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Estimado padre Angelo,
Tengo 25 años. He vivido toda mi vida con dificultades para relacionarme con los demás, pero con grandes logros a nivel académico y en mis intereses. Después de un largo período de indecisión, finalmente decidí consultar a un neuropsiquiatra para un diagnóstico. No faltaron las resistencias por parte de algunos familiares debido a prejuicios. Sin embargo, si se acude a un médico por un problema físico, ¿por qué no acudir a un especialista por problemas de naturaleza psíquica? Ya tenía una hipótesis, habiéndome informado, y el neuropsiquiatra la confirmó: tengo un trastorno del espectro autista de nivel 1 de gravedad. También realicé una evaluación de mi perfil cognitivo y resultó ser de altas capacidades, con puntuaciones muy superiores a la media. Es necesario, padre, que le explique más sobre esto debido al poco conocimiento que existe sobre el autismo, especialmente en formas “leves”.
Hoy el autismo se define como un espectro de condiciones, es decir, no existe un solo tipo de autismo, sino diversas condiciones que se agrupan bajo el mismo nombre, porque es difícil diferenciarlas. La definición de autismo se ha separado de las dificultades cognitivas y del lenguaje, que pueden o no estar presentes. Son autistas tanto personas (niños y adultos) con discapacidades graves como otras, que, como yo, llevan una vida totalmente normal e independiente, con una inteligencia promedio o superior, pero que enfrentan dificultades de diversa naturaleza y gravedad al relacionarse con los demás y al gestionar y planificar la vida cotidiana. Los primeros son más reconocidos y diagnosticados fácilmente, pero los segundos, aunque son muchos e incluso más, son poco conocidos y a menudo ni siquiera diagnosticados, o, como en mi caso, diagnosticados en la edad adulta. En el lenguaje común, las dos categorías se denominan “autismo clásico” si es grave y “síndrome de Asperger” si es leve, pero hoy en día, aunque siguen siendo términos coloquiales, ya no se usan en el ámbito diagnóstico.
Mi caso es, por tanto, un funcionamiento diferente del promedio, debido, según numerosas investigaciones, a una neurología distinta. Por lo tanto, las personas que viven estas condiciones (junto con otras no autistas como las altas capacidades, el trastorno de atención e hiperactividad, los trastornos específicos del aprendizaje, etc.) se consideran neurodivergentes. El concepto de neurodiversidad surge para señalar que el autismo y otras condiciones no son necesariamente un problema, sino que pueden volverse problemáticas debido al entorno en el que se vive y a las demandas sociales. En términos positivos, las personas autistas han contribuido a la sociedad: se dice que importantes científicos y figuras del pasado fueron autistas, como Einstein y Newton. Al leer la biografía de Santo Tomás de Aquino, me da la impresión de que él también lo fue (aunque obviamente solo es una hipótesis y no es posible probarlo), por ejemplo, por el hecho de que fue llamado el “Buey Mudo”, por ser taciturno, y sobre todo por sus grandes dotes de inteligencia que lo convirtieron en un gran filósofo y teólogo.
Noto que en la Iglesia no hay una pastoral ni un profundo estudio teológico sobre el autismo y las personas neurodivergentes.
(…)
Me gustaría compartir estas reflexiones con usted. En espera de su respuesta, le envío mis más cordiales saludos. Que Dios lo bendiga.



Respuesta del sacerdote

Querido,
1. No entraré en el tema del autismo porque no tengo competencia. Tú sabes mucho más que yo.
Te agradezco también por el correo sucesivo, en el cual, después de estudios más profundos, has mejorado tu conocimiento sobre este fenómeno y has podido conocerte mejor a ti mismo.
Sin embargo, aprovecho la oportunidad de estos dos correos para aclarar por qué, en el caso de Santo Tomás, no se puede hablar de un silencio autista.
Es cierto que fue llamado el “Buey Mudo de Sicilia” porque era grande y corpulento. Algunos dicen que medía alrededor de 2 metros.
Pero su silencio no se debía al autismo.

