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Padre Angelo,
Cristo es para mí, la única figura que merezca ser adorada.
No entiendo una cosa acerca de la creación. Comenzando por los dinosaurios, la naturaleza es violenta y de esto no cabe la menor duda.
Observando el mar, noto la violencia continuada de peces gordos que se comen a los más pequeños.
En mi pequeña mente, que es libre, y vaya misterio, me pregunto sobre la razón de esta violencia programada. No quiero ponerlo en apuros, Padre.
¿Cómo puede ser que Dios haya creado tal realidad, cuando por sí misma la violencia no es ni siquiera imaginable?
¿Cómo resolvió este interrogante?
Si lo ha resuelto, ¿podría explicármelo?
Si no lo ha hecho, ¿cómo puede perseverar en su vocación, dejando en suspenso un contraste tan fuerte?
Gracias. Puede decirme lo crea conveniente.
Massimo


Respuesta del sacerdote

Querido Massimo,
1. la presencia de ciertos males que hay en el mundo no escapa al gobierno de la divina Providencia. 
Es más, la sabiduría divina puede disponer las cosas de tal manera que la decadencia de un ser sirva para la perfección de otro.
En la Sagrada Escritura leemos que: “Ella despliega su fuerza de un extremo hasta el otro, y todo lo administra de la mejor manera”(Sab 8, 1).
Es por esa razón que Dios dispone que los frutos de la tierra se degraden para que puedan sustentar al hombre.
¿Podemos decir que esta es una violencia ejercida sobre estos frutos? O bien, o bien ¿podemos argumentar que estos frutos alcanzan su perfección porque sirven para mantener la vida de un ser racional, inteligente, capaz de Dios y que está destinado a vivir eternamente?
¡Pienso que a cualquier persona cuando va de compras, no se le ocurre pensar que le está haciendo violencia a la naturaleza o que los comerciantes sean ministros de la violencia de la naturaleza!

2. Esto vale no solamente para las realidades inorgánicas y orgánicas vegetales, sino también para las animales.
Santo Tomás soluciona la cuestión con estas palabras: “Hay que distinguir entre el que tiene a su cuidado algo particular y el provisor universal. El provisor de lo particular evita, en cuanto puede, los defectos en las cosas puestas a su cuidado, y, en cambio, el universal permite que en algunos particulares haya ciertas deficiencias, para que no se impida el bien de la colectividad. Y si seres naturales son opuestos a tal naturaleza particular, entran, sin embargo, en el plan de la naturaleza universal, por cuanto la privación en uno cede en bien de otro, e incluso de todo el universo, ya que la generación o producción de un ser supone la destrucción o corrupción de otro, cosas ambas necesarias para la conservación de las especies. Pues como quiera que Dios es provisor universal de todas las cosas, incumbe a su providencia permitir que haya ciertos defectos en algunos seres particulares para que no sufra detrimento el bien perfecto del universo, ya que, si se impidiesen todos los males, se echarían de menos muchos bienes en el mundo; no viviría el león si no pereciesen otros animales, ni existiría la paciencia de los mártires si no moviesen persecuciones los tiranos. Por esto dice San Agustín: “El Dios omnipotente no habría permitido que hubiese mal en sus obras si no fuese tan omnipotente y bueno que consiga hacer bien del propio mal”(Enchiridion 11)”. (Suma teológica, I, 22, 2, ad 2).

3. “Además con respecto al mal hay que distinguir entre el mal que es causado por un defecto en la acción o del que actúa y el mal que consiste en la corrupción o destrucción de algo.
Ahora bien, cuando se trata del mal que proviene por defecto de una acción o por el defecto del que actúa, de ningún modo puede decirse que es causado por Dios.
Pero si se trata de la corrupción de la cosa misma, entonces puede ocurrir que “la armonía del universo requiere, que algunas cosas puedan fallar y que, de hecho, fallan. De este modo, Dios, al causar en las cosas el bien de la armonía del universo, como consecuencia y de forma accidental, también causa la corrupción de las cosas, según aquello que se dice en 1 Samuel 2,6: El Señor da la muerte y la vida” (Suma teológica, I, 49, 2).

4. A parte de estos casos no se puede decir que en sí misma la naturaleza sea violenta.
Considerando la realidad de los animales carnívoros, como los dinosaurios, no se puede concluir tan tajantemente que la naturaleza sea violenta.
Basta con mirar alrededor para percatarnos de que no es así: los campos que siguen dándonos el trigo y todos los demás frutos de la tierra, no son naturaleza violenta.
Las plantas que siguen regalándonos sus flores y sus frutos no son naturaleza violenta.
El agua que sigue brotando de las surgientes, que regenera el suelo y es necesaria para el cuerpo humano, no es naturaleza violenta. Aun si a veces se verifican huracanes, sigue siendo, tal como decía San Francisco, “Y por la hermana agua, preciosa en su candor, que es útil, casta, humilde”. Como también “ por el hermano viento y por el aire y la nube y el cielo sereno y todo tiempo, por todos ellos a tus criaturas das sustento”.

5. Como ves, ¡no hay de qué poner en duda la vocación!