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Querido Padre Angelo,
Me llamo Giusi y tengo 45 años. Me casé a los 35 años y con mi esposo habríamos querido tener hijos enseguida pero no llegaron… lloré y recé hasta que recurrí a la fecundación homóloga. En el primer intento se crearon e insertaron 3 embriones (no he querido congelar nada porque soy éticamente contraria) pero no se arraigaron… antes de recurrir a la ICSI, consulté a un bioeticista católico preguntándole si yo sería responsable en el caso que los embriones no se anidaran y me contestó que no porque aun en la naturaleza muchas veces los embriones no se anidan y que, en todo caso, mi intención es dar la vida, es decir que se arraiguen y no que vayan perdidos. Hice dos intentos más pero los embriones producidos e insertados no se implantaron. En el último intento los médicos me pidieron que congelara el único embrión que no habían insertado e inmediatamente después de apenas un mes desde el último intento me apresuré para hacerme inserir el único embrión que me quedaba y finalmente quedé embarazada de mi hijo que ahora tiene 4 años.
Creo que no he hecho nada malo porque para mí la fecundación asistida es una ayuda para las parejas infértiles que tanto sufren y, en mi opinión, si los embriones producidos se introducen en el útero sin congelar no se hace nada malo. En cuanto al hecho de que en la fecundación asistida no hay relación sexual, pienso esto: es cierto que no se genera un hijo después de una relación sexual pero también es cierto que los cónyuges, aunque se unan y quieran engendrar, por problemas de esterilidad, están imposibilitados de hacerlo y, por lo tanto, la medicina da la posibilidad de recurrir a otros métodos (estimulación ovárica en la mujer y recogida de espermatozoides por masturbación en el hombre). Pienso que la iglesia, que muchas veces pide a las parejas de “tener hijos”, debería ser comprensiva con aquellas parejas que quieren hijos pero tienen problemas y poner, si, límites pero tratando de entrar y entender el problema de la pareja y no limitarse siempre a juzgar a quien recurre a la fecundación asistida… Así lo veo yo …
La iglesia debería rever algunos puntos y, aun manteniendo algunas limitaciones como, por ejemplo, la prohibición de congelar embriones, ser más comprensiva y amorosa para con estos hijos desafortunados que sufren tanto por este problema, a menudo olvidado y subestimado.
Gracias.
Respuesta del sacerdote
Estimada Giusi,
1. Si el Magisterio de la Iglesia dice no a la inseminación artificial no es porque no quiera ayudar a las parejas. ¿Qué interés podría tener?
Otros, en cambio, tienen intereses, y no pocos como bien puedes comprender, en decir lo contrario.
2. Sobre las razones del uso ilícito de la inseminación o fecundación artificial he dado muchas respuestas que puedes leer haciendo clic en el buscador de nuestro sitio.
Me limito a proponer el principio expresado por Juan XXIII: «Y como la vida humana se propaga a otros hombres de una manera consciente y responsable, se sigue de aquí que esta propagación debe verificarse de acuerdo con las leyes sacrosantas, inmutables e inviolables de Dios, las cuales han de ser conocidas y respetadas por todos. Nadie, pues, puede lícitamente usar en esta materia los medios o procedimientos que es lícito emplear en la genética de las plantas o de los animales.(Mater et Magistra, 193)
Son inviolables. Significa que al actuar de manera diferente se paga el precio.
Aquí el drama es que se lo hace pagar a otro.
3. Asimismo, el Magisterio posterior bajo Juan Pablo II se expresó de la misma manera: «El acto conyugal con el que los esposos manifiestan recíprocamente el don de sí expresa simultáneamente la apertura al don de la vida: es un acto inseparablemente corporal y espiritual.” (Donum Vitae II,4,b)
Y: “En su cuerpo y a través de su cuerpo los esposos consuman el matrimonio y pueden llegar a ser padre y madre.” (Donum Vitae II,4,b)
4. Ciertamente es encomiable el intento de la ciencia por curar la infertilidad y ayudar a las mujeres casadas a tener hijos.
Pero cuando se trata de tomar el lugar de las sabias leyes del Creador, como las llamaba Juan XXIII, es necesario ser cautos.
Sigue siendo siempre cierto lo que dijo el Espíritu Santo por boca del salmista: «He comprobado que toda perfección es limitada: ¡qué amplios, en cambio, son tus mandamientos!» (Salmo 119:96).
Incluso la ciencia tiene sus límites. Es necesario que todos seamos humildes para no hacer pagar a otros por nuestra audacia.
5. Sobre el bioeticista católico: si fuera verdaderamente católico no se prestaría a esas técnicas.
En todo caso, es cierto que hasta en la naturaleza existen abortos espontáneos.
Pero, ¿cuántos ha habido aquí? ¡Incluso tenemos que contarlos!
Es claro que al bioeticista le interesa responder que no hay responsabilidad.
6. Además, una cosa es soportar un aborto espontáneo.
Otra, en cambio, es exponerse voluntariamente a tener abortos.
Cuando inicialmente habían sido «producidos» tres embriones, se sabía desde el principio que alguno se iba a perder.
Si el primero se hubiera anidado inmediatamente, ¿qué habría pasado con los demás?
7. El Papa Juan dijo que estas son «leyes inviolables e inmutables».
Después de semejante declaración, ciertamente no será la Iglesia a decir que estas leyes son, en cambio, violables y cambiables.
8. En cambio, concluyes: «La iglesia debería rever algunos puntos y, aun manteniendo algunas limitaciones como, por ejemplo, la prohibición de congelar embriones, ser más comprensiva y amorosa para con estos hijos desafortunados que sufren tanto por este problema, a menudo olvidado».
En cambio, es precisamente porque es comprensiva y amorosa hacia los hijos desafortunados por haber sido producidos en laboratorio que la Iglesia, intérprete autorizada de la ley de Dios, dice de no recurrir a tales medios, sino a seguir otros.
El Papa Francisco, aunque en otro contexto, hizo una declaración particularmente significativa: «Dios perdona siempre, los hombres a veces, la naturaleza nunca».
9. Con esto te ofrezco mis mejores deseos y felicitaciones por el niño que te ha nacido.
A él en particular, así como a ti, les deseo todo lo mejor, los bendigo y les aseguro mis oraciones.
Padre Angelo