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Querido Padre Angelo,

Soy Anna y quisiera preguntarle si la Santa Misa puede ser pedida no solo por los difuntos  sino también por los vivos.

¡Yo he preguntado en mi parroquia  y me han dicho que no es posible! Sin embargo, la Santa Misa es la oración más grande que se pueda dedicar a alguien que tiene una cierta necesidad. Gracias por la atención, que tenga una serena tarde.


Querida Anna, 

  1. Tienes perfectamente razón y no logro entender porqué  te dieron una respuesta negativa.

Puede ser que quien te ha hablado de aquella manera no fuera un sacerdote, porque los sacerdotes conocen estas cosas. 

Quizás también os habéis malentendido, en cuanto  por un difunto se puede decir el nombre pero  no se puede hacer lo mismo con los vivos, salvo que no se trate de una celebración nupcial.

  1. Es tan importante celebrar por los vivos  y por cualquiera de sus necesidades (sobre todo la conversión), como por los difuntos.

Extraigo de la Historia de un Alma de Santa Teresina del niño Jesús dos importantes testimonios sobre la eficacia de la celebración de la Santa Misa por los vivos.

  1. La primera se refiere a la misma Santa que, cuando era pequeña, tuvo una rara enfermedad que se la estaba llevando  a la tumba.

Ella misma irá a decir que el origen de aquel mal venía del diablo.

Vamos a ver lo que ha escrito:

“Un día vi que papá entraba en la habitación de María, donde yo estaba acostada, y, dándole varias monedas de oro con expresión muy triste, le dijo que escribiera a París y encargase unas misas a Nuestra Señora de las Victorias para que le curase a su pobre hijita. ¡Cómo me emocionó ver la fe y el amor de mi querido rey! [30rº] Hubiera deseado poder decirle que estaba curada, ¡pero le había dado ya tantas alegrías falsas! No eran mis deseos los que podían hacer ese milagro, pues la verdad es que para curarme se necesitaba un milagro… Se necesitaba un milagro, y fue Nuestra Señora de las Victorias quien lo hizo. Un domingo (durante el novenario de misas), María salió al jardín, dejándome con Leonia, que estaba leyendo al lado de la ventana. Al cabo de unos minutos, me puse a llamar muy bajito: «Mamá… mamá». Leonia, acostumbrada a oírme llamar siempre así, no hizo caso. Aquello duró un largo rato. Entonces llamé más fuerte, y, por fin, volvió María. La vi perfectamente entrar, pero no podía decir que la reconociera, y seguí llamando, cada vez más fuerte: «Mamá…» Sufría mucho con aquella lucha violenta e inexplicable, y María sufría quizás todavía más que yo. Tras intentar inútilmente hacerme ver que estaba allí a mi lado, se puso de rodillas junto a mi cama con Leonia y Celina. Luego, volviéndose hacia la Santísima Virgen e invocando con el fervor de una madre que pide la vida de su hija, María alcanzó lo que deseaba” (Historia de un Alma, 93).

4. “Al no encontrar ninguna ayuda en la tierra, se había vuelto hacia su Madre del cielo, suplicándole con toda su alma que tuviese por fin piedad de ella… De repente, la Santísima Virgen me pareció hermosa, tan hermosa, que yo nunca había visto nada tan bello. Su rostro respiraba una bondad y una ternura inefables. Pero lo que me caló hasta el fondo del alma fue la «encantadora sonrisa de la Santísima Virgen». En aquel momento, todas mis penas se disiparon. Dos gruesas lágrimas brotaron de mis párpados y se deslizaron silenciosamente por mis mejillas, pero eran lágrimas de pura alegría… ¡La Santísima Virgen, pensé, me ha sonreído! ¡Qué feliz soy…! Sí, [30vº] pero no se lo diré nunca a nadie, porque entonces desaparecería mi felicidad. Bajé los ojos sin esfuerzo y vi a María que me miraba con amor. Se la veía emocionada, y parecía sospechar la merced que la Santísima Virgen me había concedido… Precisamente a ella y a sus súplicas fervientes debía yo la gracia de la sonrisa de la Reina de los cielos. Al ver mi mirada fija en la Santísima Virgen, pensó: «¡Teresa está curada!» Sí, la florecita iba a renacer a la vida. El rayo luminoso que la había reanimado no iba ya a interrumpir sus favores. No actuó de golpe, sino que lentamente, suavemente fue levantando a su flor y la fortaleció de tal suerte, que cinco años más tarde abría sus pétalos en la montaña del Carmelo.” (Historia de un Alma, 94).


