder al sumo sacerdote, ‘muestra en qué ha sido», como diciendo: si en las palabras que le he dicho encuentras elementos de reproche, muéstrame que he hablado mal. Pero si he hablado bien y no puedes demostrar lo contrario, ¿por qué me pegas?» ¿Por qué te vuelves tan cruel? (Comentario al Evangelio de Juan 18, 23).

2.  Más adelante escribe: «Como explica San Agustín (De mendacio 15), las afirmaciones de los preceptos de la Sagrada Escritura deben interpretarse y entenderse a partir del comportamiento de los santos; pues el Espíritu Santo que inspiró a los profetas y a los demás autores de la Sagrada Escritura y el Espíritu que movió a los santos a actuar son idénticos. En efecto, así como es verdad lo que dice Pedro (2 Pe 1,21): «movidos por el Espíritu Santo, algunos hombres hablaron de parte de Dios», también es verdad lo que dice Pablo (Rom 8,14): «Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios».

Por tanto, la Sagrada Escritura debe entenderse en el sentido en que actuaron Cristo y los demás santos.

Ahora bien, Cristo no le puso la otra mejilla, ni tampoco Pablo (cf. Hch 16,22 ss.). Por tanto, no debe pensarse que Cristo mandó que se pusiera materialmente la otra mejilla al que golpea; sino que esto se entiende como una disposición de ánimo, de modo que si fuera necesario uno se dispusiera a no turbarse contra el que le golpea, sino a estar dispuesto a sufrir otra afrenta semejante e incluso más grave. Y esto hizo el Señor, pues ofreció su cuerpo para que lo mataran.

Así también la exoneración del Señor nos sirvió de instrucción’ (Ib.).

3. En la Suma Teológica expone con más detalle las razones de ello: «La obligación de soportar las acciones injustas debe considerarse como una disposición del alma, como dice San Agustín, explicando aquel precepto del Señor: ‘Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra’ (Lc 6, 29), es decir, en el sentido de que uno debe estar dispuesto a hacerlo, si es necesario.

Pero nadie está siempre realmente obligado a hacerlo, pues tampoco el Señor lo hizo; antes bien, después de recibir una bofetada, como relata san Juan, dijo: «¿Por qué me pegas?» (Jn 18,23). Así pues, el mismo criterio se aplica también a las palabras ofensivas. En efecto, debemos tener el alma preparada para soportar insultos cuando sea necesario. Pero en ciertos casos es necesario rechazar los insultos, y especialmente por dos razones

por el bien del que insulta: es decir, para reprimir la audacia, para que no se atreva a repetir tales actos. Pues en Proverbios (26,5) leemos: «Responde al insensato según su necedad, no sea que pase por sabio a sus propios ojos»;

por el bien de los demás, cuyo bien está comprometido por las injurias que se nos hacen” (Santo Tomás, Suma Teológica II-II, 72, 3).

Volviendo a tu caso: si ves que no es contraproducente y te parece útil reprimir la arrogancia de algunos, puedes replicar como hizo Nuestro Señor.

Al mismo tiempo debes condenar el pecado, pero no al pecador, que siempre debe ser amado según la enseñanza de Jesús.

5. La forma más concreta de amor es la oración acompañada de un comportamiento que no niega el saludo y sabe tratar afablemente con todos.

Le agradezco de todo corazón la oración que me ha prometido y que correspondo mucho con gusto.

Le bendigo y le deseo lo mejor.

Padre Ángelo