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Querido Padre Ángelo,
Ya te he escrito varias veces y desgraciadamente vuelvo a pedirle patéticamente su ayuda. El tema es siempre el mismo: la masturbación. Debo decir que no rezo el rosario como me has dicho porque se me olvida, etc., pero no me justifico en este punto. Intento por todos los medios no caer en ello, aunque a veces me cuesta y vuelvo a caer. Quería preguntarte algo sobre este problema. ¿Es normal que se produzca un cambio gradual o un cambio neto? Sé que lo que hago ofende profundamente a Dios y me arrepiento de ello. Pero quería preguntaros si es normal (suponiendo que lo sepan) que los que tienen este vicio lo dejen poco a poco y no bruscamente. Poco a poco me refiero a que a veces caen en el pecado, y por claramente me refiero a que a partir de ahí no caen más. El sacerdote al que me confesé me dijo que podía recaer y que esto sería una guerra con la tentación y, por tanto, con el diablo que me empuja a pecar, a traicionar a Dios. Me gustaría saber si es normal o no tener un desprendimiento gradual del pecado, o si todavía estoy haciendo algo mal. Debo decir que para mí esto es muy importante, ¡como seguramente ya te he dicho! Quiero ser puro y vivir en la pureza, ya que he pasado mi vida en la impureza, aunque no lo sabía. Me gustaría aprovechar esta oportunidad para desearles una feliz Navidad y un próspero año nuevo.
Lorenzo
Querido Lorenzo,
Desde mi experiencia pastoral puedo decirte que en la pregunta que me has planteado hay cuatro categorías de personas.
1. La primera está formada por aquellos que por la gracia de Dios nunca han caído en este desorden y pecado. Aunque hay quienes se obstinan en decir que todo el mundo se cae al menos alguna vez, debo decir que eso no es cierto. De hecho, «no se puede ignorar que la masturbación no es conocida en todas las culturas, ya que no está presente en los entornos en los que hay fuertes estímulos para la integración temprana del yo y la asunción de responsabilidades sociales y familiares; por lo tanto, no se puede decir que la masturbación sea una fase obligatoria de la vida» (A. DEDÉ, Gestos y palabras expresivos del yo, educación a la madurez sexual, pp. 120-121).
2. La segunda categoría de personas que he conocido son las que han dejado de hacerlo inmediatamente. Acaba de salir a la luz el testimonio de un joven de 21 años. Al contarme su historia y su conversión, me dijo que tras encontrar una oración del padre Amorth en Internet, se sintió inmediatamente liberado. También escribió: «María Santísima me concedió el don de la castidad; se lo había pedido porque no quería caer en ese horror de la impureza que tanto me había destruido y vaciado… y sólo gracias a Ella desde hace 17 años hasta ahora no ha habido ninguna recaída respecto al sexto mandamiento. Para este joven, como para otros, fue un verdadero regalo del cielo. El cese inmediato del autoerotismo se debe a la infusión sobrenatural de otra atracción, que ha extinguido la carnal. Es esa atracción a la que se refería San Agustín cuando escribía: «¡Qué dulzura sentí inmediatamente al verme privado de esas vanas dulzuras que antes temía perder y que ahora me alegraba dejar! Fuiste Tú quien los apartó de mí, Tú dulzura verdadera y suprema; los apartaste y en su lugar entraste Tú, más dulce que toda voluptuosidad». (Confesiones, IX, 1).
3. Otros, por su propia voluntad, han decidido dejarlo y lo han conseguido. Por lo general, las personas que dejan de fumar inmediatamente, ya sea por su propia voluntad o por un don recibido del Cielo, no sufren más caídas. Evidentemente, son personas de carácter fuerte o que se hacen fuertes por un don de la gracia, capaces de autodeterminarse seriamente y de mantener sus compromisos.
4. La tercera categoría de personas son las que han salido de ella gradualmente, es decir, tras una lucha hecha de victorias y derrotas. Aquí me gustaría señalar que gradual no significa permitirse retrocesos ocasionales. Hablo de combate y, por tanto, de resistir la tentación y ganar. Estos pasos hacia adelante van acompañados de caídas que son bastante regulares al principio, y luego se desvanecen cada vez más hasta que cesan.
5. La gradualidad, por tanto, no consiste en esperar a que el fenómeno desaparezca por sí solo, como por inercia. Los impulsos y las tentaciones no desaparecen simplemente porque uno se haga mayor, se convierta en adulto o se case. Un documento de la Conferencia Episcopal Italiana advierte que «hay que reafirmar como profundamente errónea la actitud de quienes creen posible la maduración espontánea y la superación automática de las dificultades, los errores y las tendencias egoístas e inexplicables en este campo» (Evangelización y cultura de la vida humana, 45).
6. Y así llego a la cuarta categoría de personas: las que llevan esta carga toda su vida. Está fuera del alcance de su pregunta responder a las razones de ese comportamiento. Y de buena gana me mantengo fiel a su pregunta. Sin embargo, más allá de las diversas razones, existe sin duda una fragilidad interior, esa fragilidad interior por la que este vicio también fue llamado mollities (blandura) en latín por la debilidad del alma que manifiesta. Es lo contrario de la castidad, que es esencialmente energía y fortaleza interior.
7. Por último, quisiera recordar que esta fortaleza o pureza de alma no se adquiere de una vez por todas. Como nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, se trata de «un trabajo a largo plazo». Supone un compromiso de recomenzar en cada edad de la vida (cf. Tit 2,1-6)». (CIC 2342). Por eso nos acompaña durante toda la vida, en todas las estaciones y en todos los estados. Nunca puede considerarse definitivo. El Catecismo de la Iglesia Católica dice también: «El hombre virtuoso y casto se construye a sí mismo día a día, con sus múltiples opciones libres: por eso conoce, ama y hace el bien moral según las etapas de crecimiento» (CIC 2343). 8. Ciertamente, «el esfuerzo requerido puede ser mayor en ciertos períodos, aquellos, por ejemplo, en los que se forma la personalidad, la infancia, la adolescencia» (CIC 2342).
Si al principio para muchos es una cuestión de lucha y también de caídas y, por tanto, de conquista, más tarde la pureza o la castidad se convierte en una exigencia de vida, en un aliento en el que se vive y en el ejercicio sereno de los afectos.
Deseando amplitud en estos sentimientos, te encomiendo al Señor y te bendigo.
Padre Ángelo