5. El segundo testimonio se refiere a la conversión de un gran criminal. Se trata de Enrico Pranzini, 31 años, de Alessandria. Al fin de robar, había degollado a dos mujeres y una chica. Eso ocurrió el 17 de Marzo de 1887. 

Su proceso terminó el 13 de julio de 1887 con la condena a muerte. Fue ejecutado el 31 de agosto siguiente.

Aquí está  lo que escribe nuestra Santa: “Oí hablar de un gran criminal que acababa de ser condenado a muerte por unos crímenes horribles. Todo hacía pensar que moriría impenitente. Yo quise evitar a toda costa que cayese en el infierno, y para conseguirlo empleé todos los medios imaginables. Sabiendo que por mí misma no podía nada, ofrecí [46rº] a Dios todos los méritos infinitos de Nuestro Señor y los tesoros de la santa Iglesia; y por último, le pedí a Celina que encargase una Misa por mis intenciones, no atreviéndome a encargarla yo misma por miedo a verme obligada a confesar que era por Pranzini, el gran criminal. Tampoco quería decírselo a Celina, pero me hizo tan tiernas y tan apremiantes preguntas, que acabé por confiarle mi secreto. Lejos de burlarse de mí, me pidió que la dejara ayudarme a convertir a mi pecador. Yo acepté, agradecida, pues hubiese querido que todas las criaturas se unieran a mí para implorar gracia para el culpable. En el fondo de mi corazón yo tenía la plena seguridad de que nuestros deseos serían escuchados. Pero para animarme a seguir rezando por los pecadores, le dije a Dios que estaba completamente segura de que perdonaría al pobre infeliz de Pranzini, y que lo creería, aunque no se confesase ni diese muestra alguna de arrepentimiento, tanta confianza tenía en la misericordia infinita de Jesús; pero que, simplemente para mi consuelo, le pedía tan sólo «una señal» de arrepentimiento… Mi oración fue escuchada al pie de la letra. A pesar de que papá nos había prohibido leer periódicos, no creí desobedecerla leyendo los pasajes que hablaban de Pranzini. Al día siguiente de su ejecución, cayó en mis manos el periódico «La Croix». Lo abrí apresuradamente, ¿y qué fue lo que vi…? Las lágrimas traicionaron mi emoción y tuve que esconderme… Pranzini no se había confesado, había subido al cadalso, y se disponía a meter la cabeza en el lúgubre agujero, cuando de repente, tocado por una súbita inspiración, se volvió, cogió el crucifijo que le presentaba el sacerdote ¡y besó por tres veces sus llagas sagradas…! Después su alma voló a recibir la sentencia misericordiosa de Aquel que dijo que habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por los noventa y nueve justos que no necesitan convertirse…

6. Como puedes ver, tenemos un tesoro inmenso en nuestras manos. 

Y es el tesoro que Jesucristo nos ha dejado: su presencia salvadora que pone a nuestro servicio  los méritos infinitos de su sacrificio, de su pasión y de su muerte. 

Así que, no temas.

Si tienes la posibilidad, haz que se celebren las Santas Misas por los vivos, sobre todo por la salud de sus almas, por sus conversiones y por su eterna salvación.

Es uno de los actos de caridad más grandes que puedas hacer en su favor. 

Te deseo lo mejor , te recuerdo ante el Señor y te bendigo.

Padre Angelo.