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Querido Padre Angelo,
quisiera pedirle una respuesta acerca de los sacerdotes: he comprobado por experiencia personal que no todos los sacerdotes (y con esto no quiero generalizar pues sí que hay verdaderos sacerdotes) comunican el amor de Dios.
Es decir, no siempre los fieles se sienten acogidos por el sacerdote de tal iglesia, o mejor dicho parroquia, por lo que realmente son, y así se sienten obligados a cambiar de iglesia. Ya se sabe que ellos también son hombres de carne y hueso con sus virtudes y defectos, pero habiendo recibido un don tan grande como la vocación, tendrían que ser mansos y humildes de corazón como el Señor.
Tendrían de acoger y no hacer huir a los fieles.
¿Qué opina al respecto? ¿Comparte mi análisis?
Le saludo calurosamente y le recuerdo siempre en mis oraciones.
Muy querido,
1. No debemos asombrarnos de que hayan laicos más santos que ciertos sacerdotes.
El Señor llama a todos a la santidad, a cada uno según su propio estado.
Por lo tanto debemos alegrarnos y agradecer al Señor de que hayan santos entre los laicos.
Son un ejemplo para todos, también para los sacerdotes.
Pienso en este momento a la beata Chiara Badano, al beato Pier Giorgio Frassati, al beato Bartolo Longo, a los padres de santa Teresita del Niño Jesús, a santa Gianna Beretta Molla, etc..
2. Entiendo, de todos modos, tu inquietud: quisieras ver a los sacerdotes más santos en razón de su vocación. Este es un deseo auténtico porque el Señor los ha llamado a ser imagen viva en medio del pueblo cristiano.
Los ha llamado a ser imagen viva de Jesús Buen Pastor.
Por eso mismo San Pedro dirigiéndose a los ancianos, esto es a los presbíteros (sacerdotes), dice: “Apacienten el Rebaño de Dios, que les ha sido confiado; velen por él, no forzada, sino espontáneamente, como lo quiere Dios; no por un interés mezquino, sino con abnegación; no pretendiendo dominar a los que les han sido encomendados, sino siendo de corazón ejemplo para el Rebaño” (1Pd5, 2-3).
3. Es una vocación muy elevada, en la que el sacerdote se da cuenta de su insuficiencia. Por supuesto que no es fácil ser modelos para la grey.
Cada sacerdote debe enfrentarse con su propio carácter y sus propios límites.
Bajo este aspecto, a los laicos les toca ser comprensivos.
4. Lo cual no quita que el sacerdote deba sentirse, más aún que los demás, a vivir según su vocación pues éstos lo precisan.
Lo recordaba intensamente Juan XXIII cuando en la primera sesión del Sínodo romano de 1960 dijo: “El verdadero sacerdote, el apóstol del Señor, no solo debe ser perfecto en el ejercicio de aquellas virtudes en las que también todos los laicos reconocen su propio modus vivendi: más bien debe además aventajarlos cual ejemplo luminoso y como edificación para todo el rebaño cristiano, que siente el derecho, y a veces lo reclama, tener al sacerdote santo en la parroquia para bendición y paz para todas las familias.” (25 de enero 1960).
Es cierto el pueblo cristiano tiene el derecho y a veces reclama tener al sacerdote santo en la parroquia para bendición y paz de todas las familias.
Es muy bonita esta expresión: el sacerdote santo es para bendición y paz para todas las familias.
Con su sola conducta, con su santidad personal lleva la bendición y la paz a todas las familias que le fueron confiadas.
5. Juan XXIII en la Encíclica Sacerdotii nostri primordia decía que “el sacerdote tiene el deber de recordar que, según los designios insondables de la Divina Providencia, la suerte de muchas almas está ligada a su celo pastoral y al ejemplo de su vida. Y este pensamiento ¿no bastará para provocar una saludable inquietud en los tibios y para estimular a los más fervorosos? (SNP 44).
6. Por lo tanto los sacerdotes tienen que tener siempre presente cuanto escribe San Pedro: “Por eso, hermanos, procuren consolidar cada vez más el llamado y la elección de que han sido objeto: si obran así, no caerán jamás” (2Pd 1, 10).
Si el sacerdote tuviera siempre presente su deber de mostrar a los fieles con la propia conducta virtudes ejemplares, no digo que no tropezaría nunca porque fragilitas humana magna est (grande es la fragilidad humana) pero seguramente tropezaría mucho menos.
7. Deseo, sin embargo, acabar con una exhortación a rezar por los sacerdotes.
Santa Teresita del Niño Jesús en su viaje por Italia tuvo oportunidad de relacionarse con muchos sacerdotes. Se imaginaba que todos fueran perfectos. En cambio, se topó también con sus fragilidades.
He aquí lo que escribe: “Otra experiencia que tuve está relacionada con los sacerdotes. No habiendo vivido en su intimidad, no podía entender el objetivo principal de la reforma del Carmelo. Rezar por los pecadores me cautivaba, pero rezar por las almas de los sacerdotes, que creía más puras que el cristal, ¡me parecía sorprendente! ¡Ah! ¡Comprendí mi vocación en Italia y no fue un viaje demasiado remoto para adquirir tan importante conocimiento!
Por un mes viví con muchos santos sacerdotes y vi que, si bien su dignidad sublime los eleva por encima de los ángeles, ellos sin embargo son hombres débiles y frágiles.
Si hasta santos sacerdotes que Jesús llama en el Evangelio “la sal de la tierra” muestran a través de su conducta que tienen una gran necesidad de oraciones, ¿qué debemos decir de los tibios? Jesús acaso no dijo además que: “si la sal se vuelve desabrida, con que le devolveremos sazón?”
Oh Madre! ¡Cuán hermosa es la vocación que tiene como objeto conservar la sal destinada a las almas! Es la vocación del Carmelo, puesto que la única finalidad de nuestras oraciones y de nuestros sacrificios es la de ser apóstoles de los apóstoles, rogando por ellos mientras evangelizan las almas con las palabras y sobre todo con el ejemplo” (Historia de un alma, 157).
Te deseo que también tú sientas esta vocación de ser apóstol de los apóstoles, rezando y ofreciendo al Señor por los sacerdotes.
Te agradezco muchísimo por las oraciones que haces por mí.
Lo mismo hago por mi parte y te doy mi bendición.
Padre Angelo