2. Así lo describe Guillermo de Tocco, quien fue el autor del llamado positio para el Papa y los cardenales, para evaluar la oportunidad de su canonización.
Guillermo de Tocco conoció a Santo Tomás porque fue su discípulo en Nápoles.

3. Guillermo de Tocco escribe: “Fray Juan Teutónico, maestro general de la Orden, después de haberlo acogido como un hijo querido en Cristo, lo envió primero a París y luego a Colonia. Allí florecía un studium general de los Predicadores bajo la dirección de fray Alberto, maestro en teología, quien tenía la reputación de ser experto en todas las disciplinas. Al llegar allí, cuando lo escuchó enseñar con la profunda y extraordinaria competencia que poseía en todas las ciencias, se alegró de haber encontrado tan rápidamente lo que buscaba: la fuente de la cual podía aprovechar ávidamente ppara saciar su sed.
Y para mostrar que ese era precisamente el motivo por el cual había llegado hasta allí, comenzó a encerrarse en un silencio singular, a mostrarse asiduo en el estudio y devoto en la oración, atento a conservar en la memoria lo que luego transmitiría en la enseñanza.
Como era taciturno y escondía bajo el velo de una extraordinaria sencillez todo lo que aprendía del maestro y lo que Dios, en su misericordia, le enseñaba, los frailes comenzaron a llamarlo el “buey mudo”, sin saber el mugido que emitiría luego con su enseñanza.
En realidad, este mutismo exterior resultaba extremadamente útil para él y para los demás: con sus pensamientos se volvía más elocuente y, al guardar silencio, adquiría más rápidamente el hábito de la ciencia, porque no lo distraía ninguna distracción exterior” (Historia de Santo Tomás, cap. 13).


4. De este relato se desprende que el silencio de Santo Tomás no fue innato como ocurre con los autistas, sino que fue elegido como herramienta indispensable para conservar en su memoria la vasta y profunda enseñanza del maestro Alberto.
Guillermo de Tocco es muy preciso en este punto al afirmar que comenzó a guardar silencio “para adquirir más rápidamente el hábito de la ciencia porque ninguna distracción lo obstaculizaba”.
Tenía una memoria prodigiosa, que además le era necesaria para la enseñanza, ya que no disponía de los textos y ayudas de los que hoy disponemos en abundancia.
Cualquiera que eche un vistazo superficial a los escritos de Santo Tomás queda impresionado por la enorme cantidad de citas, no solo de las Sagradas Escrituras, que conocía de memoria, sino también de los filósofos antiguos y en particular de Aristóteles, de los Padres de la Iglesia, de los errores o expresiones inexactas de muchos maestros a los que refutaba.

5. Ahora bien, para conservar la memoria es necesario no distraerse. Todos lo hemos experimentado a la hora de dar exámenes. Antes de enfrentarnos a un examen, nos concentramos, nos aislamos y repetimos la materia para fijarla mejor en la memoria.
Eso era exactamente lo que hacía Santo Tomás.
Cuando en el tratado sobre la prudencia habla de las cuatro ayudas para mantener despierta la memoria, de las cuales la última consiste en la repetición frecuente de lo aprendido, Santo Tomás parece referirse a sí mismo.

6. Si a esto se añade también la oración, mediante la cual pedía a Dios nuevas luces y él se las concedía, se entiende cómo para Santo Tomás el silencio era absolutamente necesario.
Estaba siempre absorto. Por eso, cuando en una conversación el tema se desviaba hacia cuestiones frívolas, él cortaba la conversación y se retiraba. Tenía un tesoro que custodiar.
El silencio era para él una herramienta indispensable para conservar y transmitir lo que aprendía.

¿Quién sabe si no te pareces a Santo Tomás en este aspecto?
Me gusta pensarlo.
Te lo deseo de todo corazón. Y por ello te bendigo y te recuerdo en la oración.
Padre Angelo